nº 987 - 28 de julio de 2022
Reseña de la obra La tiranía del mérito, de Michael J. Sandel (2020)
Gorka de la Fuente García. Estudiante de 2º curso del doble grado Derecho + RRLL (Universidad de Deusto. Bilbao)
La tiranía del mérito invita a una reflexión constante, página a página, es un trabajo profundo y detallado acerca de los efectos de la meritocracia en nuestras sociedades. Michael Sandel trata de analizar en concreto la sociedad norteamericana y, en especial el popular «sueño americano», donde se tiene la errónea creencia de que mediante el esfuerzo y talento el camino hacia el éxito está asegurado.
Pues bien, tal creencia dista mucho de la realidad vivida en los Estados Unidos de América, sociedad en la que prima la desigualdad. La principal y acertada consideración por parte de Sandel, y que prolonga con el paso de las páginas, es la relativa a que a aquellas personas que logren triunfar en la sociedad los va a acompañar, de forma instintiva, la creencia de que ha sido gracias al talento y esfuerzos propios y, en definitiva, que se lo merecen.
Por el contrario, quienes no logren tales méritos se encontrarán sumidos en una espiral de autodecepciones y crecerá en ellos la seguridad de que ellos mismos son los culpables de no lograr el éxito tan buscado. Por tanto, nace la convicción por parte de los «ganadores» de que tal destino es el que se merecen y que los «perdedores» se merecen también el suyo. Aunque, lo cierto es que, como apunta Sandel, el camino hacia el triunfo no está en absoluto prefijado, sino que depende de tantos factores como uno se pueda imaginar y donde contribuye, en gran medida, la fortuna.
Tras un extenso análisis sobre la meritocracia, el autor se preocupa también del bien común, ya que en una sociedad en la cual la ética meritocrática fomenta, entre los «ganadores» la soberbia y entre los «perdedores» la humillación y el resentimiento, conviene que la sociedad cultive dos importantes sentimientos: la gratitud y la humildad. La primera, haciendo referencia a la gratitud por poseer aquellos talentos aptos para triunfar en esta época, puesto que en gran parte derivan de la fortuna; y, en segundo lugar, la humildad, respetando y valorando a aquellos menos afortunados, no haciendo eco del éxito obtenido con el fin de humillar a los «perdedores».
La meritocracia ha servido para explicar y legitimar la desigualdad social que tiene lugar en nuestras sociedades y que lleva guiando el comportamiento de Occidente largas décadas. Lo cierto es que la meritocracia constituye un gobierno de los «mejores», y ello da lugar a una competitividad necesaria para poder seguir creciendo como sociedad. Siempre que la competitividad fomentada por la meritocracia suceda de un modo sano, donde la arrogancia no tenga cabida, esta será positiva para lograr el progreso y el crecimiento. Puesto que no responde a criterios de justicia que, aquellas personas tocadas por la fortuna, por el lugar de nacimiento, por la familia en la que se han criado, por las oportunidades educativas que han tenido, y un sinfín de factores más, crean que son «ganadores» por sus propios méritos y ello les legitime para mirar por encima del hombro a quienes la vida no les ha brindado las mismas oportunidades. ■
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