nº 989 - 27 de octubre de 2022
Reseña de la obra ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’, de Tatiana Ţîbuleac (2019)
Ramón Urrutia Cortázar. Estudiante del doble Máster en acceso a la Abogacía y Derecho de la Empresa (Universidad de Deusto – Bilbao)
En esta obra, Tatiana Ţîbuleac levanta el pesado manto que en nuestra sociedad recae sobre ciertos tabúes como la frustración, la culpabilidad o la muerte y ofrece al lector una visión cruda y directa del sufrimiento humano. Para ello, la autora destapa la cara triste de un pilar social y afectivo que resulta desagradable ver puesto en entredicho: el amor maternal. La novela acomete contra el mismo, deconstruyendo el idealismo que generalmente envuelve la figura de una madre dentro de la unidad familiar.
La historia es narrada a través de un protagonista que, al principio, cuesta digerir. Aleksy es un joven adolescente que ha crecido odiando a una madre que le ha negado su afecto desde que tiene memoria, y en ausencia de un padre que lo abandonó. Además, se unen a esta difícil combinación emocional, el dolor por el temprano fallecimiento de una hermana menor que antaño llenó de alegría sus vidas; y un trastorno psicológico que hace sufrir al protagonista ataques de ira.
En tales circunstancias parte la novela, hacia un verano en un pueblo vacacional francés. Un verano que busca la reconciliación, la comprensión y la construcción de lo que, al fin y al cabo, nos une más allá de lo inexorable y lo fatal: la memoria. En este contexto, veremos como el protagonista es reticente a entregar a su madre el amor que él nunca percibió de ella, una suerte de quid pro quo, que al lector jurista no le resultará inadvertido, y que muestra el particular sentido de la justicia que maneja Aleksy a lo largo de toda la obra.
La carencia de estima, la falta de afecto, el descuido emocional que en el libro rodea la relación maternofilial; pueden ser comparados con el incumplimiento de lo que los juristas conocemos como deber de alimentos. Deber que es recíproco entre ascendientes y descendientes, y cuyo incumplimiento permite privar de derechos hereditarios. Pero ¿asiste el lector a la privación de un legado emocional y maternal, o a la renuncia de una sucesión afectiva con deudas? No se ha de olvidar que, en general, ¡el que acepta una herencia la acepta con todas sus cargas!
Sea como fuere, el relato termina por dirigirse a un horizonte sentimental más dichoso, en el que madre e hijo terminan por bajar la guardia, dando paso a la comprensión mutua. Lejos de una madre desinteresada, fea e inepta, Aleksy terminará por describirnos una madre inteligente, extraordinariamente bella y competente; la cual fue víctima de decisiones incorrectas, de una vida más difícil que sencilla, y que también fue maltratada por un mal marido; e incomprendida por una madre exigente.
Así se materializa la reconciliación en esta historia, cuyo legado puede ser, parafraseando a la autora, una estrella en la Osa Menor, un campo de girasoles suspendido en el cielo o tal vez otro universo, donde existe tan solo un Mar Entero de Esmeralda, que de vez en cuando se desmigaja y llega a otros mundos en forma de ojos verdes. ■