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Relaciones comerciales China-EE.UU y el neopopulismo americano

analista del Gertrude Ryan Law Observatory

Aparicio Caicedo
colaborador del libro “China, el dragón rampante” (Thomson-Aranzadi 2007) y analista del Gertrude Ryan Law Observatory

La República Popular China se ha convertido en el nuevo caballo de batalla de la clase política estadounidense. Una ola de neopopulismo antiglobalizador, proveniente de ambos extremos del espectro político norteamericano, alarma a la opinión pública señalando los supuestos peligros que nacen de la sed de mercados del gigante asiático.

El cambio de atmósfera política en el Capitolio -y el posible triunfo demócrata en la Casa Blanca- amenaza con desdibujar los importantes lazos comerciales entre Estados Unidos y China. La nueva mayoría demócrata en el legislativo, liderada por Nancy Pelosi, actual presidenta del parlamento, ha provocado nuevas tensiones en la relación sino-americana. No es ninguna sorpresa. En el pasado, Pelosi se ha referido a los mandarines como "los carniceros de Beijing". Hay mucho descontento en el Congreso estadounidense con los supuestos estragos económicos causados por la avalancha de productos chinos y los representantes del pueblo buscan culpables. La inauguración del Diálogo Económico Estratégico EEUU-China -ciclo de conferencias anuales iniciado en diciembre de 2006 con la reunión del Secretario del Tesoro norteamericano, Henry Paulson, y la viceprimera ministra Wu Yi- es, sin duda, un sólido intento por mantener a flote las relaciones entre los dos gigantes. Sin embargo, con un Capitolio hostil a Pekín, cualquier iniciativa de acercamiento podría ser fácilmente frustrada.

La opinión pública en Estados Unidos parece inclinarse por el proteccionismo o, por lo menos, hacia una mayor mesura a la hora de realizar concesiones comerciales. Se percibe un halo de neopopulismo económico muy denso, patrocinado principalmente por el Partido Demócrata, sumado a sectores de la tienda republicana que apoyan las posturas anti-liberalización. Como ha sido costumbre durante más de dos siglos, las necesidades electorales y financieras de los políticos estadounidenses marcan drásticos virajes en las relaciones comerciales de su país. La tienda progresista depende del apoyo de grupos sindicales y asociaciones de trabajadores, potenciales afectados por el cierre de factorías y su discurso deberá adecuarse a las necesidades de su base electoral. Por otra parte, no son pocos los legisladores republicanos adictos al soporte financiero de grupos de interés encarnados por industrias poco competitivas afectadas por la competencia proveniente de China. Ello sin mencionar el auge de corrientes aislacionistas, como el paleoconservadurismo de Pat Buchanan, o el nacionalismo chovinista encarnado por el afamado periodista de la CNN, Lou Dobbs. Todos ellos enemigos declarados de un rampante "cosmopolitismo económico". Algunos académicos antiglobalización más serios, otrora parias del establishment intelectual, como Dani Rodrik, autor de "Has Globalization Gone Too Far?", están cosechando ratings muy altos en la cartelera del pensamiento económico norteamericano.

Los congresistas Schumer y Graham parecen haber olvidado la hospitalidad recibida durante su estancia en Pekín y se preparan para volver al ataque. Ambos han manifestado estar en búsqueda de nuevas fórmulas para atacar la manipulación monetaria de China. Por su parte, Max Baucus, del Comité de Finanzas del Senado, aboga por incrementar el papel del parlamento como guardián de las relaciones comerciales internacionales.

Un informe muy reciente del United States-China Business Council señala que la República Socialista se ha convertido en el cuarto destino de las exportaciones estadounidenses. Según el documento, durante el último año, el coloso de oriente compró productos Made in USA por un monto de 55,2 mil millones de dólares, lo cual significa un aumento del 240 por ciento desde el año 2000. Gran parte de las mercaderías enviadas al mercado chino desde Estados Unidos son productos "generadores de trabajo" como equipos de transportación y maquinaria pesada, así como artefactos electrónicos y ordenadores.

La administración Bush se ha mostrado receptiva a la presión ejercida desde el Congreso. La Casa Blanca intenta lograr la ratificación de diversos tratados comerciales firmados con países como Corea de Sur y Colombia -ya lo logró con Perú-. Las recientes reclamaciones presentadas por Washington ante la Organización Mundial de Comercio (OMC), alegando la falta de cumplimiento de los compromisos del gobierno chino en materia de propiedad intelectual, forman parte del espectáculo político ineludible para apaciguar los ánimos en el seno del parlamento. Wu Yi ha contestado en tono desafiante que las acciones planteadas por la administración estadounidense ante la OMC amenazan con debilitar las relaciones comerciales sino-americanas. De resurgir las tensiones, seguramente el mandarinato intentará un acercamiento comercial decisivo exaltando, una vez más, los intereses económicos del Tío Sam.

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