nº 991 - 29 de diciembre de 2022
¿Quién soy, si este mundo ya no es el mío?
Paula García de Vicuña Álvarez. Politóloga. Consultora Cultura y Ética. CASTROALONSO
La tecnología no innova: lo hacen las personas
¿Cómo huir de la ansiedad y del desgarro de siempre (re)nacer? La respuesta se haya –como en casi todo–, en involucrarse y capacitarse
Más de diez mil años parecen no haber sofocado el deseo palpitante del ser humano por una vida nómada. Una vez nos vinculamos a la agricultura, nuestra realidad se enraizó sobre dos premisas: territorio y comunidad. Un paradigma localista que lejos de ser el fin de la historia, hoy parece transitar con velocidad hacia una vida marcada por la posibilidad de (volver) a comenzar.
Todo lo sólido se desvanece en el aire […], se lee primero en el Manifiesto Comunista, pero fue Zygmunt Bauman quien acuñó el término Modernidad Líquida en el año 2000 para describir a una sociedad en liquidez. La visión de una era marcada por la exigencia de la renovación, insatisfecha, fugaz y con un punto banal, seducida permanentemente por la novedad y cuya volatilidad alcanza a todas las capas de la sociedad: en el terreno personal, en la agenda política, en el mundo laboral.
Un nuevo ciclo innovador que se aleja de los límites locales gracias a la tecnología, y que pone el foco en la persona como objeto de consumo y a la cultura del desarrollo personal como palanca de cambio; porque en un mundo efímero, el conocimiento y la valía son también transitorios, la identidad se precariza, y la realidad parece virtualizarse poco a poco.
La lucha por la supervivencia ya no es tangible: ni hay mamut ni hay sequía; el excedente es la habilidad caduca y el residuo, la persona que se queda quieta. Bien pensado, tal vez no haya tanta diferencia entre aquellos primeros humanos y nosotros.
Porque si algo nos ha quedado claro, es que para llegar a donde estamos hemos necesitado de un enfoque estratégico común a todas las civilizaciones y épocas: nacemos de la insatisfacción, del movimiento, del aprendizaje y especialmente, de un imaginario optimista, sea este propio y/o compartido.
La tecnología imprime una velocidad e interactividad a nuestra Era, que puede resultar intimidatoria. Nos percatamos tras la crisis financiera y se hizo patente tras la pandemia: no es posible delegar el cambio (dimensión individual), pero necesita de estructuras fuertes para materializarse (dimensión institucional). O, dicho de otra manera, para que exista emprendimiento debe haber políticas.
¿Cómo hallar entonces solidez y seguridad en una época como esta? ¿Cómo huir de la ansiedad y del desgarro de siempre (re)nacer? ¿Cómo participar de un mercado laboral permanentemente insatisfecho y seducido por la voracidad del reemplazo y las ansias de renovación? ¿Cómo no chocar con instituciones estáticas? ¿Cómo imprimir fluidez al entorno educativo?
En un mundo efímero, tal vez se trate más de discernir que de conocer y la respuesta en cuanto a cambio cultural se refiere, se halle –como en casi todo–, en involucrarse y capacitarse en el desarrollo de las habilidades blandas, en la participación de unos valores sociales y en una mirada permanentemente curiosa.
¿Qué es si no la naturaleza adaptativa, sino un niño que observa y disfruta?
Eppur si muove, musitó Galileo hace ya más de quinientos años. ¡Ay, el impulso de la motivación en las relaciones, en la política, en nuestros despachos…! ■