nº 973 - 29 de abril de 2021
Reseña de la obra ‘Bartleby, el escribiente’, de Herman Melville (1853)
Iker Morientes Villapun. Estudiante de 4º curso del doble grado Relaciones Internaciones + Derecho (Universidad de Deusto. Bilbao)
Herman Melville ya se labró una posición notable en el tapiz de la literatura universal con su novela Moby Dick, posición que Bartleby, el escribiente vino a confirmar. Esta obra, menos conocida que la de la ballena, es un tesoro por descubrir y, mediante una trama limpia y sencilla, refleja la cruda realidad de la sociedad norteamericana de mediados del siglo XIX.
Bartleby entra en escena como candidato al puesto de escribiente en el despacho legal del narrador. Sin excesiva vacilación, el puesto se le concede a él, con lo que entra a formar parte del equipo un elemento moderador para sus inestables colegas. Desde el comienzo, Bartleby tiene algo de ultraterreno, parece libre de cualquier pasión mundanal, se limita a trabajar, al menos al principio. Llega entonces un día en que el jefe-sin-nombre-conocido, su patrón, le requiere para una tarea adicional a la que ya desempeña con eficiencia, a lo cual contesta con un lacónico «preferiría no hacerlo».
Desde aquel momento, «preferiría no hacerlo» se convierte en el modus vivendi de Bartleby, además de la causa del creciente sentimiento de impotencia de su jefe, que parece desarmado por la frase; el escribiente se desentiende de cualquier tarea que exceda su labor de copista. La trama se desarrolla en torno al no-hacer de Bartleby, que continúa ocupando su puesto y, de hecho, hace de la oficina su residencia habitual. En un principio, el patrón se compadece de su insumiso empleado, el pobre Bartleby; lo único que pretende el narrador es domeñar la insubordinación de su empleado.
El tiempo pasa y el conflicto va en escalada, hasta que la situación se vuelve insostenible; Bartleby preferiría no hacer sus copias, no trabajar. El abogado resuelve que hay que echar a ese pobre desquiciado del despacho. El modo en que se ataja el problema puede resumirse en el clásico «si no te vas tú, me voy yo». Quien termina por irse es el jefe.
A pesar de que en un determinado momento consiguen expulsarlo de la oficina, Bartleby permanece en el edificio en que esta se encuentra. Finalmente, le apresan por vagabundo. Con grilletes en las muñecas, el ex copista recibe la visita del narrador, aunque su antiguo empleado, con lo que tiene de ultraterreno, parece alejado de la realidad que habita el abogado, impasible y distante. Lo cierto es que el destino le deparó un desagradable desenlace: la inanición.
Esta historia nos permite vislumbrar la crudeza e impasibilidad con que la fulgurante modernidad norteamericana devora la prístina humanidad, a la que Melville concede notas cuasi angélicas. No cabe duda de que, a ojos del autor, la brecha entre lo divino y lo humano parece haberse ensanchado a causa de la modernidad y su impiedad. En todo caso, en una época en que «la cuestión social» comenzaba a cobrar importancia, esta obra de Herman Melville nos dedica, con una mueca de desencanto, un aviso a navegantes. ■