Acaba de hacerse pública la sentencia de Gescartera. En 590 folios, se ponen en evidencia hechos lamentables, escándalos financieros escalofriantes, acaecidos en España en los últimos quince años. Pero la justicia es implacable, y, aunque tarde, llega. Cuando la administración de Justicia no está politizada o infectada por el virus de la corrupción, es una auténtica apisonadora, el panzer del estado de Derecho.
Once años de prisión le esperan a Antonio Camacho. La Audiencia Nacional ha hecho suya la pena máxima solicitada por el Ministerio Fiscal. Camacho ha sido declarado culpable por los delitos continuados de apropiación indebida y falsedad documental. En su gestión, miles de inversores vieron cómo se esfumaban 50,2 millones de euros.
El Derecho ha de ser, sobre todo y ante todo, caucional. Previene, porque no le gusta lamentar. Esta vez nos ha tocado lo segundo. La fábula de Gescartera ha de sentar una moraleja. Nunca más hemos de permitir que un puñado de delincuentes de saco y corbata instrumentalicen dolosamente las normas jurídicas establecidas para defender al débil. La prevención es el signo distintivo del Derecho del siglo XXI. La auténtica revolución jurídica que espera Europa es esa. Abandonar un pasotismo jurídico y actuar cuando se aproxima el vendaval. Pero antes, por supuesto, se precisa de una administración de justicia moderna, eficaz, entregada. Una justicia como la que hoy no ha dudado en condenar a los gescarteristas y que mañana impedirá el surgimiento de los camachos que siempre pululan por doquier.
