nº 998 - 27 de julio de 2023
Reseña de la obra ‘Calle Este-Oeste’, de Philippe Sands (2017)
Sara Martínez Cristóbal. Estudiante de 2º curso del grado en Derecho + especialidad TICs (Universidad de Deusto – Bilbao)
En Calle Este-Oeste Philippe Sands teje un relato que es, por un lado, inherentemente jurídico y por otro, extraordinariamente humano. El resultado es un tapiz de conexiones entre eventos y conceptos, a primera vista dispares, pero todos ellos mediados por las vivencias del autor que también hace de narrador.
Esta implicación personal añade uno de los elementos más singulares del libro: su cercanía. La apreciación de las casualidades de la vida humana, las conversaciones que a veces significan nada y a veces todo, y cómo la suma de todas ellas, junto con decisiones, a veces tomadas en el acto, dictan nuestras vidas.
Sands opta por empezar la novela hablando de Lviv, actual Ucrania, llamada Lemberg (entre otros nombres) durante los tiempos de Raphael Lemkin y Hersch Lauterpacht. Ese lugar, que simboliza muy bien el zeitgeist del momento, hace de punto de unión entre las personas que conforman la narración.
Ciudad del alma mater tanto de Lemkin como Lauterpacht, en la que tuvieron la curiosa coincidencia de compartir un mismo profesor durante sus estudios de Derecho. Resultó ser también lugar de procedencia de la familia de Leon Buchholz, abuelo materno del autor. Esta es la razón que hace que el interés por quienes fueron los padres de los conceptos del genocidio y crímenes contra la humanidad (Lemkin y Lauterpacht respectivamente) pasara a ser algo más personal.
Es una historia donde prima el recuerdo y la memoria del autor británico, el relato se recuenta en diferido, nos habla de conversaciones que mantuvo y lugares que visitó, narrando todo ello casi en presente, como si estuviésemos allí con él. Nos habla de su abuelo, de cómo escapó de la ocupación Nazi y sacó a su hija (madre de Sands) de Viena y el resto de los familiares lejanos que sobrevivieron a la Shoah.
Mira al pasado desde el presente, con la necesidad de recuperar conexiones perdidas y también crear nuevas. Nos habla de sus indagaciones, de con quién habló, a qué reflexiones le condujo, de las impresiones que extrajo. Sands pone en nuestras manos las piezas que manejó en el orden que las tuvo que ir buscando para llegar a completar el puzle.
De esa forma nos acerca a Lemkin, que emigró a Estados Unidos y cuya vida fue la incansable defensa por la legitimación del genocidio como tipo penal, pero que apenas fue mencionado durante los juicios de Nurenberg. Lauterpacht, en cambio, se exilió en Reino Unido, y su vida no pudo ser más diferente a la de Lemkin. Gozó de una carrera profesional exitosa y de reconocimiento, pero llama la atención su énfasis en la idea de crímenes contra la humanidad y la reticencia que mostró a la noción de genocidio. A Lauterpacht le preocupaba cómo el énfasis en el grupo podría hacer desaparecer al individuo y favorecer el tribalismo, que ha acechado la historia humana desde su concepción.
Resulta interesante la diferencia de cómo dos juristas, que podríamos incluir, a primera vista, en la misma categoría, aportaran soluciones jurídicas radicalmente diferentes a la misma tragedia. Es una reivindicación de la pluralidad del pensamiento humano, un recordatorio de cómo, a veces, no hay una única solución. Y, sobre todo, cómo conceptos jurídicos que hoy en día damos por sentado, tuvieron un momento y un lugar de nacimiento. Algunos no son tan lejanos.
El Derecho es como Calle Este-Oeste, es como la vida, un tapiz tejido de pequeñas piezas que provienen de lugares radicalmente diferentes e incluso opuestos, pero entre todas ellas crean un tapiz que intenta dar respuesta a los conflictos e intereses de las personas. Está en nuestras manos aprender a cómo usarlo. El Derecho no siempre va vinculado con la ética, y la figura del oficial nazi Hans Frank, que también era jurista, es un amargo recordatorio de ello. ■