nº 1.012 - 5 de diciembre de 2024
El difícil arte de poner límites
Andrés Pascual. Abogado y escritor
Poner límites a los clientes no es inflar el orgullo, sino honrar nuestro trabajo
El trabajo está lleno de pocos vitales y muchos triviales, y la falta de tiempo es en realidad una falta de prioridades
Allá por el 1993, al poco de empezar a ejercer con mi abuelo en Nájera, una pequeña ciudad de La Rioja, vino al despacho un cliente con una pregunta sobre una servidumbre de paso que le traía a mal traer. El abuelo escogió un tomo de la estantería –poblada de Aranzadis de suelo a techo– y buscó, reconcentrado, una página que leyó en voz alta y calmó al agricultor. Cuando, al despedirse, le dijo el precio de la consulta, aquel se quejó: «¡Pero si lo único que ha hecho ha sido leerme un párrafo de un libro!». Y mi abuelo, que ya había vuelto a colocarlo en su sitio, le contestó: «Si usted es capaz de encontrar dónde lo pone, yo le pago el doble».
Esto, que parece un chiste, no lo es. En ocasiones hay que poner límites. Todos hemos tenido clientes que utilizan, quizá sin ser conscientes, palabras que dañan. Recuerdo a un empresario, en mis últimos tiempos como abogado en ejercicio, que cuando un pleito salía bien decía: «Es que esto estaba ganado»; mientras que el día que uno se torció, no tardó en apuntar con saña: «Es que usted ha perdido el asunto». Cuando se lo eché en cara, no sé si le sentó mal, pero sí sé que yo me sentí muy bien. Poner límites no es inflar el orgullo, sino honrar nuestro trabajo.
Los límites, también con nosotros mismos
Hoy también quiero hablar de otro tipo de límites: los que hemos de ponernos a nosotros mismos. Siguiendo con las palabras dañinas, a veces nos miramos al espejo y pensamos cosas como: «no vales para nada», «eres demasiado viejo para destacar en el nuevo paradigma de los juzgados» o «eres demasiado joven para hacerte un hueco entre tanto gran despacho». Estos enunciados, que hacen mucho daño aunque no lleguen a salir de nuestra boca, son muy injustos, ya que no hay verdades absolutas a las cuales reducir nuestra existencia. Para no bloquearnos y salir adelante en la jungla cotidiana hemos de cultivar algo que nos sale de forma natural cuando interactuamos con un niño pequeño o con una persona mayor: la compasión. En una profesión en la que todo el mundo te está juzgando en todo momento, hemos de ser autocompasivos.
Pero dando un paso más, dejando de lado las emociones y bajando a lo práctico, también hemos de ponernos límites en la realización de nuestras tareas.
Cyril Northcote Parkinson, un historiador naval británico autor de unos sesenta libros, enunció la siguiente ley: «el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine». Esto es, si en lugar de irnos a casa a las 20h nos vamos a las 22h… o a las 23h… o a la que toque, en muchas ocasiones el resultado será el mismo. Cuando, por el contrario, contamos con un tiempo determinado, lo apreciamos en su justa medida y lo utilizamos para hacer aquello que es de verdad importante y que va a brindarnos un beneficio. Ponernos límites nos ayuda a concentrarnos, a priorizar y a simplificar, volviéndonos más productivos.
No se trata de apuntarnos al club de fans de Tim Ferriss, el autor del best seller La semana laboral de 4 horas. En un despacho se trabaja lo que hay que trabajar. Pero quizá sí debamos reflexionar sobre su protocolo para eliminar determinadas tareas que nos piden mucho y nos dan poco a cambio. Como dice Ferriss, el trabajo está lleno de «pocos vitales y muchos triviales», y la falta de tiempo es en realidad una falta de prioridades que en ocasiones tiene su origen en la comodidad, pues llevamos a cabo en primer lugar lo que nos resulta más sencillo. Como digo, valga esto para provocar unos minutos de introspección, que siempre está bien parar y mirar hacia dentro.
Las leyes del tiempo
Si, llegados hasta aquí, has pensado que quizá no venga mal poner algún límite en tu gestión del tiempo (más aún cuando ello no va a suponer menos beneficio, sino más productividad), aprovecho para compartirte unas leyes que siempre tengo presentes, extraídas del Time Mindfulness de la economista Cristina Benito:
– Lo importante requiere más atención que lo urgente: Lo que etiquetamos como «urgente» es importante para otros, pero no para uno mismo. Has de priorizar lo que es importante para ti. Quien gestiona su tiempo con sabiduría no se deja atrapar por el anzuelo de las urgencias.
– Una pausa activa es una excelente inversión: Para llenarnos de ideas y proyectos nuevos, necesitamos darles un espacio, y eso resulta imposible si siempre estamos corriendo de una urgencia a la siguiente. Una parada para reflexionar e inspirarnos acaba dando mejores dividendos que la acción por la acción.
– Tus prioridades son las estrellas que marcan tu rumbo. Decía Séneca que «ningún viento es favorable para quien no sabe adónde va» y ese es el peligro de vivir sin tener claras nuestras prioridades. Se puede acabar dilapidando el tiempo en cosas secundarias sin dar un sentido profundo a nuestra existencia.
– Cada «no» que das es un «sí» a todas las demás opciones: Volviendo a los límites que dan título a este artículo, ser asertivo es preservar el tiempo, ya que cada cosa que hacemos por los demás dejamos de hacerla por nosotros. Sin llegar al egoísmo, encontrar un equilibrio entre el servicio al mundo y el respeto por uno mismo es la clave de un buen uso del tiempo. ■