nº 974 - 27 de mayo de 2021
La legítima aspiración de unas personas a ser libres e iguales
(El feminismo como equilibrio entre machismo y hembrismo)
J & F
La sociedad no puede en justicia prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano
Concepción Arenal
Quien aprovechándose de su superioridad física pretende imponer (e impone) sus opiniones y deseos a otras personas con la fuerza bruta y la violencia como única razón a duras penas merece la consideración de ser humano. Tendrá la apariencia humana. La duda es si tiene su sustancia, la esencia de lo que nos caracteriza como seres racionales.
Pues lo único que muestran ese tipo de comportamientos es su inferioridad intelectual al tiempo que su carencia de principios éticos y morales.
La fuerza, el uso de la violencia, debe quedar reservado, de forma limitada y exclusiva, al poder público y los usos admitidos en un Estado que se considere democrático, lo que no significa que, en determinadas ocasiones, de manera excepcional, y una vez agotadas todas las otras posibles respuestas, no haya que recurrir a la fuerza, que no a la violencia, pues ese uso de la fuerza es legítimo y, por tanto, resulta adecuado en un Estado social y democrático de Derecho.
Es una cuestión de equilibrio.
De igual manera el feminismo representa el equilibrio en una visión de la sociedad, eso sí, limitada a mujeres y hombres, hombres y mujeres. A una división por razón de sexo que, es posible, no resulte la más adecuada en esa sociedad en la que vivimos. Y es que el sexo es un rasgo de los que definen a las personas (una característica importante, sin duda, pero no la única).
Así lo señalan las declaraciones de derechos, como hace el artículo 14 de la Constitución al señalar que «los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».
La mera lectura del precepto llevará a algunas personas a centrarse en lo que se ha dado en llamar lenguaje inclusivo, y pondrán el acento en que la referencia inicial lo es únicamente al género masculino con ausencia del femenino «españolas». Sin obviar esa cuestión, que en algún momento habrá de ser resuelta, no se trata de la cuestión esencial.
La aspiración legítima de cualquier persona es que el trato que reciba, en cualquier situación, sea equivalente al de cualquier otra persona desprovista de cualquier rasgo, elemento, condicionante o característica que no resulten objetivamente determinantes en esa situación.
Una circunstancia física, la acreditación de una habilidad… pueden convertirse en factor de exclusión y eso puede ser correcto y lícito. El sexo en ningún caso. Porque no existe ninguna circunstancia ni en el mundo real ni en el mundo de las normas que lo justifiquen. Se podrá rechazar a una persona porque no sabe nuestra lengua, porque no acredita en la forma adecuada conocimientos de medicina, porque no ha superado unas pruebas físicas o de conocimientos. Ninguna discriminación habrá en ello.
De igual forma, no existe razón alguna, ni puede ni debe existir, por la que dos personas que realicen las mismas funciones (antigüedad al margen, por poner un ejemplo) perciban retribuciones diferentes por ello. Ninguna razón existe para conservar roles profesionales heredados. Quien quiera ser militar de carrera o profesional de la sanidad que lo sea, en tanto que cumpla los requisitos establecidos para ello. Los tiempos de médicos y enfermeras o de pilotos y azafatas han quedado atrás.
La verdadera aspiración es otra y, por evidente, parece más oculta. Es de sentimientos y percepciones. Es la de habitar un mundo pensado para los hombres. Un entorno en el que ellos se sienten no solo más a gusto, sino más seguros. Esa es la asignatura pendiente. Que todas las personas podamos ejercer nuestra libertad sin necesidad de estar en constante alerta en situaciones que, para otras personas, no representan ninguna amenaza.
Es esa la dirección y el futuro hacia el que tenemos que dirigirnos. La construcción de un escenario en el que desarrollemos nuestras vidas con libertad y seguridad, independientemente de nuestro sexo.
Es esa igualdad oculta, la que algunas personas no percibimos mientras otras sienten (y padecen), a la que nos tenemos que enfrentar. Entre tanto la igualdad será una entelequia, porque por mucho que parezca, será más aparente que real. Y eso no puede ser. El que no lo vea que mire bien. Que todos tenemos madres, que muchos tenemos hijas. ■