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29/03/2024. 10:00:04

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SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBAÑEZ, AUTOR DEL LIBRO `JUICIO A UN ABOGADO INCRÉDULO´

“Cada vez más se hace justicia pensando en el colectivo y no en el individuo que la necesita”

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Santiago González-Varas Ibáñez, es Doctor en Derecho, y Catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de Alicante, además de abogado en ejercicio y autor de numerosos artículos y obras jurídicas. También realiza conferencia sobre temas relacionados con la Administración Pública en España y el extranjero. En su último libro, Juicio a un abogado incrédulo, editado por Thomson Reuters, ofrece una completa visión del Derecho, adentrándose en la subjetividad de los juicios.

SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBAÑEZ

Usted es Catedrático de  Derecho Administrativo, ha escrito libros y artículos en los que realiza una destacada labor de investigación y divulgación. Con Juicio a un abogado incrédulo acerca el Derecho a la sociedad en general. Aunque son muchas las ideas que recoge, ¿cuál sería la idea principal que quiere trasmitir, si tiene que seleccionar una de ellas?

Creo que falta dar una explicación mejor de qué es el Derecho y de qué es una sentencia. No es un problema de los jueces, porque éstos lo hacen lo mejor que pueden y no me cabe duda de ello. Es un problema, primero, doctrinal diríamos, y, segundo de la sociedad en general: se confía en un método racional y se piensa que el veredicto coincide con lo cierto; y esto es un equívoco porque junto a la razón, a la hora de dictar una sentencia, influye la apreciación subjetiva. No es una crítica, es una realidad. En el Derecho prima la rutina y se ha terminado, en la actual sociedad, por dar una versión absolutamente falsa o desenfocada del Derecho. El libro es una búsqueda de mayor autenticidad aunque sea haciendo ver que el Derecho precisa de elementos no jurídicos para ser explicado. En la parte de ficción de la obra, mi personaje quiere dar esa explicación del Derecho, pero no le es permitido. El libro, entre la realidad y la ficción, se entromete en ese mundo de la subjetividad de los juicios, y al final en la obra se da la impresión de que se condena al personaje por ser un “Don Nadie” que aporta argumentos de verdad sobre el Derecho en un mundo en que las verdades están reservadas a otros con mayor autoridad. Los hechos o cargos dejan de contar y esto otro (subjetivo y necio) pasa a un primer plano a la hora de ser condenado.

¿Qué le falta al Derecho?

Le falta asumir que, un porcentaje, aunque sea pequeño, en la explicación de la justicia, queda mejor explicado como hacían los griegos clásicos, la suerte, el destino y elementos en el fondo artísticos, de este tipo, junto a la razón. Mi libro es un homenaje al mundo clásico.

El subtítulo de Juicio a un abogado incrédulo es “Consuelos para los que un día perdieron un proceso”. ¿Tiene algo que ver, con esto que nos cuenta, el consuelo que queda tras perder un proceso… cuál es o sería tal consuelo?

En efecto, el consuelo sería pensar que, si uno ha perdido un juicio, una sentencia es una interpretación. Creo que eso serviría de consuelo. Sin embargo, actualmente, el mundo racional que vivimos, es demasiado duro con el justiciable porque, si la sentencia ha sido cierta y fruto de la razón, se le deja sin consuelo: ha perdido porque no tiene razón y lo hizo mal. Esta idea acumula presión en el justiciable concreto. Sin embargo, si asumiéramos en un plano social que hay también otros factores que influyen, habría mayor consuelo para el individuo. Un mundo sin religión, sin mito, sin filosofía, al final es un problema. El Derecho está bien, pero le falta un complemento rector, que yo creo que es el arte.

¿Afecta esto a la valoración que otorgamos a las sentencias?

