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29/03/2024. 15:55:55

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La soberanía, un escrúpulo irlandés

Catedrático de Derecho Administrativo. Eurodiputado

Francisco Sosa Wagner

De entre las perlas que nos deja la actual crisis económica y financiera destaca la reciente encontrada allá entre las brumas de Irlanda. Sus gobernantes están dispuestos a aceptar un cuantioso donativo de los contribuyentes europeos para hacer frente a los desmanes de los directivos de sus Bancos de los que, por cierto, no se sabe si alguno ha decidido precipitarse por un balcón empinado como hicieron muchos de los educados caballeros que fueron cogidos con las manos en la masa con ocasión de la crisis de 1929.

Los actuales dirigentes irlandeses no están contentos con este regalo porque les parece una grosería. Es por ello que se aprestan a coger la pasta con un mohín de displicencia y de asco. Y anunciando que, por supuesto, ello "no recortará en modo alguno su soberanía".

¿Cuando nos enteraremos de que pertenecer a un mundo como el representado por la Unión Europea consiste justamente en eso, en ceder soberanía? En algún lugar he calificado a esta, a la soberanía, de una auténtica antigualla que, si algo merece, es un lugar de respeto en el museo de cera de los conceptos jurídicos.

Como se sabe, pero no está de más recordar, su formulador más agudo fue Bodino, quien publicó su obra Six Livres de la Republique en el último tercio del siglo XVI (1576). Signo distintivo de la soberanía era el hecho de que su titular carecía de superior hallándose tan solo sometido a las "leyes fundamentales" que no podía infringir. El fin del Estado será justamente el ejercicio del poder soberano orientado por el Derecho. Una idea revolucionaria pues, en su inocente apariencia, estaba liquidando la concepción medieval según la cual el poder servía para ejecutar los designios de Dios.

La polémica acerca de si el titular de esa soberanía era el príncipe o el pueblo fue tan viva que cavó las trincheras desde las que se estuvieron disparando tiros durante buena parte del siglo XIX. No es extraño que, cansados de tanta sangre, algunos juristas aplicaran el bálsamo de sus sutilezas para desactivar tanto dramatismo. Uno de los más ilustres, Georg Jellinek, rebajó los humos de la tradicional soberanía para reducirla a  una categoría histórica: el poder del Estado -aseguraba- se manifiesta en el hecho de estar sometido a sus propias leyes y no a las de ningún poder extraño, así como por disponer de órganos para determinar su voluntad. Después sería Kelsen quien, irreverente ante el hechizo del concepto, lo disuelve en el contexto de su teoría acerca de la validez del ordenamiento y de su configuración del derecho internacional que restringe la "soberanía" de los Estados podando unos excesos peligrosos que conducen al desarrollo del imperialismo y, con él, a la destrucción de amplias esferas de libertad.

Han pasado muchos años desde estas formulaciones y los acontecimientos no han hecho sino confirmar en Europa una tendencia que fuerza a explicar la soberanía de otra manera  porque hoy no puede ligarse sin más al "Estado" sino a una combinación que incluiría a este y a la supranacionalidad europea lo que nos obliga a abandonar la idea tradicional para abrazar la de soberanía "conjunta o compartida", apta para garantizar la diversidad de los niveles de gobierno con la unidad de la acción política y de su medio de expresión más solemne que es la producción jurídica. El actual ejercicio de los poderes soberanos se ha desplazado así desde la individualidad de esos Estados a su actuación como miembros de una comunidad, razón por la cual se ha esfumado el "poder único e indivisible" para emerger otro de rasgos renovados basado en la existencia de un orden jurídico complejo e irisado pero dotado de los suficientes elementos para ser reconocido como un todo unitario, trabado por el derecho y cimentado por el principio de "lealtad" de la Unión con los Estados y viceversa.

Me atrevería a utilizar la expresión de "soberanía diluida" para describir esta nueva situación jurídico-constitucional.

Convengamos pues en que la soberanía, entendida al modo tradicional, ha devenido una pieza herrumbrosa en el mundo europeo y global que se está construyendo.

Por eso provoca una sonrisa irónica el desparpajo con que la invocan los manirrotos gobernantes de Irlanda.

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