nº 974 - 27 de mayo de 2021
¿Ha alcanzado la igualdad de género un nivel aceptable en la abogacía?
Mª Paz de los Ríos Caparrós. Socia de Gaona, Palacios y Rozados Abogados, firma asociada a Roca Junyent Abogados
En el mes de mayo de este 2021, el diario Cinco Días publicaba un interesante artículo sobre cuáles eran los perfiles mejor pagados en el sector legal y resumía las características buscadas en la siguiente descripción: «el profesional mejor pagado en el ámbito legal, con un salario medio de 200.000 euros anuales, sigue siendo el socio con cartera de clientes. Los puntos fuertes de este perfil con una experiencia de entre 10 y 15 años, son según el estudio: que aporta generación propia de negocio, una facturación interesante para la firma, conocimiento técnico-jurídico y capacidad de liderar equipos».
No es que yo sea muy partidaria de complicar el lenguaje y añadir siempre el género masculino y femenino en toda referencia descriptiva, pero esta vez estoy segura de que no me voy a equivocar si afirmo que cualquier lector o lectora ha imaginado a un señor vestido con traje chaqueta, corbata, sonrisa abierta y mirada desafiante.
Y es que esa es la imagen del triunfador. Los tacones, el cuello alto y la manga afrancesada quizá aparezcan en segundo término, cuando el ejercicio racional que exige dejar atrás nuestros prejuicios nos fuerza a ir más allá.
Así que, a la pregunta que titula estas líneas, la respuesta es no. No la ha alcanzado y está todavía lejos del objetivo, porque lo que subyace a una aparente y normativa igualdad de géneros, son razones mucho más profundas y subliminales que han conseguido salir a la luz con el calificativo de techo de cristal, pero que es tal su transparencia que resulta muy difícil verlo hasta para las más convencidas.
Veamos cada uno de los elementos que nos llevan a realizar esta afirmación.
Las retribuciones de las mujeres abogadas están un 20% por debajo de lo que perciben los hombres, según el estudio publicado por el Consejo General de la Abogacía Española en 2017. Sin embargo, esto es para sueldos promedio que se sitúan alrededor de los 2.000 € mensuales. Cuando profundizamos más, podemos afirmar que la mayoría de las mujeres (63%) percibe unas retribuciones por debajo de la mediana de ingresos e incluso, un 17% obtiene menos de 1.000 € al mes. En el caso de los hombres, solo el 2% estaría en esos sueldos. Y esa imagen de hombre encorbatado que triunfa en los despachos no es un simple estereotipo producto de una educación retrógrada, ya que el 10% de los encuestados en el estudio del CGAE refería percibir más de 5.000 €, mientras que mujeres en ese supuesto apenas llegaba al 2%.
Es obvio que nuestra normativa no permite pagar diferentes salarios para iguales funciones, pero hay tres factores que van a influir en la retribución final de los abogados.
En primer lugar, la estructura contractual en el seno de los despachos. Mayoritariamente la abogacía es una profesión que se ejerce de manera autónoma, ya sea individual o colectivamente. Es decir, las personas que ejercen por cuenta ajena son una minoría y lo hacen sometidos a una normativa específica (la establecida por el Real Decreto 1331/2006, de 17 de noviembre, por el que se regula la relación laboral de carácter especial de los abogados que prestan servicios en despachos de abogados, individuales o colectivos). Quizás por eso en nuestro sector no existe un solo convenio colectivo, pese a algunas iniciativas que han partido de una abogacía joven, pero que con el paso del tiempo se diluyen, dado que la aspiración de estos jóvenes suele ser la de conseguir ser socio o tener despacho propio.
Los sueldos de estas relaciones contractuales legalmente pueden establecerse bajo los parámetros del SMI y si a esta ecuación le añadimos que las mujeres son mayoría en la franja de edad de menores de 40 años, tenemos una de las patas en las que se basa esa menor retribución para el conjunto.
En segundo lugar, su dedicación en términos del tiempo destinado. Para bien o para mal (y es muy posible que esto logren cambiarlo las generaciones venideras) las jornadas de un abogado suelen ser maratonianas. Sometidas a la tiranía de unas actuaciones procesales por la mañana absolutamente irrespetuosas con el tiempo ajeno y caracterizadas por retrasos y esperas y a las necesidades de una clientela que acude al despacho cuando ha finalizado su trabajo. Así que la profesión casa muy mal con la conciliación familiar y cuando en la pareja debe tomarse la decisión de quien sacrifica su carrera profesional acogiéndose a cualquiera de las posibilidades que te ofrece la legislación vigente, suele ser la mujer la que lo asume.
Esta decisión que puede rápidamente merecer la respuesta de: «no se pretenderá cobrar lo mismo si trabajan menos horas», olvida que la renuncia que se realiza en esos momentos no solo tiene la penalización puntual (y seguramente lógica) del momento concreto en el que se toma, sino que supone un lastre difícil de superar, incluso aunque con cierta premura se pretenda volver a la situación anterior. La mujer en esos momentos cruciales de su despegue como profesional ha perdido muchos trenes que ya no volverán a pasar.
Y, por último, creo que también puede haber otras diferencias que aún no han sido bien estudiadas. Empezaba este artículo haciendo referencia a un artículo aparecido en Cinco Días. En dicha publicación se hace un análisis de las especialidades legales que están mejor retribuidas. Y aquí insisto de nuevo en que la abogacía recibe sus retribuciones directamente del cliente y, por tanto, está sometido a lo que este esté dispuesto a abonar por unos servicios. El valor que otorga dicho cliente a este asesoramiento varía por especialidades, de manera que el precio hora de un abogado no depende solo de si se es junior o senior, sino que debe añadirse si se trata, por ejemplo, de acompañar en un proceso de compra de unidad productiva o en un proceso de divorcio. Ser laboralista o abogado de familia no se cotiza igual que ser mercantilista o fiscalista. Mi intuición me dice que hay muchas más mujeres en las primeras especialidades que en las segundas. No tengo datos objetivos que me confirmen esta idea, pero lanzo el testigo para que alguien lo recoja e incida más y mejor en la indudable desigualdad de género.
Este tipo de iniciativas, como lo vamos a ver con el registro retributivo, ayudará a sacar a la luz lo que no es tan transparente como se cree. ■