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20/04/2024. 09:05:12

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Educación clásica y revolución americana

Es catedrático y abogado.

El autor comenta el reciente libro de David J. Bederman, sobre la fundamentación clásica de la Constitución de los Estados Unidos de América

Educación clásica y revolución americana

De las tres grandes revoluciones recientes, la americana, la francesa y la rusa, me quedo con la primera. Es sin duda la que, a la larga, más ha aportado y la que tiene más que decir en esta era de rampante globalización. En ella, diversos principios políticos y jurídicos básicos fueron desgranados por los founding fathers determinando el destino de incontables generaciones. Parafraseando al gran historiador griego Polibio, cuyas páginas nunca perderán actualidad, podríamos decir que los padres fundadores supieron elegir "lo mejor para el caso concreto". Sin embargo, aunque cada revolución supone una ruptura, la historia permite observar que ellas son hijas de su tiempo, por lo que sólo se comprenden desde el pasado que las gestó y el futuro que las acrisola

Esto que es aplicable a las revoluciones, sucede también con los propios revolucionarios. Por más que se quiera innovar, la cultura -también la de la revolución- tiene sus parámetros, sus modos, sus formas. Su liturgia. Sólo son capaces de generar una revolución quienes han captado la esencia del ayer. Pero no un pretérito perfecto, sino un pasado indefinido, amplio, que se remonta a los inicios de la propia civilización en la que uno se sumerge.

Tal vez he aquí lo que, sin afirmarlo tan abiertamente, nos ha querido transmitir David J. Bederman en su reciente libro sobre los fundamentos clásicos de la Constitución Americana (The Classical Foundations of the American Constitution). Cierto es que los padres de la Constitución americana lucharon contra Inglaterra empapados del espíritu liberal ilustrado de la época, pero también que ellos mismos, conscientes de la trascendencia del momento en que vivieron, se nutrieron de las fuentes de la historia antigua, incluso más que de la propia filosofía clásica, para dar solidez a su revolución, que es tanto como decir para fijar multisecularmente su propia constitución. Alexander Hamilton no duda en calificar la historia como "la guía menos falible de las opiniones humanas" (the least fallible guide of human opinions) y James Madison, como "el oráculo de la verdad" (the oracle of truth). Pero no sólo en el plano teórico, sino también en el práctico: ¿Cómo no ver en el senado americano o en la selección de su presidente influencias espartanas, púnicas y romanas? 

Los padres de la patria americana fueron amantes de la cultura clásica, y la conocieron mucho más a fondo de lo que la conoce un licenciado en humanidades de nuestros días. Los nueve colleges de las colonias, la mayoría de ellos prestigiosas universidades de nuestro tiempo (Harvard, Columbia, Princeton, Penn University, etc,) exigían un alto nivel de conocimiento del latín y del griego en su prueba de acceso. El clasicismo americano era, ante todo, un valor social más que un simple deseo de satisfacción personal. Entre los fundadores con mejor formación clásica se hallan los grandes nombres de John Adams, James Madison, Thomas Jefferson, Alexander Hamilton, pero también John Dickinson, James Wilson o Charles C. Pinckney, entre otros

El padre de la educación americana, Noah Webster, describe la formación de la época con las siguientes palabras: "la formación de la juventud se dirige hacia la historia de Grecia, Roma y Gran Bretaña; los jóvenes están constantemente repitiendo las declamaciones de Demóstenes o Cicerón, o los debates sobre cuestiones políticas en el Parlamento británico". ¡Qué lejos de la educación contemporánea! La formación clásica, entonces, ocupaba la mayor parte de la jornada de las escuelas. Así se entiende que los famosos Federalist Papers, de Alexander Hamilton, James Madison and John Jay, fuesen redactados conforme al más genuino modelo ciceroniano.

Catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad de Emory, en Atlanta (Georgia), David J. Bederman se ha educado de la mano de Harold J. Berman (1918-2007), y ello es patente. Su tesis principal, desgranada en más de trescientas sólidas páginas, es que la americana es una constitución con musculatura, orgánicamente estructurada, de mayor alcance que el propio documento constitucional per se, cuyos pilares -que van desde la separación de poderes o el bicameralismo, a la importancia de la figura del presidente, la declaración de guerra, las relaciones internacionales, etc.-, hunden sus raíces en la antigüedad clásica, que tan bien conocieron los padres de la nación americana. La tesis no es nueva. De ella nos hablaron ya Bernard Bailyn, Russel Kirk o Clinton Rositer, y se puede demostrar fácilmente leyendo a los propios founding fathers. Sí son novedosas, en cambio, la interpretación de las fuentes, el balance de influencias recibidas por los fundadores y la originalidad con que combina el autor lo jurídico con lo filosófico e histórico, ofreciendo finalmente una visión multidisciplinar, global, que se echaba en falta

En el fondo, la pasión por la libertad que se respira en los Estados Unidos de América heredada de los padres fundadores tiene su origen en el mismo concepto clásico de libertas, que vio en el ejercicio arbitrario del poder su principal adversario. Por eso, las importantes medidas para limitar y controlar el poder no son sino medios para preservar las libertades individuales, por las cuales tantos americanos han ofrecido sus vidas.

Podría parecer, a primera vista, que, con estas señas, Bederman tendría que ser uno de los grandes defensores del originalismo de Antonin Scalia y Clarence Thomas. Craso error. Una correcta aproximación constitucional ha de ser comprehensiva, y el originalismo no lo es, ni tan siquiera desde una perspectiva histórica, ya que encorseta la constitución en un momento histórico concreto, descuidando sus antecedentes y marginando su legado.

Sin duda, este libro puede ayudar a reorientar el constitucionalismo americano aportando al intenso debate un puñado de datos y reflexiones coherentes que hasta ahora no habían sido objeto de la alta consideración que merecen por parte de los constitucionalistas americanos

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