Conversaba el otro día con una letrada cansada ya de ponerse la toga para algunos sinsentidos que se podrían calificar de «chuminada». No pretendo herir la sensibilidad del lector con lo que voy a decir: hemos avanzado mucho en temas de violencia de género, algunos dirán que falta mucho por hacer y probablemente sea cierto, pero no puede negarse que ha llegado la hora de dar una vuelta al tema para que la ley permita hacer “algo menos”.
Pongamos un ejemplo: una pareja discute en la calle y él le da un empujón. Un testigo o unos policías lo presencian y se pone en marcha la rueda de la justicia. Se dicta orden de alejamiento, sí o sí y la pareja -que no pretende denunciar y mucho menos separarse-, o la quebranta o se ve inmersa en los mayores gastos y trastornos que implica vivir separados.
Llega el juicio y la «víctima» se presenta embarazada de ocho meses. Lógicamente se acoge a su derecho a no declarar. El letrado, que ya se ha enfrentado muchas veces a situaciones similares, mira al magistrado con resignación como queriendo decir «y ahora, ¿qué hacemos? Y el magistrado, con parecida expresión parece querer decirle « pues como no pida el indulto…».
No hay reproches para nadie, todos los intervinientes han cumplido la ley: desde los policías en sus declaraciones, a los letrados designados probablemente de oficio, pasando por los funcionarios de justicia que han intervenido en la tramitación, y el propio magistrado. Pero, ¿ha merecido la pena el gasto que ha supuesto para la Administración de justicia y para todos nosotros? ¿ha servido para algo dedicar a supuestos como este tanto tiempo y tantos recursos humanos y materiales? Hasta el papel, la luz y el aire acondicionado o la calefacción en su caso han salido caros.
Todo ello por supuesto sin negar la real y urgente necesidad que en el año 2003 intentó satisfacer la legislación sobre la materia, su oportunidad y su utilidad en este delicado y espinoso tema. Pero tal vez llegó el momento de, tras los años de aplicación transcurridos, darle una vuelta para poder prescindir de gastos -ya no entro en argumentos del tipo "hay que evitar la innecesaria injerencia en la vida familiar"- tan inútiles como éste y poder destinar estos valiosos recursos a la violencia de género que realmente hay que perseguir y, a ser posible, prevenir para evitar.
Me despedí de la letrada deseándole suerte en las labores de mediación en las que anda ahora mayoritariamente inmersa. Me alejé pensando que es cierto que si alguna de estas «chuminadas» ha logrado evitar un mal mayor, ha merecido la pena todo lo invertido en ella y preguntándome a la vez cómo podría reformarse la materia para satisfacer su fin del modo más eficaz posible.
