nº 1.007 - 30 de mayo de 2023
El síndrome del quemado
Andrés Pascual. Abogado y escritor
El estrés por la sobrecarga de trabajo conlleva un menor rendimiento y aumenta los errores
No es suficiente estar ocupado; también lo están las hormigas. La pregunta es: ¿En qué estamos ocupados?
En un artículo del Consejo General de la Abogacía Española descubrí una encuesta que la consultora Keystone Law realizó a cientos de abogados del Reino Unido para conocer cuáles eran las causas de altísimo estrés de la profesión. Concluía que el factor de mayor incidencia –tras las exigencias de los clientes, la presión por la facturación y la alta competitividad– era la sobrecarga de trabajo; y caía como una losa la gran pregunta: ¿trabajan los abogados para vivir o viven para trabajar?
Durante los veinte años en los que me enfundaba la toga para intervenir como abogado en el foro día sí, día también, en esos minutos compartidos con los compañeros en el pasillo antes de entrar a sala siempre se repetía la misma conversación: «¿Qué tal todo?», «Uf, todo el día liado, no me da la vida», «Mejor eso que lo contrario, ¿no?». Y entonces venían las quejas sobre un agotamiento que, esto es aún peor, nos llevamos a casa. Al final va a ser cierta la teoría del consultor James Clear, que explica que nuestra vida está representada por una cocina con cuatro quemadores que simbolizan: familia, amigos, salud y trabajo. «Para tener éxito –sostiene–, debemos apagar uno de los quemadores. Y para ser realmente exitosos tenemos que cortar dos».
La solución comienza por tomar conciencia
«No es suficiente estar ocupado; también lo están las hormigas. La pregunta es: ¿En qué estamos ocupados?» Esta frase que hace siglo y medio dejó escrita el pensador norteamericano H. D. Thoreau demuestra que la productividad no es una obsesión nueva. Durante décadas hemos pensado que, cuanto más trabajo tuviéramos, mejor. Y en cierto modo es verdad, pero ¿a qué coste? El secreto como siempre está en el equilibrio.
El estrés que provoca la sobrecarga de trabajo y horarios excesivos conlleva un menor rendimiento y –cuidado con esto– aumenta la probabilidad de errores. En Japón, un país que conozco bien y sobre el que he escrito mucho, tienen tantos problemas con la presión laboral o profesional que hasta han creado un término: karoshi, que significa «muerte por exceso de trabajo». Esto, que de primeras parece una broma, quizá esté más cerca de nuestra realidad cotidiana de lo que pensamos: ¿Me duelen las cervicales por una mala higiene postural en el ordenador y no voy al fisio porque no tengo tiempo? ¿Sufro insomnio porque me llevo los asuntos del despacho a casa y, en lugar de cambiar algún hábito, me enchufo una pastilla? ¿Siempre pienso que el resto de mis compañeros y mis amistades no trabajan nada en comparación conmigo?
La solución para salir de esta rueda y ser capaces de producir al máximo sin destruir nuestra salud física y mental comienza por tomar conciencia que somos nosotros mismos –y no los fogones de James Clear– los que estamos quemados, lo que se denomina técnicamente con el anglicismo síndrome de burnout.
Pistas para descubrir si estás quemado
– Cada vez me comunico y colaboro menos. Si piensas que no tienes dos minutos para tener una conversación que te pide un compañero, es que necesitas parar cuatro. La abogacía –como todo en la vida– es una carrera de fondo y de equipo en la que no podemos avanzar solos. Cuando estamos quemados vamos acumulando llamadas y correos por responder, mensajes de WhatsApp que se pierden en la memoria… Nunca hay tiempo para nada que no sea lo inmediato. Nuestra agenda es imposible. Se confunden los límites entre lo urgente y lo importante.
– Soy un nido de quejas. Cuando por fin accedemos a compartir con los demás nuestro preciado tiempo, convertimos nuestro discurso en una queja constante, comenzando por el «si es que no tengo tiempo para nada». Esto, entre otras cosas, resulta tremendamente aburrido para la persona que tienes enfrente, por lo que se minan las posibilidades de colaboración. Del mismo modo, la queja está ligada con una actitud de victimismo igualmente destructiva. Cuando actuamos desde el rol de víctimas –»el sistema está corrupto», «no hay suficientes jueces», «la IA va a dejarnos a todos sin trabajo»– esperamos que las soluciones vengan de fuera, lo cual no lleva a ninguna parte. Las soluciones surgen de una actitud proactiva, en la que nos percatamos de la situación, la analizamos de forma consciente y serena y vamos poniendo sobre la mesa pequeños cambios que, con el tiempo, provocan grandes transformaciones.
– Cometo errores poco habituales. Si has dicho más de una vez en los últimos meses algo así como «esto nunca me había pasado a mí», está sonando una alarma. La fatiga, por un lado, es una destructora de la atención; y, por otro, nos impide priorizar, lo que hace que vayamos acumulando cosas pendientes sobre la mesa y que, debido a la urgencia de los plazos, terminemos tomando algunas decisiones sobrevenidas o poco maduradas sobre asuntos que requerirían un estudio más profundo.
– Hago micromanagement. Cuando estamos quemados nos sentimos inseguros y aumenta la necesidad de controlar tareas que deberíamos delegar. Si actuamos así es por miedo a lo que pueda ocurrir si no estamos encima, pero lo que conseguimos a cambio es no concentrarnos en nuestros propios cometidos y robar tiempo y energía al colaborador, quien siente que no goza de tu confianza. ■