nº 993 - 23 de febrero de 2023
Reseña de la obra ‘Casa de muñecas’, de Henrik Ibsen (1879)
Ignacio Nates Alonso. Estudiante del Máster Universitario de Acceso a la Abogacía (Universidad de Deusto. Bilbao)
Casa de muñecas del escritor noruego Henrik Ibsen supuso, en su época, la caída de los primeros guijarros que dio paso al posterior derrumbe de las montañas, en una sociedad patriarcal donde el papel de la mujer quedaba relegado únicamente al cuidado de los hijos y del dictador esposo. El avance de los diferentes actos nos presenta al «supuesto matrimonio feliz» de Nora y su marido Torvald, futuro director del banco en el que trabaja, como una familia tradicional y conservadora donde todo funciona, proveyendo de objetos materiales a sus tres hijos.
Está historia se verá precipitada por el oscuro secreto de nuestra protagonista que temerosa confesará a su amiga Linde. Así, Nora, tratando de contribuir a la mejora de la salud de su cónyuge comete el delito de falsedad documental, firmando como su difunto padre para realizar el tan necesario viaje y salvar al Sr. Helmer. Entonces el lector expectante descubre que el prestamista es el procurador Krogstad, que trabaja en la misma entidad financiera que su esposo y que este conociendo sus antecedentes impregnados de corrupción quiere despedirlo.
Será en este punto cuando el benefactor interesado chantajeará a Nora para eludir su expulsión de la entidad. Lamentablemente y a pesar de los ímprobos esfuerzos por evitar una catástrofe anunciada en la relación matrimonial, Torvald descubre lo ocurrido y juzga sin piedad a su «querida muñeca», sin mostrar ningún atisbo de agradecimiento por los esfuerzos de aquella en su salvación pretérita. Finalmente Nora romperá con su familia, a pesar del tardío arrepentimiento del Sr. Helmer, obviando la crítica social, y librándose de ese machismo tradicional que le fue impuesto, que no decidió, que no eligió y que en un principio aceptaba.
Esta obra representa, sin temor a equivoco un perfecto himno para la independencia de la mujer, sometida durante largos años al hostigamiento constante sufrido en silencio del otro género, inseguro de su propio ser, que asfixia, ahogando las ilusiones de aquellas personas dispuestas a soñar y que por razón de su sexo se han visto obligadas a la resignación de los quehaceres domésticos.
Dicho lo que antecede, parece palpable la necesaria obligación moral del conjunto de la sociedad por contribuir a la reflexión colectiva en un intento por evitar con decisión y determinación aquellos errores de nuestra historia que deberían avergonzar nuestras almas, preocupadas, en más ocasiones de las que desearíamos, por el egoísmo, la duda y el terror, frente a la sombra alargada de aquello que puede hacernos perder el partido de la vida.
Recordando al autor: «Nuestra sociedad es masculina, y hasta que no entre en ella la mujer no será humana». ■