Sé que lo que os voy a decir no os va a gustar nada de nada, pero alguien lo tenía que hacer y ese alguien soy yo: sois pura mercancía, productos de bajo coste, animales con los que se negocia y a los que se maneja y, lo que es más grave, ni siquiera sois conscientes de ello. ¿Tan poco os valoráis?
Antes de que neguéis la mayor, solo tenéis que pensar en cómo actuáis cuando aparece el enésimo servicio gratuito de Internet: corréis solicitando invitaciones para haceros los importantes ante vuestros amigos; hacéis cola para registraros; accedéis una y mil veces para subir fotos, vídeos, opiniones y todo lo que se os ocurre.
Y, sin embargo, no os dais cuenta que, en el mundo empresarial en el que vivimos (y, por desgracia, en la sociedad en general), nada, y repito, nada es gratuito.
Tanto es así que sois vosotros la mercancía con la que se negocia: vuestra información, vuestros datos, vuestros gustos, vuestros hábitos, vuestras preferencias, vuestras opiniones y hasta vuestros secretos, porque en ese primer momento de salida del novísimo servicio on line de que se trate, bajo la euforia de lo novedoso y con el anzuelo envenenado de la gratuidad no dudáis en desnudaros y ofrecer vuestras almas porque, claro, es gratis!
Sólo posteriormente, os vais dando cuenta de que no es oro todo lo que reluce, que os están manejando y que las empresas que os ofrecen los servicios gratuitos manejan vuestra información para ganar dinero con ella.
Y, no obstante ello, ante la alternativa de abonar por el uso premium de ese servicio que elimine la publicidad y otras funcionalidades adicionales que desconocemos de la versión gratuita, ponemos el grito en el cielo porque las empresas, ahora sí de frente, quieren obtener una rentabilidad económica con nosotros.
La moraleja resulta evidente a la par que desmoralizante: preferimos vendernos de forma gratuita, migrando de servicio gratuito en servicio gratuito sin las mínimas condiciones legales para la información que nos concierne, antes que pagar por un servicio en el que podemos y debemos exigir a las empresas el respeto de nuestra privacidad, porque por eso pagamos.
En consecuencia, somos mercancía regalada y con la que se negocia al peso.
