nº 1.009 - 23 de julio de 2024
Los pleitos hay que vivirlos como propios y sentirlos como ajenos
Óscar Fernández León. Abogado y experto en habilidades profesionales
La causa de estas actitudes reside en una excesiva implicación del compañero con su cliente, apego que conduce inevitablemente al incumplimiento de sus obligaciones deontológicas
¿Y si nos encontramos en el futuro en posiciones contrarias y el compañero antes zaherido podría ser la llave de un buen acuerdo?
Decía don Manuel Cortina: «los pleitos hay que vivirlos como propios y sentirlos como ajenos»; gran consejo que previene contra aquellas actitudes en las que el abogado adopta como propios los comportamientos y opiniones de su cliente, lo que genera no pocas situaciones complejas que impiden la solución extrajudicial de la controversia o dificultan la fluidez necesaria del proceso judicial.
Estas conductas, que ciertamente son excepcionales, se pueden producir en los primeros contactos entre compañeros, en los que a veces nos encontramos ante una respuesta seca, fría y hostil, réplica que suele dejarnos desarmados por lo inesperado de la misma. Esta actitud suele concluir con un «es que tu cliente es tal o cual…» o similar, razonamiento muy ilustrativo de una visión ya radicalizada del conflicto.
Otra modalidad puede observarse cuando recibimos escritos procesales revestidos de un lenguaje en el que las malas formas, alusiones personales y comentarios sarcásticos, a veces disfrazados bajo alguna expresión jurídica, pretenden con menosprecio resaltar la incompetencia profesional o la mala fe del compañero. También nos encontramos con actitudes descorteses de compañeros a los que nos dirigimos para saludarlo antes de entrar en sala, recibiendo una gélida mirada, a veces incluso sin desplegar la mano para chocarla, y ello ante el gesto satisfecho de su cliente.
La causa de estas actitudes reside en una excesiva implicación del compañero con su cliente, apego que conduce inevitablemente al incumplimiento de sus obligaciones deontológicas como la lealtad a los compañeros que tan flaco favor le hacen a nuestra profesión.
No obstante, siempre disponemos de tiempo para mejorar en nuestras conductas deontológicas, por lo que me permito realizar algunas reflexiones que quizás puedan ayudarnos a corregirlas.
– El derecho no es una ciencia exacta, y toda interpretación y argumentación realizada por el compañero contrario para solventar el conflicto es absolutamente legítima y solo debe discutirse de igual forma, interpretando y argumentando. Mirar por encima del hombro del compañero a través de descalificaciones personales basadas en el desconocimiento del derecho olvida dicho aserto.
– Los abogados estamos obligados a convivir en el foro, y la duración de nuestra actividad profesional es muy extensa, ¿Qué conseguimos enemistándonos con nuestro compañero? ¿Y si nos encontramos en el futuro en posiciones contrarias y el compañero antes zaherido podría ser la llave de un buen acuerdo? ¿Por qué tener que soportar la incomodidad de encuentros desagradables en los juzgados? «Los clientes pasan, pero los abogados quedan» dice el proverbio forense.
– El trabajo meditado y desapasionado del abogado sin pérdidas de tiempo en cuestiones personales, concederá a nuestra actividad mayor rigor técnico y serenidad para los intereses de nuestros clientes, ya que el apasionamiento afecta al entendimiento.
– Como señala Marcelino Alamar en el libro homenaje a la obra Sobre el Alma de la Toga, «no es mejor abogado el que sabe más derecho positivo, doctrina y jurisprudencia, si desconoce las normas deontológicas que rigen la profesión, y además se muestra insensible con los compañeros… No basta con saberse al dedillo las leyes, es necesario ser jurisprudentes, que es mucho más, en donde entran no solo conceptos jurídicos, sino también éticos…». En definitiva, el menosprecio, la ironía hiriente, el acometimiento personal, la falta de respeto nos hacen menos abogados.
– Actuar involucrado e identificado con el interés del cliente nublará el conocimiento del defensor, pues su juicio no será sereno y discreto, sino que estará afectado por la pasión del propio cliente, lo que le hará perder criterio e independencia y, sobre todo, le hará vivir unas emociones que, con cada caso, se volverán frecuentes o muy intensas desde una perspectiva negativa (ira, tristeza, ansiedad, etc.).
– En relación con los escritos, y dada la notoria ofensa que estos entrañan al sentido común, es obvio que cuando se rebasan los límites tolerables de la defensa se provoca el desagrado del juez, quien no van a dar mayor razón a la parte que actúa más agresivamente. Es más, estos extremismos pueden ser objeto de llamada al orden aquél. Las posturas extremistas no hacen que el juez de la razón, simplemente perjudican.
Todo lo anterior se refuerza con el contenido del artículo 11 del vigente Código Deontológico de la Abogacía, cuya lectura aconsejo, pues las faltas de respeto y desconsideración entre compañeros no son actos aislados, sino quiebras en los pilares que sostienen y conforman nuestra profesión.
¿Qué podemos hacer? Pues fomentar en nuestros propios despachos conductas positivas y, sin perjuicio del importantísimo papel que tienen los colegios de abogados en el sentido de fomentar las mismas, fomentar nuestra autoformación deontológica.
Destaco finalmente algunas actitudes positivas:
– Atender a los compañeros con preferencia, respeto y cordialidad cuando contacten con nosotros con el fin de resolver una controversia.
– Emplear en nuestros escritos expresiones respetuosas evitando toda alusión personal.
– Saludando con cordialidad al compañero adverso antes y después del acto procesal, tanto activamente (el que se dirige al otro) como pasivamente (el que recibe el saludo).
Todo se resume en una palabra: respeto. ■