nº 1.017 - 24 de abril de 2025
El Círculo de Influencia de S. Covey: una herramienta esencial para el abogado
Óscar Fernández León. Abogado experto en habilidades profesionales. Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla
La enseñanza es clara: las personas proactivas invierten su energía en el Círculo de Influencia, mientras que las personas reactivas tienden a quedarse atrapadas en el Círculo de Preocupación.
En medio del caos judicial, los cambios legislativos, las emociones intensas de los clientes y las tensiones internas del despacho, cultivar una actitud proactiva y estoica no es solo una filosofía: es una herramienta de excelencia profesional y bienestar personal.
En un entorno tan exigente, cambiante y, a menudo, agotador como el de la abogacía, la capacidad de mantener el foco, la serenidad y la eficacia se convierte en un verdadero arte. En este sentido, pocas ideas resultan tan poderosas como la que nos ofrece Stephen R. Covey con su concepto del Círculo de Influencia, y que –curiosamente– hunde sus raíces en una filosofía milenaria: el estoicismo.
En su libro Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, Covey nos anima a reflexionar sobre dónde ponemos nuestra energía emocional y mental. Distingue entre:
– El Círculo de preocupación: todo aquello que nos inquieta pero sobre lo que no tenemos control (las decisiones de un juez, una reforma legislativa, la actitud de un cliente, la economía…).
– El Círculo de influencia: todo aquello sobre lo que sí tenemos poder de acción (nuestra preparación, nuestra actitud, nuestra forma de comunicar, nuestra conducta…).
La enseñanza es clara: las personas proactivas invierten su energía en el Círculo de Influencia, mientras que las personas reactivas tienden a quedarse atrapadas en el Círculo de Preocupación.
Pero lo más importante es entender que este círculo no es estático. Cuando somos proactivos, el Círculo de Influencia se expande. Esto ocurre porque ganamos confianza en nosotros mismos, y porque los demás perciben nuestra actitud como fiable, constructiva y resolutiva. Además, dejamos de gastar energía en lo que no depende de nosotros y la invertimos en aquello que sí da frutos. De ese modo, cultivamos relaciones basadas en la responsabilidad y la colaboración, lo que refuerza aún más nuestra capacidad de influir positivamente en nuestro entorno.
Un abogado que, por ejemplo, responde con claridad ante un cliente exigente, que cumple los plazos, que comunica con honestidad y empatía… va ganando margen de confianza y de actuación. Su entorno reacciona positivamente. Eso es ampliar el Círculo de influencia. En cambio, quien se queja constantemente del sistema, de los jueces, de los clientes o del mercado, pero no hace nada concreto por mejorar su desempeño o su actitud, ve cómo su capacidad de acción se reduce. Y con ello, su motivación.
Lo más fascinante de este planteamiento es que no es nuevo. Hace más de dos mil años, el filósofo estoico Epicteto afirmaba: «De las cosas, unas dependen de nosotros y otras no. Si aprendemos a distinguirlas, seremos libres».
Los estoicos defendían que la libertad interior y la sabiduría radicaban en enfocarse exclusivamente en lo que uno puede controlar: sus pensamientos, sus decisiones, sus acciones. El resto –el juicio de los demás, la fortuna, la salud, el destino– debe ser aceptado con serenidad. Pues bien, este principio no solo encaja con el Círculo de influencia de Covey, sino que lo anticipa y lo sustenta. Covey lo convierte en una herramienta práctica para la vida profesional.
Imaginemos que un abogado recibe a un nuevo cliente que se muestra frío, desconfiado y receloso. Quizá ha tenido malas experiencias previas con otros profesionales o arrastra inseguridad jurídica. Esto podría generar malestar en el abogado, frustración o incluso distanciamiento emocional. Pero ¿qué depende realmente de él?
Desde el Círculo de influencia, el abogado puede decidir:
– Escuchar activamente sin tomarse nada como algo personal.
– Mostrar cercanía, transparencia y disponibilidad.
– Explicar de forma didáctica, sin tecnicismos, cada paso del procedimiento.
– Reforzar mensajes de confianza: «Estoy aquí para ayudarte», «Este es el plan, y te acompañaré en cada paso».
– Mantener informado al cliente proactivamente, antes de que tenga que preguntar.
No puede controlar que el cliente confíe al instante, pero sí puede cultivar el terreno para que esa confianza florezca. Y con ello, su influencia aumenta.
Pero también se da otro escenario muy habitual: un cliente con el que ya existe una relación previa, incluso sólida, comienza a comportarse de forma distante o desconfiada. Quizá por un retraso ajeno al abogado, por un malentendido, por influencia de terceras personas… o simplemente por una etapa emocional complicada. La reacción reactiva sería sentirse traicionado, molesto, o entrar en una dinámica de frialdad recíproca. La respuesta proactiva, en cambio, consiste en preguntarse: «¿Qué puedo hacer yo para recuperar esa confianza, sin esperar a que el otro dé el paso?»
El abogado puede:
– Pedir una reunión breve para aclarar sensaciones o expectativas.
– Mostrar empatía y reconocer la importancia de su confianza.
– Volver a explicar con claridad el estado del asunto.
– Reafirmar su compromiso y disponibilidad.
Aunque no se pueda controlar la actitud del cliente, sí se puede influir con acciones concretas, honestas y constructivas. Y muchas veces, ese gesto abre la puerta a restablecer –incluso fortalecer– el vínculo profesional.
Tanto Covey como los estoicos nos recuerdan una verdad esencial: no siempre podemos elegir lo que ocurre, pero sí cómo respondemos.
Para el abogado, esto es una brújula. En medio del caos judicial, los cambios legislativos, las emociones intensas de los clientes y las tensiones internas del despacho, cultivar una actitud proactiva y estoica no es solo una filosofía: es una herramienta de excelencia profesional y bienestar personal. Porque al final, el verdadero poder no está en cambiar el mundo externo, sino en dominar nuestro mundo interno, y desde ahí influir con serenidad, foco y eficacia en todo lo que nos rodea. ■