nº 1.018 - 30 de mayo de 2025
Reseña de la obra ‘Nosotros’ de Yevgueni Zamiatin (1920)
Jose Ramón Intxaurbe Vitorica. Decano de la Facultad de Derecho (Universidad de Deusto. Bilbao)
Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, está considerada como una de las obras fundacionales del género distópico. A menudo se la menciona como un precedente directo de Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell. Las tres obras, por cierto, fueron programadas en Leyendo en Clave Jurídica, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Deusto, dentro del ciclo «Delirio o clarividencia ¿Qué obra distópica ha anticipado mejor el futuro en el que vivi(re)mos?».
No obstante, reducir el papel de Zamiatin al de un simple precursor del trabajo de los dos autores británicos resulta injusto. Hay un elemento determinante que no se debe perder de vista, el ruso no solo imaginó los horrores de un Estado totalitario, sino que los vivió en carne propia, primero bajo el zarismo y después bajo el régimen soviético. Su obra está incardinada en esta experiencia vital, con lo cual Nosotros no debería ser leída solo desde el prisma del género literario que ayudó a cimentar, sino también como una obra de denuncia, de advertencia contra las tendencias liberticidas que surgen a lo largo de la historia, impregnada de un sentido ético que renueva constantemente su vigencia e interpela a sucesivas generaciones de lectores.
Nosotros se ambienta en una sociedad futura donde la felicidad colectiva se ha erigido en el bien supremo, a costa de anular la libertad individual. El protagonista, que responde al código impersonal D-503, es un ingeniero y matemático que participa en la construcción de La Integral, una nave diseñada para llevar la razón y el orden del Estado Unido a otros planetas. «Vivan los números» proclama eufórico el Periódico del Estado.
La novela está estructurada en forma de diario íntimo, con cuya lectura vamos asistiendo al despertar de la conciencia individual de D-503, algo que le ocurre después de encontrarse con una escurridiza mujer identificada como I-330. A partir de este momento, el protagonista comienza a desarrollar su imaginación, la mayor rebelión posible contra el Estado, porque el surgimiento de la propia conciencia lo lleva a descubrir sus pulsiones y deseos internos, su alma, que en esta época es considerada una enfermedad incompatible con la felicidad oficial.
El Benefactor, líder absoluto de esta sociedad, ordenará que los engranajes (¿las personas?) de esta sociedad sean despojados de sus sentimientos y de su imaginación. Así quedarán equiparados con los mecanismos en su perfección inhumana. Así nos asomamos a la tesis principal de la novela: cuando el racionalismo instrumental se convierte en razón de Estado, el ser humano acaba reducido a mera pieza de un engranaje social complejo; pulcra en su apariencia, pero prescindible y vacía.
La perspectiva de Zamiatin estuvo claramente influida por su propia biografía. Durante la Primera Guerra Mundial trabajó como ingeniero naval en los astilleros de Newcastle (Reino Unido), donde entró en contacto con el taylorismo, la producción en cadena y los efectos del racionalismo industrial aplicado a la economía de guerra. Nos resulta fácil imaginar cómo, bajo estas circunstancias y en aquellos gigantescos hangares, su imaginación pudo inflamarse para concebir un mundo futuro en el que lo óptimo está vinculado a la eficiencia mecánica y a la supresión de las emociones.
No es casualidad que la acción de la novela se sitúe en un futuro tan remoto como aquel en el que la humanidad sea capaz de construir naves intergalácticas. A pesar de esta ambientación futurista, el mensaje de la obra resultó tan subversivo para las autoridades soviéticas que fue necesario sacarla clandestinamente de Rusia para publicarla en el extranjero. Su edición en ruso no se autorizó hasta 1988.
Una mención especial merece la cuidada edición a cargo de Marta Rebón en la traducción y Ferrán Mateo en las anotaciones, para la editorial Salamandra. El volumen no solo incluye un valioso aparato crítico al final, sino que se enriquece con los prólogos de Margaret Atwood, George Orwell y Ursula K. Le Guin, lo que ayuda a contextualizar la relevancia e influencia de esta obra singular. Un esfuerzo editorial que se suma al impecable trabajo que ambos especialistas realizaron para la editorial Navona con El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov, otro autor silenciado por el estalinismo que, como Zamiatin, tuvo la audacia de escribir al propio Stalin a fin de que se levantara la prohibición que les impedía publicar sus obras o bien se les diera permiso para marchar al extranjero. Zamiatin obtuvo la autorización para salir de la URSS; Bulgákov no. Ambos murieron un 10 de marzo con tres años de diferencia y en condiciones precarias, muy alejadas del reconocimiento al que su talento les hacía acreedores, pero dejaron obras que resisten el olvido y la censura. Sus novelas siguen siendo testimonios indispensables y valientes que advierten contra los totalitarismos deshumanizadores y figuran en el canon de la mejor literatura rusa. Vamos, que no se lo pierdan. ■