La formación y la motivación de las personas constituye todo un difícil reto para las organizaciones, hasta el punto de haber generado toda una rama del moderno management, que se estudia en las facultades y escuelas de negocio. Sin duda, lo es para todo tipo de empresas presentes en el mercado, y aún más para aquellas que, como los despachos de abogados, proveen a la sociedad de un servicio de asesoramiento cuya calidad radica precisamente en el conocimiento, la experiencia y la capacidad intelectual que concurran en el profesional del Derecho.
Qué duda cabe que los despachos de abogados, como la mayor parte de las empresas que operan en el sector de la asesoría y la consultoría, han desarrollado protocolos de actuación que tratan de homologar dentro de un estándar de actuación el nivel de servicio que se presta al cliente, poniendo el máximo cuidado para que su experiencia sea completamente satisfactoria y vea colmadas las expectativas que se había forjado antes de acudir al despacho.
No obstante, el hecho de que un gabinete legal sea un ente vivo, en el que conviven profesionales con diversa especialización y trayectoria, y en el que siempre permanece abierta la puerta para la incorporación de nuevo talento, hace necesario que se pongan en marcha estrategias que se fijan en un doble propósito: por un lado, asegurar una rápida adaptación del nuevo profesional a la particular cultura del despacho y, por otro, proporcionar una aprendizaje tutelado, sin las presiones propias de la actividad rutinaria de la práctica jurídica, que tantas veces, como ocurre en otros tantos campos del saber, suele diferir del contenido que se aprendió en los manuales.
Tradicionalmente, esta labor ha recaído en los socios. Su responsabilidad, además de concretarse en el conocimiento profundo de su correspondiente área de especialización, se extendía a la esfera de la representación, jugando un papel primordial tanto en la captación de nuevos clientes, como en las labores de promoción y divulgación. Es evidente, que en estructuras amplias y complejas, como lo son hoy la mayoría de los despachos que concentran numerosos y amplios cuadros de profesionales, esta función trascendía la capacidad de dedicación del socio, lo que aconsejaba crear figuras intermedias en las que pudiese descansar esta función de tutelaje.
En el caso de Marimón Abogados, hemos optado por institucionalizar, dentro de nuestro organigrama, la figura del Abogado Director. Queremos que, para las personas que recaiga esta condición, se convierta en una distinción y un reconocimiento a la trayectoria profesional dentro de Marimón Abogados. Por esta razón, el título se reserva solo a aquellos profesionales que se erigen en referentes dentro del despacho por su alto nivel técnico y profundo nivel de madurez en el ejercicio de la profesión dentro de sus respectivos ámbitos de asesoramiento.
El despacho les confiere además la misión de promover la excelencia profesional dentro de la organización, ofreciendo apoyo a abogados menos experimentados, y de representar al despacho en actividades de difusión y divulgación. En este ámbito, constituyen un fuerte apoyo para los socios del despacho en tareas de representación e impulso de la actividad.
Con la creación de los Abogados Directores hemos intentado también reforzar la cultura de nuestro despacho, en la medida en que nos obsesiona desempeñar un ejercicio del Derecho basado en la excelencia profesional a todos los niveles. Nuestra oferta de valor se basa precisamente en entablar relaciones duraderas con nuestros clientes, fundamentadas en un profundo conocimiento del Derecho y, sobre todo, en la confianza. Esas características, convertidas prácticamente en rasgos de personalidad, se han traducido históricamente en una apuesta por plantillas muy estables de profesionales. Y, sinceramente, creemos que nuestros clientes, con la fidelidad que nos dispensan, nos han dado la razón.
