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29/03/2024. 12:15:53

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El coste de hacer cosas gratis (y mal)

Analista web especialista en Administraciones Públicas

Traductor

Recientemente una web pública ha llegado a copar los titulares de los medios. La nueva web de turismo del Ayuntamiento de Santander ha sido traducida a 7 idiomas pasándola a través de Google Translate. Como cualquier usuario de la utilísima herramienta de Google sé que pese a sus bondades tiene limitaciones importantes, especialmente a la hora de traducir nombres propios. Esto se ve al traducir el Centro Botín como Loot Center (Centro de Saqueo) o de la alcaldesa de la ciudad como Gemma Igual  como Gemma Equal o Gemma Egalité en la versión francesa. Lo rocambolesco de la cosa ha hecho que la noticia tenga bastante popularidad

Sin embargo, aún más rocambolesca es la actitud de la alcaldesa de la ciudad señalando que esto seguirá así para todos los idiomas que no sean el inglés. La explicación es la siguiente: una página tan grande con un flujo de noticias constante no puede permitirse pagar traductores para todo el contenido. Es decir, salvo que seas angloparlante es muy posible que leas una página en la que no entiendas prácticamente nada, por lo que, o bien la página no servirá para lo que pretende (informar) o acabarás buscando la que tenga sentido (el inglés), con lo que los demás idiomas son accesorios. Esto siempre que localicen dónde cambiar el idioma, lo que tampoco es fácil.

Hay una frase que suelo decir en cursos, formaciones, conferencias y en muchas de las consultorías: el peor error que hay es el que no se sabe que se comete. En este caso hemos llegado a un punto en el que me veo desbordado: no hay peor error que en el que se abunda voluntariamente, o, en castellano clásico: sostenella y no enmendalla.

Un problema que tiene el mundo digital respecto al mundo real es que permite hacer muchas cosas a un coste muy reducido. Es decir, coger un artículo ya escrito y darle al botón de traducir en Google a varios idiomas es cuestión de segundos. Sin embargo, abrir una oficina de turismo y poner a una persona que no habla los idiomas de la gente que visita la ciudad, es igual de ridículo, sino que cuesta por lo menos la oficina, su mantenimiento y el salario de esa persona. Muy posiblemente este sea el motivo por el que estas cosas se hagan en el mundo digital y no en el físico, siendo su impacto igual o mayor.

Esta no es solo una cuestión del Ayuntamiento de Santander. Es sencillo encontrar ejemplos de páginas o servicios que están mal hechos, mal definidos, incompletos o directamente rotos. El menor impacto económico que supone empezar un proyecto digital mal planificado hace que sea más probable que estos se emprendan. Esto no es óbice para que también haya proyectos caros que salen mal, que también los hay. La cuestión es que hacer algo mal no es gratis. Supone un coste no sólo de imagen (qué podría pensar una persona de Francia que se encuentre semejantes cuestiones), sino de oportunidad. Hacer algo incompleto es costoso en todos los términos.

Puedo entender el razonamiento subyacente. Traducir entornos digitales no sólo es complicado si no tienes claro desde el principio (tiene implicaciones en el software por el que optas, la arquitectura de la información y el SEO. Eso sin contar adicionalmente el coste de los traductores, que hacen un trabajo importante que tiene su coste. No obstante, la cuestión que queda de fondo es una falta de comprensión del mundo digital que existe en el sector público y en el privado. Cuando tu creas algo, tienes que tener claras dos cuestiones: lo que quieres lograr y hasta donde puedes hacerlo con los recursos que tienes. Es decir, lógicamente, una web turística tiene que estar traducida a algún idioma (muy posiblemente al inglés sea lo más práctico), pero ¿y si no podemos hacerlo?

En este caso, lo bueno del mundo digital, es que nada te obliga a hacer una cosa gigantesca sí o sí. Si volvemos al ejemplo de una oficina presencial, las infraestructuras, las condiciones del edificio y el salario del personal implica necesariamente una magnitud mínima de funcionalidad para justificar la inversión. En el plano digital no es así.

¿Qué quiere decir esto? Que posiblemente tendríamos múltiples opciones mejores que las que se ha optado. Partiendo de tener la traducción a un solo idioma, si es lo único que te puedes permitir, a tener mucho menos contenido traducido completamente, o traducir sólo algunas páginas y el resto dejarlas en español, que el público ya tiene Google Translate en su navegador y, encima, sabe que el texto está traducido por un robot. La opción del ayuntamiento, como ocurre en otros muchos no tiene claro ni qué es lo que quiere vender (imagino que "todo") ni a quién (¿por qué siete idiomas si sólo puede pagar uno?)

La cuestión es esa: cuando se emprende un proyecto digital, sea cual sea, tienes que decidir cuál es el Mínimo Servicio Viable, es decir, lo más pequeño que puedes hacer con tus recursos y que puedes vender. Efectivamente, esto puede resultar poco glamouroso frente a la prensa y los medios. Imaginemos la crueldad con la que se recibiría una presentación de un proyecto de turismo con 5 páginas, y tres vídeos traducidos a cuatro idiomas. Este enfoque, que posiblemente generaría una reacción negativa (y posiblemente igual de criticada), es el que mueve el mundo de las start-ups que tanto amor genera en el mundo público y privado. Uber, Air BnB, Amazon o Netflix, por poner unos pocos ejemplos, han nacido así. Esto tampoco es una garantía de éxito. Hay miles de start-ups que fracasan de esta manera. Sin embargo, de lo que hay muy pocas son organizaciones que hayan podido adaptarse realmente a los cambios digitales afrontando a martillazos desde arriba con grandes proyectos cambios operativos.

Los cambios son difíciles y largos, están llenos de errores y se hacen con pequeños pasos. Este enfoque es el que deberíamos ir perpetuando tanto los responsables públicos como la ciudadanía, los medios y demás agentes implicados si es que queremos crecer en el mundo digital sin darnos golpes contra todos los muros que existen.

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