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La antipatía hacia el cliente

abogado y consultor psicológico

Hola abogadas y abogados lectores. De nuevo juntos en las páginas de este Blog que tuvo su aparición el 8 de abril del 2010. Pasó el tiempo. Hace más de cuatro años que me acompañan en este “trabajar“ nuestra vida profesional desde los “Psí“.

Hoy les propongo considerar la antipatía que suele producir la presencia de cierto cliente, la cual muchas veces impacta en mi psiquis -yo diría la mayoría de ellas- en forma inconsciente. Ya hemos dicho que la relación con el cliente no es plana, o se amolda a lo que la voluntad del abogado desea. En la "intersubjetividad", puede haber sin que sepamos porque, "buena química" -me siento cómodo con mi interlocutor-cliente- o bien suele darse una "corriente de aversión" -también sin que uno sepa encontrar la causa de ello a primera vista-. Uno se vuelve "xenófobo" con el cliente. Intenta darle al extranjero-cliente hospitalidad en su territorio profesional, pero sin darse cuenta adopta actitudes de rechazo. Trato de simular que este especial cliente que me cae antipático, recibe el "común" trato profesional, pongo en marcha todas las herramientas que tengo en materia de hipocresía social (falso self), pero resulta que mi malestar -antipatía-xenofobia- se mantiene vigente y a veces se "filtra" y el cliente lo percibe.   ¿Por qué pasa esto? ¿Se nace antipático / xenófobo (naturaleza) – o se hace xenófobo (cultural)-?. Desde el Psicoanálisis se explica que uno no nace sino que se hace antipático – xenófobo. Es un tema de culturización del  "cachorro humano". El cliente o la clienta, que me resulta diferente, me molesta, no está perteneciendo a un "nosotros imaginario" que está montado sobre conceptos de ideales que se anidan en los más íntimo de mi ser y que vienen conmigo desde hace mucho tiempo. Que me fueron inculcados.

Es que la culturización del niño es una cuestión de entorno. No puede evolucionar sin el apoyo de una psiquis primera y de una imagen humana que se ofrece interpretarlo y a recibirlo, que es más que el infante escuche hablar (la madre biológica es la que cumple este lugar. Eventualmente podría ser remplazada por otra persona en el rol de madre). Entre el hijo y la madre se entabla desde el psicoanálisis lo que se llama: "una relación de objeto". De este nexo o relación "hombrecito" -madre, se origina lo constitutivo de todo ser humano: la angustia de pérdida. Esta angustia es como un "desamparo psíquico" que tiene como contrapartida el "desamparo biológico" y el niño lo tiene que experimentar para poder constituir su "Yo" y advertir que hay un "Tú". La madre deja de ser parte un todo que el lactante imagina en los inicios de su vida. Después viene, más tardíamente, la integración del "nosotros"; padre, hermanos, resto de la familia, etc. Así el niño, va ampliando el espacio donde puede mover su cuerpo, ya no lo carga solo la madre. Hay otros que lo hacen. Ya empieza a separar lo familiar del resto de las personas o del mundo.  Así -y aquí está la clave de nuestro tema- el niño ante una persona que "ninguna representación" le produce, o a ese Otro que no puede nombrar, los alojará en lugar ajeno, fuera de su lengua, y ese lugar ajeno será caracterizado por afectos  (en Psicoanálisis significa todo estado afectivo penoso o agradable) de antipatía. Ese extraño para el niño es algo que atemoriza, algo no identificado. Pero esto no resulta de  lo aleatorio, sino que los significantes primarios del niño (primero madre, luego padre, etc.), le van "perfilando la figura posible del extranjero", a lo que le debe temer y le temerá en un futuro. Así este objeto u Otro desconocido, queda en la psiquis como un resto de representación no identificada, que no desaparece, está latente, está a la espera de ser figurada o cargada de definición en algún momento.  En otras palabras queda en uno el perfil o la arquitectura de la persona a ser rechazada u odiada en la vida. El paso del tiempo no impide que el "hombrecito de ayer" hoy hombre consumado y con título de abogado, reviva esas impotencias de la temprana edad y fije en esa imagen que le queda sin nombre o mejor diríamos que "ninguna representación le produce", -pese a saber su nombre-, al cliente  y que lo siente como extranjero o extraño. Que lo mande, inconscientemente, a un lugar de su psiquis connotado por la antipatía. Esto porque el cliente "encaja" en el modelo de "extranjero a ser rechazado", que le fue perfilado por su madre en principio.

Es por ello que muchas veces se da una suerte de "xenofobia" hacia el cliente. Su presencia me ha reavivado fantasmas, su existencia me causa miedo y rechazo, me perturba la identidad que entre otras cosas, está constituida por los sellos que me dejo la integración psíquica en la temprana edad.

Usted me preguntará: ¿Qué hago ante los sentimientos negativos que me despierta el cliente? ¿Cómo manejo mi "xenofobia" hacia él?

Casi le diría que la suerte está echada. Usted no podrá cambiar en mucho, lo adquirido en su niñez. Pero el saber y entender aunque en un mínimo la raíz de estos sentimientos negativos hacía el Otro, da cierta tranquilidad ya que aclara el panorama. Yo no tengo antipatía porque lo deseo. El cliente no me cae mal por su culpa. Todo es producto de la complejidad humana. Habrá que ver entonces, como manejo la relación profesional aún en "terrenos adversos". No siempre se libra el "combate profesional" en el "terreno" que se elige. Muchas veces – la mayoría – viene impuesto por las circunstancias. A preparase en lo psíquico para ello. La relación de ayuda pude ser parte de la preparación que se requiere, para que la antipatía que me genere el cliente, dentro de los términos antes vistos, no impida la "normal" relación profesional.

Hasta la próxima.

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