- Los derechos fundamentales de privacidad podrían verse vulnerados si el reglamento de vigilancia se implementa sin restricciones
Europa siempre ha presumido de ser un dique frente a los excesos estatales. Derechos fundamentales, garantías judiciales, privacidad… Todo muy de este siglo. Pero basta con rascar un poco para descubrir que, en el fondo, seguimos obsesionados con la misma vieja tentación: mirar dentro de la casa, la mente y ahora también el teléfono de cada ciudadano.
En breve la Unión Europea podría culminar ese sueño húmedo de cualquier Ministerio de la Verdad con la aprobación del conocido Chat Control, un reglamento presentado con la envoltura perfecta e innegable, la causa es que “lo hacemos por los niños”, pero cuyo relleno recuerda demasiado al de esa chocolatina que Orwell nunca quiso comprar.
La historia es sencilla: hace años la Comisión Europea intentó colarnos un sistema de vigilancia universal de comunicaciones privadas. Fracasó. Volvió a intentarlo. Fracasó otra vez. Pero, como buen aparato burocrático, nunca descansa. Así que tenemos la versión 3.0, lenguaje más amable, misma esencia intrusiva. Es lo que se conoce como sibilino.
Escaneo
El mecanismo es brillante en su perversidad. «¿Que quieres usar cifrado de extremo a extremo? No hay problema. Pero antes te escaneamos las fotos, los vídeos, los enlaces y lo que haga falta«. En el pasado las cartas físicas se entendían como un espacio inviolable entre remitente y destinatario, una esfera de privacidad que no admitía fisuras. Eran sagradas. No existía ninguna excepción tipo “por tu seguridad”, incluso en épocas marcadas por amenazas graves.
En la novela de Orwell, el Partido justificaba cada intromisión en nombre de la estabilidad, la seguridad y el bien común. En la vida real, ahora el reclamo es proteger a la infancia. No hay bandera más intocable, claro.
Pero bajo ese escudo moral se esconde el mismo mecanismo de siempre: tratar a toda la población como sospechosa, y de paso debilitar la única tecnología que realmente protege a víctimas, periodistas, activistas y, sí, también a ciudadanos corrientes: el cifrado.
En Dinamarca han decidido pisar el acelerador. El mensaje es inequívoco: en la balanza entre privacidad y vigilancia preventiva, el peso cae claramente del lado de esta última. El problema aparece cuando esa apuesta pasa por alto un detalle nada menor, como los falsos positivos, esos tropiezos algorítmicos que terminan señalando a ciudadanos inocentes como si fueran sospechosos. El resultado es inquietante, ya se crean por ley vulnerabilidades estructurales, puertas traseras disponibles para quienes precisamente queremos evitar, a los criminales, o aún peor, a actores estatales hostiles que, en un mundo cada vez más polarizado, no dejan de crecer en número ni en ambición.
Privacidad
Nadie cuestiona la necesidad de combatir el abuso sexual infantil. Pero el debate real va por otro camino. No estamos hablando de perseguir a delincuentes, sino de derribar la puerta principal de la privacidad de toda la población bajo el pretexto de atrapar a unos pocos.
En 1984, el Gran Hermano no necesitaba saber si habías hecho algo malo: le bastaba con asegurarse de que siempre podías ser observado. Con el Chat Control, lo único que cambiaría es el logotipo del Ministerio, sin ojo omnipresente pero con un escáner algorítmico. Distinto logo, misma filosofía.
Como diría Winston Smith: «Si hay esperanza, está en que a alguien se le ocurra frenar esto antes de que sea demasiado tarde».


