nº 985 - 26 de mayo de 2022
La crisis del control de la actuación de las Administraciones Públicas
Alberto Palomar Olmeda. Profesor Titular (Acred.) de Derecho Administrativo. Magistrado de lo contencioso-administrativo (E.V). Abogado. Socio Broseta.
Lo que cada vez está en crisis más profunda es el control de la actuación pública
El efecto de la información o de la presentación de las noticias se ha convertido en un sustituto de las instituciones y las formas de control
La sensación actual sobre la virtualidad del control de los Poderes Públicos en el ejercicio de la actuación administrativa no es buena. El abandono real del Poder Judicial, su situación de interinidad, las noticias sobre su falta de medios, la idea de que los órganos jurisdiccionales ni son los suficientes ni tienen la capacidad de penetrar adecuadamente en los asuntos es algo que flota en el ambiente. ¿Qué mensaje se puede mandar a la sociedad cuando no se cubren las vacantes o se vacía competencialmente un órgano de gobierno y administración de una organización de servicios y de carácter prestacional? Pues, simplemente, que lo allí se ventila no tiene importancia para la sociedad.
Esto nos ha introducido o sumido –según se quiera– en un marco de «prestación» demorada que, finalmente, ha calado en la propia calidad de la prestación. Asimismo, ha trastocado el marco de la justicia cautelar hasta el punto de convertirla en más importante –en términos estratégicos– que la justicia material.
Esta situación que es claramente perceptible en los agentes que se relacionan con la justicia y con la que se convive sin tolerancia, pero con inacción tiene dos aspectos. Uno, claro está, el que venimos analizando, esto es, el servicio y la satisfacción de los intereses en conflicto. Pero, desde otro punto de vista, lo que cada vez está en crisis más profunda es el control de la actuación pública.
Una actuación en tiempo no hábil y hecha con desgana es el mejor escenario para consolidar la falta de control real de la actuación de los poderes públicos. Esta circunstancia se une a otras que contribuyen a elevar al íntegro la idea de que es necesario reconcebir el conjunto de las actuaciones de control de la actuación de los Poderes Públicos.
Falta de intensidad en el control parlamentario
En este sentido es claramente perceptible que el control parlamentario no tiene la intensidad suficiente para ser una auténtica técnica de control. Las formas comunes de preguntas, interpelaciones, mociones y demás proyectan una confusión conceptual enorme en la que, en muchos casos, no es posible diferenciar el control político del control administrativo. Cuando esto ocurre todo se convierte en formal y se sume en la escenografía parlamentaria cada vez más próxima a un control por nivel de decibelios y más lejos del control real de las instituciones. Si a esto le sumamos el uso creciente y deliberado del decreto-ley y, por tanto, la falta de debate, rigor y profundidad en la actuación legislativa se comprenderá que la actuación de control ha perdido totalmente su intensidad y su alcance.
A partir de estas dos premisas cabe indicar que la introducción y la visión del control de cuentas y de fondos desde una concepción política daña mucho la visión y la tranquilidad pública en dicho control.
Del resto de mecanismos de control, incluido, el Defensor del Pueblo cabe indicar, con el máximo respeto a quienes lo sirven –como en el resto de casos– que no tienen la intensidad social suficiente para dar la seguridad que el conjunto del esquema de control precisa.
Es cierto que ninguna de las cuestiones identificadas, en sí mismas, son un esquema definitivo, pero todas en su conjunto se convierten en una percepción más compleja de asumir porque están conduciendo a una profunda crisis de la calidad democrática y esto, claro está, son palabras mayores.
Las instituciones de control son esenciales para dar seguridad y tranquilidad a los ciudadanos que, de otra forma, se aproximan al control de la actuación pública sobre la base de los medios de información y de las noticias no siempre ciertas, no siempre bien explicadas y no siempre fuente de una situación patológica. El efecto de la información o de la presentación de las noticias se ha convertido en un sustituto de las instituciones y las formas de control que, ciertamente, amenaza con asfixiarnos. De ahí que sea preciso volver a los orígenes, creer en el papel de cada institución, facilitarle el cumplimiento de su función y exigir resultados. En el resultado del control está la garantía del sistema democrático en su conjunto. ■