nº 973 - 29 de abril de 2021
El autocontrol o la gestión emocional del abogado
Óscar Fernández León. Abogado y experto en habilidades profesionales
La capacidad de autogestión es fundamental en el abogado, pues interviene en un escenario en el que la manifestación visible de las emociones y sentimientos son el pan de cada día
No hay mayor grandeza que actuar con moderación cuando todo está en nuestra contra
Si la autoconciencia se corresponde con la capacidad del individuo de comprender las emociones, los puntos fuertes, las debilidades, las necesidades y los impulsos de uno mismo, la autogestión o autocontrol, siguiendo a Daniel Goleman (psicólogo estadounidense, que adquirió fama mundial a partir de la publicación de su libro Emotional Intelligence en 1995), representa la capacidad de controlarlos y canalizarlos de forma útil. Por lo tanto, a través de la primera, comprendemos y reconocemos lo que ocurre en nuestro interior; por la segunda, gestionamos dichas emociones de forma adecuada.
Entre las características del autocontrol, destacamos las siguientes:
– Es una capacidad vinculada al control y gestión de las emociones o impulsos.
– Control y gestión dirigida a la consecución de un objetivo.
– Se asocia al equilibrio emocional de quien lo disfruta.
– Nos hace más eficaces ante situaciones difíciles.
– Ayuda a mantener la calma y a pensar con claridad.
– Permite controlar el estrés cuando te sientes bajo presión.
– Ayuda a tomar mejores decisiones y aumenta la capacidad de concentración.
El abogado debe controlar sus emociones
La capacidad de autogestión es fundamental en el abogado, pues interviene en un escenario en el que la manifestación visible de las emociones y sentimientos son el pan de cada día. Los intereses en conflicto, fuente de controversia perpetua, es un condicionante esencial para reconocer la difícil tarea del abogado cuando interacciona con su cliente, con la otra parte y con su abogado y con los jueces.
En todos estos casos, el abogado debe controlar sus emociones y, huyendo de la manifestación del propio impulso (lo que supondría un suicidio profesional) deberá, en todo momento, pensar las cosas dos veces antes de hablar y de actuar impulsivamente.
El abogado que dispone de autocontrol sabe controlar sus impulsos y actuar conforme a sus valores y objetivos. Por ello son profesionales sumamente adaptables, transparentes, grandes motivadores, optimistas y proactivos, ya que quien domina sus emociones sabe adaptarse a los cambios, fomenta la integridad, ya que la reflexión le impedirá adoptar soluciones impulsivas habitualmente erróneas, movilizan sus emociones positivas y las de los demás para alcanzar los objetivos y, finalmente,disponen de gran capacidad de iniciativa.
De ello se deriva que los abogados que disfrutan de esta capacidad son personas reflexivas, meditativas y, por tanto, poco impulsivas. No estamos diciendo con ello que sean personas racionales, frías y calculadoras sino que, a través de su capacidad de control, saben gestionar adecuadamente sus emociones, canalizándolas y transmitiéndolas de forma adecuada, evitando situaciones inconvenientes resultantes de un nulo proceso de control del impulso.
Autoconocimiento
El aprendizaje y mejora del autocontrol requiere un completo autoconocimiento, pues sólo de esa forma podremos conocer aquellos comportamientos y hábitos que nos ayudan a perder el control. Una vez que los conozcamos hemos de realizarles una completa monitorización, observándolos (incluso avisando a amigos y familiares para que los observen y nos avisen) y, a continuación, ir corrigiéndolos en base a conductas más positivas y cercanas al autocontrol. A partir de aquí, la fuerza de voluntad es clave para continuar con este proceso de observación-control-respuesta, pues la constancia nos permitirá ir alcanzando unos mejores niveles de autocontrol. Es una medida muy interesante practicar el autocontrol en cualquier faceta de nuestra vida.
Por otro lado, para alcanzar el mayor autocontrol posible, el abogado deberá fomentar:
La prudencia: Entendida como la capacidad de analizar de forma reflexiva y atenta el tipo de acción que vamos a emprender y antes de llevarla a cabo, nos impone mantener un comportamiento sereno y calmado ante situaciones que puedan enojarnos y provocar una reacción desmedida que, a la postre, podrá causarnos perjuicios irreparables. Hay que pensar y conservar la calma cuando se presentan los problemas.
La paciencia: Entendida como la virtud para soportar con entereza situaciones difíciles y complicadas que entrañan grandes dificultades y la capacidad de actuar de forma perseverante y sin alterarnos por las contrariedades que podemos encontrarnos por el camino, constituye una herramienta ideal para, con templanza y el justo equilibrio en el actuar, evitar aquellas situaciones que puedan provocar una falta de control y disponer de la serenidad para actuar contundentemente en defensa de nuestros derechos.
Desdén: Actuar con indiferencia, o incluso un desprecio sutil, es generalmente la mejor medicina para soportar los males de opinión, pues el desdén conlleva un componente de confianza y convencimiento en lo que hacemos, que supondrá un escudo protector frente a los dardos de aquellos males.
La moderación: Fruto de la paciencia y la prudencia, el único resultado previsible de un abogado ante estas situaciones es actuar siempre con moderación, es decir, evitando caer en la ira, la pérdida de control, el grito, el insulto o la hostilidad descontrolada; al contrario, hemos de reflexionar en microsegundos y optar por una conducta que nos permita controlar los acontecimientos y, de esta forma, no poner en juego la consecución de nuestros objetivos o sufrir un daño por nuestras acciones.
Relativizar: El calor del momento es un consejero muy traicionero, pues nos impide evaluar lo que está ocurriendo en su justa medida, por lo que es muy aconsejable morderse la lengua y darse un mínimo tiempo para afrontar la situación con más frialdad. Para ello, tirando de la serenidad que nos da la moderación, actuaremos en consecuencia y, posteriormente, ya contemplaremos con más tiempo lo ocurrido. «Contra la ira, la dilación» decía Séneca.
La defensa de nuestros derechos: Todo lo anterior no puede identificarse con pusilanimidad o debilidad de carácter, sino todo lo contrario, pues no hay mayor grandeza que actuar con moderación cuando todo está en nuestra contra. De hecho, se dice que la moderación es «la elegancia en el apremio». Ahora bien, dicha moderación no está reñida con la defensa de nuestros derechos, empleando la seriedad y contrariedad que queramos transmitir; si hay que protestar citando algún derecho, si hay que llamar la atención, si hay que poner a alguien en su lugar, habrá de hacerse pero siempre evitando la desconsideración personal o la pérdida de las formas. ■