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28/03/2024. 22:38:40

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El autocontrol, segundo pilar de la inteligencia emocional del abogado

Abogado. Experto en habilidades profesionales
@oscarleon_abog
Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla

Si la autoconciencia (primer pilar de la inteligencia emocional que tratamos en nuestro último post) se corresponde con la capacidad del individuo de comprender las emociones, los puntos fuertes, las debilidades, las necesidades y los impulsos de uno mismo, la autogestión, siguiendo a Daniel Goleman (psicólogo estadounidense, que adquirió fama mundial a partir de la publicación de su libro Emotional Intelligence en 1995) representa la capacidad de controlarlos y canalizarlos de forma útil. Por lo tanto, a través de la primera, comprendemos y reconocemos lo que ocurre en nuestro interior; por la segunda, gestionamos dichas emociones de forma adecuada.

Imagen de un buda

La manifestación más conocida de la autogestión es el denominado autocontrol, es decir, ante la aparición repentina de las emociones e impulsos, surge la capacidad del individuo de controlar sus impulsos y ajustarlos (canalizarlos) a los objetivos personales y profesionales. De ello se deriva que las personas que disfrutan de esta capacidad son reflexivas, meditativas y, por tanto, poco impulsivas. Ojo, no estamos diciendo con ello que sean personas racionales, frías y calculadoras, sino que a través de su capacidad de control, saben gestionar adecuadamente sus emociones, canalizándolas y transmitiéndolas de forma adecuada, evitando situaciones inconvenientes resultantes de un nulo proceso de control del impulso.

Y es precisamente esta capacidad de reflexionar es la que hace que quienes se autogestionan sean  personas sumamente adaptables, transparentes, grandes motivadoras, optimistas y proactivas.

Efectivamente, quien domina sus emociones:

  • sabe adaptarse a los cambios
  • fomenta la integridad, ya que la reflexión le impedirá adoptar soluciones impulsivas habitualmente erróneas.
  • movilizan sus emociones positivas y las de los demás para alcanzar los objetivos.
  • disponen de gran capacidad de iniciativa

La capacidad de autogestión es fundamental en el abogado, pues interviene en un escenario en el que la manifestación visible de las emociones y sentimientos son el pan de cada día. Los intereses en conflicto, fuente de controversia perpetua, es un condicionante esencial para reconocer la difícil tarea del abogado cuando interacciona con su cliente, con la otra parte y su abogado y con los jueces.

En todos estos casos, el abogado debe controlar sus emociones, y huyendo de la manifestación del propio impulso (lo que supondría un suicidio profesional) deberá en todo momento pensar las cosas dos veces antes de hablar y de actuar impulsivamente. ¿Nos imaginamos a un abogado que le sienta mal un comentario de un juez y que, acto seguido, le responda de forma hiriente? ¿Y a un abogado al que ante las exigencias disparatadas de un cliente (que las hay) lo eche con cajas destempladas del despacho a las primeras de cambio? ¿Y si el abogado, contrariado por el tono agresivo del compañero de profesión,  lo insulta y le cuelga el teléfono mandándolo a freír espárragos?

En todos estos casos, el buen abogado debe controlar sus impulsos y actuar conforme a sus valores y objetivos.

En el primer caso, el abogado, sabedor de las reglas de deontología profesional y de la conducta que es exigible a los jueces, sabrá si callar y no darle la mayor importancia al comentario o emplear los medios que la ley procesal establece para la protección de sus derechos. Lo que no debe hacer nunca es, dejándose llevar por el impulso, emplear un lenguaje verbal y no verbal que suponga abierta contrariedad, provocación o una respuesta desproporcionada

En el segundo, el abogado debe saber de la importancia del cliente para el despacho, y como buen conocedor de los mismos, sabe que en ocasiones éstos adoptan actitudes imprudentes, inconvenientes o incluso irrespetuosas. Aquí, la labor del abogado será la de convencer al cliente del error de su expectativa y ser objetivo y realista en cuanto a sus pretensiones.

Finalmente, ante un compañero beligerante, hay que tratar de entender las tensiones que acarrea la defensa de los asuntos, y cuando el entendimiento no cabe, puede emplearse la asertividad para transmitir nuestra oposición a su actitud y sentar las bases para una conversación en la que reine el respeto y la cordialidad. Nunca, colgar el teléfono o emplear términos agresivos.

Por otro lado, el abogado, como empresario de su propio negocio y como probable líder de su organización obtendrá un rédito importante como consecuencia de su capacidad de autogestión. Efectivamente, su autocontrol creará un entorno de confianza e imparcialidad entre los integrantes del despacho en el que nadie querrá parecer un exaltado. Es el llamado efecto contagio, el cual se extiende a través de la motivación e iniciativa que desprenderá en su quehacer diario, pues quienes se autogestionan, disponen de una elevada energía para motivar y hacer que los demás alcancen las metas y objetivos de la organización. En este elenco de actividades no podemos olvidar la transparencia, pues el buen abogado líder sabrá comunicar a sus empleados los objetivos  y las reglas de juego del despacho y, cuando sea preciso, sabrá transmitir sus emociones adecuadamente.

Finalmente, quien reflexiona sabe adaptarse perfectamente a los cambios. Este factor es esencial para el abogado, pues en una profesión en permanente cambio, sabrá defenderse en escenarios de ambigüedad y superar los obstáculos que puedan presentarse.

Para concluir, señalar que en parte de la sociedad existe una imagen del abogado agresivo, impulsivo que defiende a su cliente a través del grito, el uso desencajado del torso, los brazos, el rostro…Esta imagen dista mucho del abogado con inteligencia emocional. La pérdida de autocontrol en defensa del cliente siempre recoge escasos frutos, salvo quizás el ensanchamiento del ego de defensor y defendido. Sin embargo, al medio y largo plazo, su inoportunidad se manifiesta en forma de un empeoramiento de la posición del cliente en el litigio o controversia. Ello no quita que un abogado que domine la autogestión sepa como transmitir enfado, contrariedad o abierto rechazo a un tercero, pero siempre con asertividad y con un adecuado control de sus emociones.

Concluyo con una elocuente frase de Daniel Goleman sobre la autoconsciencia: "La habilidad de hacer una pausa y no actuar por el primer impulso se ha vuelto aprendizaje crucial en la vida diaria" Daniel Goleman

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