La actitud no lo es todo, pero ayuda
Andrés Pascual
Escritor y conferenciante
Una actitud positiva no cambia las circunstancias, pero sí cambia lo que eres capaz de hacer con ellas. No te asegura los resultados, pero sí puede allanarte el camino hacia ellos
Cuando cultivas una actitud de entusiasmo, además de ahorrarte sufrimiento a ti mismo, se lo ahorras a los demás
La anécdota que voy a contar ocurrió en 1992, pero el tiempo no la ha borrado de mi memoria. Corrían mis primeros días de abogado y llegué a un juzgado de La Rioja con mi chaqueta nueva y ese brillo especial en la mirada, mitad de excitación, mitad de nervios. Antes de entrar en sala charlé un buen rato con la procuradora, quien me preguntó por mi vida. En un momento dado, tras ver cómo me venía arriba al hablarle de mis proyectos y todo lo que quería aprender y llevar a cabo, declaró:
– Es una lástima, pero este sitio muy pronto te convertirá en un ser gris sin muchas ganas de nada. Nadie se libra.
Y señaló con los ojos el salpicón de togas que había por allá.
Me quedé de piedra. ¿De verdad tenía que pagar ese precio? Yo siempre había sido una persona alegre y expresiva, me ilusionaba abrir nuevas puertas, retarme, celebrar. Pero tal vez el reprimirme y volverme un triste era la única vía para que me tomasen en serio en aquel nuevo mundo, la forma de que los clientes y jueces no me considerasen un frívolo o poco comprometido… Su comentario me impactó tanto que no dejé de darle vueltas hasta que, cuando volví a verla, hinché el pecho y le dije:
– De eso nada. Ningún montón de expedientes, por polvoriento que sea, va a enterrar mi entusiasmo.
– Si no es por ti, es por el ambiente –argumentó ella–. Muchas veces es duro.
Y como réplica, le conté que Nelson Mandela, por aquel entonces recién liberado tras el apartheid, había pasado veinte años encerrado en una celda diminuta desde la que, cada mañana, sonreía a su carcelero. Con ese gesto, el líder sudafricano venía a decir: pueden robarme la libertad de movimiento, pero ninguna situación, por dura que sea, me robará nunca la libertad de escoger mi actitud.
El ciclo de la actitud
Vayamos por partes: ¿a qué me refiero cuando hablo de actitud? A una disposición mental que condiciona la forma en la que interpretamos el mundo –situaciones, personas, ideas– y, en consecuencia, también condiciona la manera en la que nos comportamos.
Afinando un poco más: la actitud influye en nuestra atención, haciendo que valoremos unas cosas e ignoremos otras; esta percepción personal de la realidad influye en nuestras emociones –que son automáticas, pero nunca arbitrarias–; y estas emociones influyen en nuestra fisiología y energía disponible, empujándonos hacia el comportamiento que ponemos en marcha.
En ambientes de conflicto, como es un despacho, donde las emociones negativas de los clientes lo inundan todo, es preciso convertirnos en dueños de nuestra actitud. Hemos de desterrar la desesperanza, la resignación o la desidia y optar por una actitud entusiasta, con lo que esta conlleva de curiosidad, de aprendizaje, de gratitud, de celebración. Y esto no va de positivismo tóxico, ni de pretender que el mundo se pinte de rosa Barbie. Va de ser más efectivos en nuestro trabajo. Tu actitud no cambia las circunstancias, pero sí cambia lo que eres capaz de hacer con ellas. No te asegura los resultados, pero sí puede allanarte el camino hacia ellos.
Entusiasmarte es una responsabilidad
La falta de entusiasmo afecta a nuestra vida desde perspectivas muy diversas. Hablando del trabajo en un despacho colectivo, piensa en la apatía que se instala en los equipos cuando los que tiran del carro se apagan. Si el resto del equipo no ha forjado sus propias herramientas emocionales para mantener el entusiasmo encendido, todo se vuelve mecánico y rutinario; solo se realiza el esfuerzo justito para cumplir. Los días son un mero trámite que pasa sin emoción, ni sentido ni ganas de aprender nada nuevo, por lo que las oportunidades también pasan por delante sin que nadie las vea.
Y cómo no, la falta de entusiasmo afecta las relaciones personales. Al igual que las emociones positivas son contagiosas, también lo son la desmotivación, el conformismo… Si las relaciones pierden vitalidad, cada vez nos separamos más; y un equipo –ahora también me refiero a la pareja y la familia– solo puede remar hacia el éxito si todos se sienten uno.
La actitud de entusiasmo no es un estado de ánimo pasajero o una euforia superficial. Es una forma consciente y activa de estar en el mundo que parte de una decisión valiente. Y si no lo haces por ti, hazlo por quienes te rodean. Tu actitud es tremendamente contagiosa. Además de afectar a tu forma de ser, determina tu forma de relacionarte. Cuando cultivas una actitud de entusiasmo, además de ahorrarte sufrimiento a ti mismo, se lo ahorras a los demás. ■