nº 1.003 - 30 de enero de 2024
Reseña de la obra ‘El emperador’, de Ryszard Kapuscinski (1983)
Aitor Hervás Portus. Estudiante del Máster de Acceso a la Abogacía y la Procura (Universidad de Deusto. Bilbao)
Estamos ante un personaje peculiar. Nos podemos referir a él de muchas maneras: Haile Selassie, Ras Tafari Makonnen, Rey de reyes, descendiente directo del mismísimo Rey Salomón, último emperador de Etiopía. Algunos lo tenían como un tirano, un demagogo, un demente. Otros, en cambio, lo idolatran hasta el punto de contemplarlo como un Dios. En cuanto a su reinado, este estuvo marcado por su estrambótica personalidad. Así la vemos reflejada por ejemplo en sus leoninas mascotas, sus palacios en remotas provincias del país en los cuales nunca había puesto pie o en sus poco prácticas políticas de gobierno.
Lo cierto es que en esta obra somos un integrante más del palacio de un decadente imperio. Mientras las páginas van pasando, nosotros vamos aprendiendo sobre la historia del país de la mano de los miembros de una multitudinaria corte, en la cual cada uno cumplía con una función específica. Conocemos desde al hombre que se encargaba de abrir las puertas hasta al lector del emperador. Ante este oasis tan alejado del resto de los etíopes, descubrimos que, mientras unos pocos disfrutaban de riquezas inimaginables, la mayoría vivían en la más absoluta miseria.
El libro se centra en el transcurso de los últimos años del imperio etíope, que se van acelerando en nuestra lectura, hasta que, de pronto, nos encontramos solos frente al emperador. O, más bien, frente a Haile Selassie porque, aunque él actúa como emperador, en realidad ha dejado de serlo. La modernidad, las enormes desigualdades, la pobreza, las hambrunas, las revueltas militares… forman un cúmulo de problemas para un imperio que se va apagando y con él, también se apaga la figura del emperador. ■