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29/03/2024. 08:25:01

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Por la Ruta del Uranio

analista del Gertrude Ryan Law Observatory

Aparicio Caicedo
colaborador del libro “China, el dragón rampante” (Thomson-Aranzadi 2007) y analista del Gertrude Ryan Law Observatory

Uno de los grandes problemas de la República Popular China es la necesidad de abastecer su creciente demanda de energía. La generación nuclear es una de las fuentes energéticas más prometedoras a largo plazo. Consientes de esta realidad, la cúpula de Pekín asegura suministros de uranio con las principales naciones proveedoras del orbe.

La creciente sed de energía del dragón asiático ha encontrado, en su vecina Oceanía, una importante fuente de la cual saciarse. El 3 de abril de 2007, los gobiernos de Pekín y Canberra suscribieron un acuerdo de enorme trascendencia. Mediante dicho pacto, China se asegura el aprovisionamiento de uranio, la materia prima fundamental para sus propósitos nucleares. Por su parte, Australia, uno de los principales productores mundiales del apreciado mineral, afianza un comprador inmejorable.

La República Popular China busca desesperadamente reducir su costosa adicción al petróleo y al carbón como fuentes de energía. Los planes de gobierno comunista incluyen la construcción de 30 nuevas plantas de energía nuclear hasta el 2020. De esta forma elevaría la cuota de producción eléctrica por generación nuclear del 2 al 6%, a la vez que intenta reducir las emisiones contaminantes. De cumplirse las aspiraciones de la cúpula comunista, el Reino Medio se constituiría en el país del mundo con la mayor infraestructura nuclear con fines pacíficos.

Lógicamente, la receta china necesita garantizar el abastecimiento de su ingrediente principal, el uranio. A pesar de que este mineral se puede encontrar en diversas partes del mundo, es difícil hallarlo en concentraciones suficientes para su explotación. Además, debido a su potencial bélico, el intercambio transfronterizo de uranio se encuentra estrictamente regulado por el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. Por todo ello, y por su creciente importancia para el mundo industrializado, la búsqueda de fuentes de abastecimiento del disputado recurso se torna, para los Estados involucrados, en una cuestión de estrategia geopolítica.

Actualmente, la nación del canguro es el segundo productor mundial de uranio. Esto convierte a Canberra en destino obligado de la mayoría de gobiernos vecinos con pretensiones nucleares a largo plazo. Así, por ejemplo, los gobiernos de Australia y Taiwán suscribieron en 2002 un acuerdo que permite a las empresas mineras australianas exportar el codiciado mineral a Taipei. Por su parte, la India, a pesar de repetidos intentos, no logra beneficiarse del uranio australiano. La razón es que Canberra no autoriza la venta de este recurso a los países que no han firmado el Tratado de No Proliferación. Nueva Delhi no ha suscrito dicho instrumento. Si bien el reciente acercamiento al Tío Sam puede compensar la negativa australiana, es preciso recordar que la alianza de cooperación nuclear entre India y Estados Unidos se encuentra pendiente de aprobación por parte del congreso estadounidense -posibilidad incierta por el momento-. Si el pacto con Washington no llega a feliz término, el gobierno indio deberá proseguir con sus intentos de convencer al canguro.

China no tiene tiempo que perder, el voraz crecimiento de su economía exige que el mandarinato aplique al máximo su habilidad política en resolver sus graves problemas energéticos. Su modelo actual de generación de energía -basa el 80% de su producción en el carbón- es insostenible. El nuevo horizonte para los chinos es la generación nuclear, más limpia y menos costosa. Por el momento, asegurar una fuente confiable de uranio constituye un paso fundamental. No obstante, los tecnócratas del Partido Comunista saben muy bien que la carrera no ha hecho más que comenzar.

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