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20/04/2024. 09:34:02

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Veinticinco años de profesión vistos por un abogado

Abogado. Experto en habilidades profesionales
@oscarleon_abog
Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla

La semana pasada recibí una carta del Decano del Colegio de Abogados de Sevilla comunicándome la próxima entrega, en unión de otros compañeros, de un diploma conmemorativo por mis veinticinco años de incorporación al Colegio, o lo que es lo mismo, de mi ejercicio profesional. Mientras la leía, me admiraba de la rapidez con la que habían pasado todos estos años, y repasaba mentalmente algunos de los acontecimientos y anécdotas que habían jalonado este increíble viaje. Hoy, aprovechando la oportunidad que me brinda legaltoday a través de este blog, me gustaría compartir con vosotros algunas ideas que han surgido de esta experiencia y que espero os hagan a más de uno rememorar situaciones parecidas y, a los otros, animaros a seguir.

Un hombre pensando al lado de un reloj

Lo primero que me gustaría destacar es que en veinticinco años de ejercicio de una profesión como la nuestra hay tiempo para cambios verdaderamente notables.

Todavía sigo sin explicarme como, allá por los ochenta,  podíamos hacer las demandas, contestaciones y recursos a máquina de escribir, con la única ayuda del milagroso type. Era una labor verdaderamente artesanal en la que cada palabra o signo ortográfico estaba medido antes de quedar plasmado en el folio. Con los ordenadores y procesadores de textos todo cambió, y empezamos a multiplicar nuestra productividad por diez. No obstante, reconozco que aquella forma de trabajar nos ayudó a ser más centrados y analíticos. ¡Equivocarse más de dos veces era un desastre irreparable!

¿Y que decir de los teléfonos? Cuando empecé a ejercer no había teléfonos móviles, aunque a los pocos años comenzaron a desembarcar en nuestro país. Sin móviles, las comunicaciones con los clientes se limitaban a los horarios del despacho o, excepcionalmente, la llamada al domicilio particular ante una urgencia. El concepto de prisa era muy distinto al actual. Con los portátiles, la productividad igualmente se ha multiplicado, pero ¿a que coste para nuestros nervios?

El transcurso del tiempo me ha permitido ver crecer mi práctica profesional desde la pasantía e independencia inicial (vaya un cariñoso abrazo a mi maestro don Ignacio Galán Cano) hasta la comunidad de gastos con otros compañeros y una nueva vuelta a la independencia hasta evolucionar hacía el despacho al que ahora pertenezco y me honro de formar parte. Por otro lado, ¡Como han cambiado los conocimientos adquiridos en estos años! De no saber nada, hasta saber, como ahora, un poquito de derecho. Igualmente ha variado el tipo de asuntos que he tenido la suerte de llevar. Desde los primeros asuntillos, con escasa importancia económica o jurídica, encargados por familiares y amigos (trasunto del dicho de las tres p), hasta asuntos de más enjundia que jamás habría soñado llevar en mis comienzos… También he podido trabajar en las diversas ramas del derecho, a modo de abogado todo-terreno: penal, contencioso, laboral, mercantil, y finalmente, con el paso de los años, la especialización en el marco del derecho civil. Y como no, para concluir con los cambios, he presenciado como testigo privilegiado a la transformación de los despachos unipersonales a despachos organizados como empresas de servicios profesionales.

Pero aparte de los cambios vividos, he tenido ocasión en todos estos años de ser testigo de muchas situaciones curiosas. Gracias al trabajo de abogado he visitado lugares a los que jamás imaginé podría acceder. Recuerdo con cariño una negociación en el interior del lugar donde Gustavo Adolfo Bécquer escribía sus poemas; en otra ocasión, conocí las interioridades y secretos de un Palacio cuya visita estaba reservada a personas de abolengo Real, y así, podría continuar con otros ejemplos sorprendentes. También he viajado y conocido ciudades a las que quizás nunca hubiera estado sino fuera por tener que asistir a alguna vista de un juicio, juicios en los que, por otro lado, he tenido la suerte y el honor de enfrentarme a magníficos y afamados abogados de los que he aprendido mas que en muchos libros. También he tenido la ocasión de conocer, a través de mi trabajo a mucha gente, tanto a clientes como a otros profesionales con los que he podido compartir el despacho; abogados, pasantes, empleados, etc… que me han ayudado a  apreciar la diferencia en la forma de ser, pensar y hacer de las personas en el ejercicio profesional. No puedo dejar de citar la oportunidad que disfruté en mis comienzos, a través del turno de oficio, de descubrir una realidad social desconocida para mi cuando en aquellas asistencias al detenido desfilaban ante mí numerosos personajes de nuestra sociedad, capaces de incurrir en conductas inimaginables.

Finalmente, y quizás lo más importante, con mi profesión, he tenido la suerte de poder ayudar a gente que me necesitaba y a la que creo que he sabido responderles, dando a mi ejercicio un sentido y vocación social sin el que no habría podido avanzar todos estos años.

Pro también he pasado momentos tristes y llenos de confusión. Los casos incomprensiblemente perdidos y sus penosas consecuencias, la falta de clientes en determinadas épocas, el agotamiento por la carrera de relevos en la que se convierte nuestro trabajo y que, a veces,  no te deja respirar y te hace preguntarte si esto merece la pena ¿Quién no se ha cuestionado que es lo que está haciendo en esta bendita profesión?

Pero hoy, que aun me siguen comiendo los nervios antes de cada vista oral y que me esfuerzo mas si cabe por hacer las cosas mejor, hoy, sigo aquí haciendo las veces de abogado itinerante, litigante, proactivo, preventivo y todo un sinfín de camaleónicas variedades, satisfecho de haber recorrido este camino lleno de descubrimientos y cautivado por lo que el futuro me deparará.

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