nº 1.005 - 27 de marzo de 2024
Reseña de la obra ‘Pyongyang’, de Guy Delisle (2003)
Javier Díaz Fernández. Abogado Asociado Senior en Cuatrecasas y Profesor de Derecho Administrativo (Universidad de Deusto. Bilbao)
El quebequés Delisle aborda en una de sus más conocidas obras sus vivencias personales durante su estancia en Corea del Norte. Esta obra, quizás la más conocida del autor, le valió varias nominaciones a los premios Eisner en 2006 (mejor autor y mejor obra de no ficción), así como la nominación a la mejor obra extranjera en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona.
Como en tantos otros regímenes totalitarios, en Pyongyang encontraremos el esperpento en su máxima expresión y la presencia omnímoda de una dinastía hereditaria que se perpetúa sin fin: Kim Il-Sung (1912-1994), que siguió presidiendo el país incluso tras su muerte (como «Padre de la Nación») y que fue creador de la ideología Juche, Kim Jong-il (1941-2011), autoproclamado el «Querido líder», y finalmente, Kim Jong-un (1984), educado en Suiza y actual «Líder Supremo».
El culto sistemático a la personalidad de esta suerte de siniestra trinidad es otra de las señas de identidad de Corea del Norte, como también lo es la creación de un clima de delación y conspiración entre sus ciudadanos, lo que justifica un belicismo exacerbado y mantiene a toda la población debidamente alerta y preparada frente a una supuesta amenaza externa procedente de las potencias extranjeras.
Esta es una constante que encontramos en otras obras de no ficción que abordan situaciones políticas similares, como es el caso, por ejemplo, de «El Emperador» de Ryszard Kapuscinski. Imposible permanecer indiferente ante la historia de la Etiopía de Haile Selassie, autoproclamado Rey de Reyes, León de Judá, Muy Altísimo Señor y Su Más Sublime Majestad (descendiente directo del mismísimo Salomón). En ella encontramos otra forma de abordar el dolor, el esperpento y el surrealismo propios de todo régimen autocrático y totalitario.
También en Pyongyang la ciudad se presenta ante el visitante extranjero como un auténtico decorado en el que todo contacto con la población se controla y restringe, como un espacio orwelliano en el que ha desaparecido la diferencia entre la vida privada y la vida pública, algo que Hannah Arendt destacó como uno de los rasgos más genuinos del totalitarismo. Nada escapa al control del régimen ni siquiera, por supuesto, las creencias más íntimas y personales.
No sin humor, a través de su irónica y aguda mirada, Delisle nos describe, como extranjero, su día a día en uno de los regímenes autoritarios más herméticos y opresivos del mundo. La mirada de Delisle tiene así la gran virtud de servirnos de puerta de entrada al universo de Corea del Norte.
En efecto, mientras que la obra de no ficción de Masaji Ishikawa, «Un río en la oscuridad», nos aporta el descarnado testimonio personal de quien sufrió la brutalidad de este implacable régimen (de forma similar a la ganadora en 2013 del premio Pulitzer de ficción, «El huérfano» de Adam Johnson), la obra de Delisle nos aporta la visión de quien se encuentra en la periferia de aquél, del extranjero que disfruta de un visado temporal al que el régimen y su propaganda política pretenden imponer su mejor cara y una determinada mirada.
Ambas obras son dos caras de la misma moneda, dos visiones complementarias de una misma realidad que es difícil de comprender para nosotros no solo por su lejanía física, sino muy especialmente por los muy distintos valores y principios fundacionales de nuestras sociedades. En definitiva, nos encontramos ante una lectura no solo recomendable, sino necesaria, ya que nos hará poner en valor las conquistas individuales y sociales en materia de derechos y libertades individuales de que disfrutamos. ■