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29/03/2024. 15:43:03

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Los impuestos dejados de percibir por piratería ascienden a más 77.500 millones de dólares

Manager CTM Unit-Alicante Office Clarke, Modet & Cº.

Pablo López Ronda

El pasado 26 de abril se celebró en todo el mundo el día de la Propiedad Intelectual bajo el lema “Creatividad para la próxima generación”.

La fecha no fue elegida al azar, sino que conmemora el día en que entró en vigor el convenio que regula la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI).

Con esta frase, la OMPI ha pretendido persuadirnos de la importancia que tiene crear conciencia en los más jóvenes de que son ellos quienes transformarán y mejorarán el mundo con sus ideas y creaciones.

La protección de esas creaciones se muestra, pues, imprescindible para el desarrollo de la sociedad. 

Esto, que podría ser algo obvio, choca con la realidad actual. En las últimas décadas, como consecuencia entre otros factores de la globalización de los mercados y los avances tecnológicos, las infracciones de los derechos de propiedad intelectual se han disparado.

En un reciente estudio encargado por el Observatorio Europeo contra la piratería, organismo comunitario con sede en Alicante, se cifraba en más de 77.500 millones de dólares los ingresos en impuestos dejados de percibir por este motivo solo en los países que integran el G20.

La cifra es  escandalosa en estos tiempos de crisis más si tenemos en cuenta los empleos destruidos por esta causa en sectores como el cinematográfico o el editorial. Solo en el año 2011 las descargas ilegales representaban el 98,2% en música, 74% en cine, 61,7% en videojuegos y 49,3% en libros.

Se ha hecho imprescindible para los estados asegurar la protección de la creatividad a través no solo de instrumentos legales sino también económicos que, ya sea desde un punto de vista empresarial o individual, asegure que los beneficios de cualquier inversión en talento o innovación revierten en sus legítimos creadores.

Mercados como el europeo han visto como la entrada en escena de  empresas del sudeste asiático o de otras zonas en vías de desarrollo han roto las reglas del juego debido a que éstos gozan de menores exigencias en materia de derecho laboral o medioambiental. Les queda, por tanto, el recurso de incentivar políticas de innovación que generen valor añadido a los productos de sus empresas.

Pero no debemos caer en la tentación, fácil por otra parte, de pensar en que nosotros somos "los buenos" y los demás son  "los malos".

El ejemplo más notorio es el de China. Hasta hace poco paradigma de la copia y el dumping laboral, las autoridades de ese país han realizado un notable esfuerzo en materia de legislación y en inversiones destinadas a mejorar la competitividad de sus empresas a través de la innovación. Esfuerzo que ha dado sus frutos y, por ejemplo, en el año 2011, les convirtió en el país con más solicitudes de patentes a nivel mundial, superando a Estados Unidos. No obstante, les queda camino por recorrer, ya que esas patentes tenían un valor y una variedad de tecnologías menor, lo que les sitúa un paso por detrás de países más desarrollados.

El propio ministro Wert incidía hace unas semanas en la importancia para un país de proteger de forma efectiva estos derechos, y quizá buscando eliminar reticencias al anteproyecto de ley de modificación del texto refundido de la Ley de Propiedad Intelectual que ya en su Exposición de Motivos señala que las industrias culturales y creativas constituyen un sector de gran relevancia en nuestro país, tanto por la singular naturaleza de las actividades que desarrollan, como por su peso económico, ya que las actividades relacionadas con la propiedad intelectual generan cerca del 4 por ciento del Producto Interior Bruto español.

Ver un partido de fútbol a través de una web pirata, bajarse un e-book,  vender fotocopias  de un libro sin autorización del titular son delitos que si se cumplen el resto de requisitos del artículo 270 del Código Penal, que podrían conllevar penas de multa de dos años  y hasta 24 meses de prisión. No son actos no tan inocentes como pudieran parecer. Detrás de ello existe toda una serie de consecuencias, la mayoría negativas, que afectan a la economía de un país y por tanto al bolsillo de cada uno de nosotros.

En nuestras manos recae parte de la responsabilidad de que la próxima generación disponga del estímulo necesario para hacer avanzar la sociedad.

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