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19/03/2024. 07:59:48

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La participación como servicio

Analista web especialista en Administraciones Públicas

Las sucesivas crisis económicas y de legitimidad de los sistemas políticos desde finales del siglo XX han impulsado los modelos participativos. Bien sea por la responsabilidad fiscal de los estados, bien sea por la insatisfacción ciudadana con la acción pública, las demandas de abrir la decisión pública a la ciudadanía han sido mayores, especialmente en el ámbito local. Esto abarca aspectos micro, como la valoración de los servicios públicos, como macro, con la distribución de gasto en los presupuestos.

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Casi de manera paralela, el apogeo tecnológico ha permitido concretar las apuestas participativas en productos reconocibles. Si antes la participación era un elemento prácticamente intangible perdido en urnas, espacios y foros, el mundo digital multiplicó las oportunidades de participar y le dio un perfil identificable. Plataformas de voto, foros de discusión, redes sociales y otros elementos han generado un modelo de interacción que parece prácticamente imparable y ubicuo con la ciudadanía ¿Qué limites hay para que toda la ciudadanía se incorpore a la decisión pública?

Lo cierto es que, la tecnología aumenta el alcance de los modelos participativos y los convierte en un "producto" concreto e identificable. Sin embargo, las limitaciones de estos proyectos no son ni más ni menos que las que tenían los modelos analógicos de participación. Podríamos hablar de tres limitaciones fundamentales para el crecimiento de estas plataformas:

  • La identidad del proyecto: Un proyecto participativo encierra una relación entre la ciudadanía y el gobierno, generalmente impulsada por un liderazgo político definido. En ese caso, no es extraño que muchas personas o bien no se sientan identificadas con el proyecto, o bien lo rechacen por sus impulsores.
  • El objeto de la participación: Existen temas que movilizan a mayor o menor cantidad de personas. La remodelación de una plaza, la distribución del presupuesto, o los horarios de los centros de ocio movilizan a según qué tipo de públicos frente a otros.
  • La mecánica de participación: Este tercer elemento es quizá menos considerado, aunque muy posiblemente incida tanto como el anterior. El modo de participar afecta de manera importante a quién y cómo participa. Que sea más o menos sencillo, que suponga más tiempo para hacerlo (solo votar, leer múltiples opciones, o debatir durante días), influyen y mucho en quién quiere y puede tomar parte del proceso.

En resumidas cuentas, estos elementos afectan a cuánta gente tomará parte del proceso. Podemos entender que juntando estos tres elementos vamos a definir el máximo local. Este concepto hace referencia al total de participantes si logramos que todos los interesados y movilizados formen parte del proceso. En los modelos convencionales de participación como las elecciones, hemos asimilado que esta cifra está ubicada en torno al 75% de los votantes, sin embargo, en los nuevos modelos no sabemos dónde se ubica este punto.

Así que, a la hora de valorar estos modelos como un éxito o un fracaso, tendríamos que valorar dos cosas: si hemos llegado a incorporar al proceso a todos los que podrían hacerlo y si esta cantidad es suficiente para que las decisiones sean legítimas.

El primer caso es en el que, de momento, los poderes públicos pueden hacer algo. En la creación de estas plataformas de participación ciudadana. En los modelos tradicionales de participación existen agentes movilizadores que dan motivos a sus seguidores para participar de manera efectiva. Sin embargo, la creación de herramientas tecnológicas ha suprimido la intervención de estos agentes. ¿Por qué recurrir a partidos políticos, asociaciones o sindicatos para el voto en los presupuestos participativos? Esto no tiene mucho sentido. Sin embargo, su papel para movilizar, no ha sido reemplazado de manera efectiva por las instituciones públicas ni por nadie, o al menos, no de manera continuada.

Evidentemente las instituciones públicas trabajan para conseguir una mayor participación en cada una de sus iniciativas. Sin embargo, me temo que su capacidad de comunicar no sirve para superar las limitaciones del propio proceso. Es decir, si no me siento identificado con el modelo de participación que promueve una institución ¿por qué me iba a sentir más atraído por el hecho de que me lo diga más veces la misma institución?

Para poder resolver este problema, los promotores de estos procesos deben actuar en dos sentidos. Por un lado, deben estudiar las dinámicas de participación para conocer qué aspectos están facilitando o impidiendo que los que conocen la iniciativa, formen parte activa de ella. Para esto, existen herramientas y métodos que permiten entender su funcionamiento como plataforma. Por otro lado, deben establecer una manera de comunicar e implicar a nuevos agentes movilizadores. Esto no es sencillo, dado que supone encontrar aquellos que pueden llegar a colectivos a los que no llegue la organización y, a la vez, implicarles en la difusión del proceso. Paralelamente, se corre el riesgo de que, si no se hace esa movilización de manera controlada y equilibrada, podemos potenciar la sobrerrepresentación de un colectivo. Imaginemos que movilizamos en un proceso sobre movilidad a muchas organizaciones ecologistas y a ninguna de automovilistas, o al revés.

Y con todo esto, ¿resolveríamos todo el problema? Lamentablemente no. Como decía, incluso haciendo las cosas muy bien, en un proceso así no lograremos que la participación sea total. Incluso puede que no llegue a ser mayoritaria. Esto planteará el debate de cómo articular las decisiones de procesos que no son mayoritarios en una comunidad sin que el alcance de estas supere su propia legitimidad. ¿Puede remodelarse el planteamiento urbano de algunas partes de la ciudad a un alto coste con una participación mínima? Ese debate supera las cuestiones de gestión, pero no podrá ser abordado seriamente hasta que no sepamos cuánto dan de sí estos procesos.

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