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Ópera y Derecho

La herencia de Ravel

Pedro Beltrán

Presidente de la Asociación Europea de Abogados

  • Este caso muestra cómo una fortuna intelectual puede transformarse en un complejo litigio de propiedad y legitimidad

La música de Maurice Ravel, refinada, exacta, iridiscente, parece haber sido concebida para el ascetismo y la perfección más que para las pasiones terrenales. Sin embargo, tras su muerte en 1937 se abrió un capítulo muy humano y nada etéreo: el de su herencia. Un laberinto sucesorio que ilustra hasta qué punto la ausencia de planificación testamentaria puede transformar un legado artístico en un caso de estudio jurídico.

Ravel murió soltero y sin hijos. No dejó testamento detallado sobre el destino de su obra, pese a ser autor de una de las músicas más rentables del siglo XX. Conforme al Code civil français, en ausencia de cónyuge e hijos, la sucesión pasa a los ascendientes y colaterales (articles 746 y 747 Code civil). Por tanto heredó su hermano Édouard Ravel, figura discreta, que se convirtió en gestor —y depositario económico— de un catálogo cuya fama y valor crecían cada año. La protección de derechos de autor entonces vigente hizo que la obra de Ravel permaneciera bajo tutela privada durante décadas, generando ingresos constantes, especialmente por el éxito mundial del Bolero, convertido casi en emblema cultural planetario.

Édouard estaba casado sin hijos. Tuvo con su esposa un accidente muy grave de circulación. Los esposos contrataron a una pareja formada por una masajista y un chofer, de un nivel económico muy bajo. La esposa de Édouard falleció. El hermano de Ravel inició una relación sentimental con la masajista. La masajista se divorció del chofer y  concerto  matrimonio con el hermano de Ravel que la nombro heredera universal. Unos días antes de la boda Édouard fallece. La masajista pasa a ser  la heredera universal de todo el patrimonio de Ravel.

Derechos de autor

La masajista vuelve a casarse con el chófer. Es su tercer matrimonio, el segundo con la misma persona. El primero  fue con el chofer, el segundo con el hermano de Ravel y el tercero de nuevo con el chofer.

La masajista muere. El chofer hereda de su esposa. De muy pobre pasa a ser super rico. Cada año recaudaba varios millones por los derechos de autor en especial del Bolero que se interpreta cada 15 minutos en algún lugar del mundo.

Con su inmensa fortuna el chofer se vuelve a casar, en esta ocasión con una peluquera. Se muere. La heredera pasa a ser su segunda esposa. Esta también fallece y hereda una hija de un matrimonio anterior. La hija del primer matrimonio de la segunda mujer del chofer se llama Evelyne Pen de Castel y es la heredera universal de la fortuna de Ravel. Ahora recauda mucho menos porque han caducado los derechos de autor pero hay una cantidad enorme acumulada en el banco de los derechos anteriores.

Los parientes colaterales de los Ravel impugnaron el testamento del hermano de Maurice Ravel, alegando manipulación y cuestionando la capacidad de Édouard en sus últimos años. Sin embargo, tras años de pleitos, los tribunales franceses validaron la disposición testamentaria aplicando los principios de libertad de testar y respeto a las formas (arts. 970-972 del Code civil). La demanda fue desestimada en primera instancia por el tribunal judiciaire de Bayona y, en apelación, por la Cour d’appel de Pau.

Controversia social

Ese desenlace generó controversia social. ¿Era justo que la fortuna intelectual de Ravel —fruto de un talento único y sin descendencia directa— pasara a una persona ajena al linaje? El derecho positivo respondió afirmativamente: la voluntad del heredero legítimo, expresada formalmente, era válida.

En 2007 expiraron los derechos patrimoniales sobre la música de Ravel en la Unión Europea y buena parte del mundo, y su obra entró en dominio público. Sin embargo, esto no cerró todos los frentes jurídicos: la figura del derecho moral, inalienable en el sistema francés, siguió proyectando efectos. En junio de 2024, un tribunal francés reafirmó oficialmente que Ravel es el único autor del Bolero y condenó a los sucesores tardíos por un uso abusivo del derecho moral en su intento de reivindicar coautorías o extender su control.

Este episodio muestra que, incluso cuando caduca la explotación económica, la dimensión jurídica de un legado creativo puede seguir viva. En Francia, el derecho moral —respecto a la paternidad de la obra, su integridad y su espíritu— subsiste indefinidamente, pasando a herederos y eventualmente al Estado. En un terreno tan simbólico como la música culta, esa prerrogativa puede pesar tanto como los derechos pecuniarios.

El caso Ravel ofrece enseñanzas valiosas. Para los creadores contemporáneos, revela la importancia de la planificación sucesoria en el ámbito de la propiedad intelectual: designar claramente quién gestionará el legado puede evitar conflictos y fortalecer la preservación cultural. Para los juristas, subraya la tensión entre legalidad y percepción social: una sucesión legítima puede generar cuestionamientos éticos si el patrimonio cultural parece alejarse de la comunidad artística o de la familia del autor.

Ravel escribió partituras con una precisión casi matemática, donde nada parece dejarse al azar. Su herencia, paradójicamente, siguió un curso imprevisible, con giros humanos y judiciales dignos de una novela. Quizá ahí reside la última lección: incluso la obra más pura, cuando abandona la mano del artista, entra en el mundo real, donde la ley y la vida trazan su propia partitura.

Bolero de Ravel con la Filarmónica de Viena dirigida por Dudamel:

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