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19/04/2024. 03:15:31

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El año que vivimos peligrosamente

Analista web especialista en Administraciones Públicas

Pues se nos va 2017, un año que se ha visto golpeado de manera directa por diversas crisis de seguridad digital. Si empezamos con la presunta conspiración Rusa para apoyar a Donald Trump en las elecciones presidenciales, acabamos con la brecha de seguridad en el certificado digital del DNI electrónico. Entre ellas, varios casos han ocupado la actualidad y el debate político y en la Administración. Todos estos temas nos han dado varios ejemplos para poder valorar cómo nos afecta como comunidad y como ciudadanos, no ya la inseguridad, sino la percepción que tenemos de ella. Ante diferentes problemas hemos tenido diferentes reacciones y de todas ellas podemos aprender algo.

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La severidad es la manera de medir la crisis.

Lo primero a tener en cuenta es que medimos la importancia de la inseguridad por el daño que puede generar. Esto es obvio. Si tenemos una idea de que la inseguridad hace que el presidente de Estados Unidos sea elegido mediante una interferencia extranjera, eso es entrar en el número uno de las brechas.  Posiblmente no haya un premio gordo más grande (si descontamos aspectos lesivos físicamente, como el hackeo de armas, por ejemplo). Sin embargo, esta severidad no siempre es sencilla de calibrar.

La proximidad aterroriza.

En mayo tuvimos un hackeo mundial de escala masiva con el virus Wannacry. A través de este ransomware, todos (o casi todos) hemos oído que empresas que gestionan nuestros datos, o incluso aquellas en las que trabajamos o trabajan nuestros amigos, vieron comprometido el acceso a sus archivos. Nuestra sensación se ve distorsionada por la proximidad de los hechos. Lógicamente, lo más próximo nos parece más grande. Es decir, ante dos problemas de seguridad, nos afectará más al que está más cerca de nosotros.

La importancia de la comunicación.

Si tenemos un problema en lo que lo que parece grave nos importa, y lo que está cerca nos importa más, la comunicación de la crisis tiene dos funciones. Aclarar la situación real de la gravedad y dimensionarla de manera correcta a los ojos del público. Es decir, que el problema no sea más grande por la preocupación del público. En este sentido, las autoridades no parecen haberse hecho a la vida en los tiempos de twitter, y la lentitud a la hora de responder, o el uso de canales convencionales ha contribuido a justo lo contrario. Mientras que una situación como los atentados de Barcelona fue un ejemplo de cómo calmar a la población, la crisis de Lexnet y la comunicación de justicia hizo que durante unos días (y posiblemente para mucha gente todavía) el problema fuera mucho más grande de lo que realmente fue el ocurrido a finales de julio.

La comprensibilidad del problema.

Una de las cuestiones tecnológicas es comprender exactamente qué puede significar una brecha de seguridad. Si no existe un mensaje claro de qué significa ese problema, difícilmente la gente podrá calibrar la proximidad y la severidad. Este es el caso de la brecha de seguridad en el chip del DNI 3.0. Ya no es sólo que el uso marginal del dispositivo sea muy pequeño (lo que muy posiblemente haya influido en la poca relevancia social del problema), sino que, además, es muy difícil de comprender la dimensión del problema para estas personas, sean usuarios activos o no. Si tienes que dedicar horas a explicar cuál es el problema, la gente posiblemente no verá el problema.

Las élites tienen problema para adaptarse a este mundo.

El mundo tecnológico es esquivo, y las amenazas de seguridad también lo son. Las élites políticas, al menos las españolas, no parecen comprender (o explicar si lo hacen) su posicionamiento ante estos problemas. Los trabajos en el Congreso de los Diputados sobre los riesgos digitales para la seguridad nacional están dando lugar a escenas que muestran un preocupante analfabetismo tecnológico por acción o por omisión. Aquí la cuestión está no tanto en que esto sea así, sino en el juicio que pueda tener para los responsables públicos entender en profundidad un problema para poder afrontarlo.

Hay que vivir asumiendo la inseguridad.

2017 es el año en que empezamos a ver que no hay nada seguro, ni lo muy grande, ni lo muy próximo. Desde la Casa Blanca, a la oficina de trabajo. Desde las notificaciones judiciales al DNI.

Que no vamos a renunciar a la tecnología (al menos de momento).

Sin embargo, lo que nos hemos encontrado, es que, pese a todo ello, no renunciamos a la tecnología en nuestras vidas, ni a gran ni a pequeña escala. La tecnología ha cambiado nuestra vida de tal manera que parece implanteable volver hacia atrás. En este sentido, solo nos queda, pues, ir hacia delante. Es decir, tenemos que trabajar y entender que ya no hay seguridad digital y no digital, hay seguridad y amenazas que llegan por diferentes esferas. Simplemente tendremos que empezar a comprender este mundo como ciudadanos titulares de derechos y como votantes. Porque, en caso contrario, todo lo que nos quedará es estar a merced, no sólo de quien vulnera la seguridad, sino de una comunicación que no refleja en realidad lo que sucede.

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