Así es. No hay más que ver los actuales debates de televisión. Todos los intervinientes (los “opinionated”, que dicen en inglés) se basan en la existencia incluso de una simple apertura de un proceso judicial para saber si el sujeto en cuestión es un proscrito o no. Depende de ello y de la sentencia final si tal sujeto es un bendito, si sale absuelto, o todo lo contrario si finalmente se le condena. Esto es prueba del valor absoluto de certeza que damos a los fallos y a la justicia, algo que sin embargo tiene un valor harto relativo. Los jueces se limitan a hacer su trabajo. El problema no es judicial, insisto, es de una sociedad y de una doctrina desenfocadas.

¿Y el contencioso-administrativo?

Está muy claro. A los problemas anteriores se suma que a  la Administración le basta con interpretar algo de una determinada forma, montar en consecuencia un expediente administrativo, y todo ello con muchas probabilidades al final de que la sentencia confirme esa versión sea cual sea. Se confía en el llamado gobierno de las leyes… eso, en el gobierno de unas leyes donde quedan amplios márgenes para decidir de una forma u otra. Al final lo que cuentan son las personas. ¿Cómo dar valor a la justicia administrativa? Si a una persona se le sanciona muchas veces, no es sino porque la Administración lo interpretó de una determinada forma. Eso sí, la labor del abogado es fundamental porque aumenta las papeletas de éxito.

¿Es lo que llama usted la “zona de lo interpretable” en su libro?

Una zona de lo interpretable de la que nadie se libra. Eso sí, después, cuando un ciudadano tiene un problema, diremos que es porque lo hizo mal. El resto somos, como dicen en inglés, un Mr. Do-gooder. Pero ya sabe, ahora la justicia se hace para el colectivo.

Cómo definiría la situación de la Justicia en España?

Toda crítica que se haga sería profundamente injusta. Los jueces son nuevos héroes anónimos, con un trabajo abrumador. Eso sí, la justicia española va manifestando los mismos problemas que la justicia de occidente: cada vez más se hace justicia pensando en el colectivo y no en el individuo que la necesita. La reforma del recurso de casación, los amparos, la justicia de Estrasburgo, la de EEUU… aportan buenos ejemplos de todo ello. Se abandona la perspectiva de quien cae de pronto en la “zona de lo interpretable”…

Vivimos inmersos en un continuo goteo de casos mediáticos y escándalos que hacen que los ciudadanos miren con especial atención la labor de la Justicia. ¿Cómo valora la labor que está llevando a cabo la Administración de Justicia en este sentido?

El Estado de Derecho en cuanto tal tiene límites y me parece exagerado pensar que los “productos” del Estado de Derecho coinciden con lo cierto. Además, sobre la pregunta, más en concreto, el Derecho generalmente no llega, en los casos de corrupción, al punto que interesaría descubrir, conforme a su propia naturaleza, que es si hubo dinero o no por el medio de una determinada transacción. Esto queda sin descubrir y, sin embargo, lo que se juzgan son a veces interpretaciones y suspicacias, muchas veces problemas complicados de puro Derecho administrativo, en procesos sin embargo penales; con interpretaciones que a mí mismo me sorprende ver a veces cuando he tenido que actuar como catedrático dictaminando causas.

¿Cuál cree que es la percepción del ciudadano de a pie respecto al mundo jurídico?

El ciudadano en principio no ignora el problema de la aleatoriedad judicial, pero por otro lado confía en que el Estado de Derecho resuelve todo, además de que el cliente piensa estar en posesión de la verdad. Después viene la desilusión del ciudadano concreto, pero como eso afecta a un ciudadano concreto y no al colectivo, la ilusión del Derecho sigue funcionando en clave social. El personaje de mi obra es quien cree en el Derecho de verdad y por eso es finalmente condenado por una máquina de la justicia puramente rutinaria que refleja el espíritu de nuestro tiempo.

El libro ofrece una reflexión sobre la Justicia incidiendo en aspectos como la subjetividad judicial y la psicología. ¿Cuáles cree que son los factores determinantes a la hora de dictaminar una resolución judicial?

En el libro lo explico: un 33% tener razón, un 33% la mejor o peor defensa y un 33% el azar.

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