Ésta es una de las frases (prefiero obviar las demás…) que se me ha venido a la cabeza cuando he leído en la prensa de hoy que la Agencia Española de Protección de Datos ha impuesto a ciertos individuos malnacidos una multa de 1.500 € por haber publicado en YouTube un vídeo en el que se burlaban y mofaban de un discapacitado psíquico.
Lo cierto es que hay que caer bajo para hacer algo así, pero hay que ser aún más tonto para colgarlo en YouTube, y precisamente ha sido la estupidez (como no podría ser de otro modo), además de la ignorancia, la que ha terminado poniendo las cosas en su sitio.
En la llamada era de la sociedad de la información y del conocimiento, aún existen personas que no se enteran de ciertas cosas básicas: de un lado, que la imagen de una persona es un dato de carácter personal y, como tal, ha de quedar sujeto a las disposiciones legales en esta materia; de otro, piensan aún que Internet es un medio anónimo, que no deja señales ni rastros hagamos lo que hagamos.
Pues no, y precisamente por ello hay que saber que tanto la captación y reproducción de imágenes en las que se permite la identificación de una persona, como la puesta a disposición de los usuarios de internet, por medio de la publicación en cualquier website que lo permita, requiere del consentimiento de aquélla.
Y, a mayor abundamiento, para enviar un vídeo a YouTube hay que abrirse una cuenta de usuario en la que dar una dirección de mail que, en última instancia, puede servir para identificarnos.
Por tanto, la ignorancia puede arreglarse, pero aunque la gente sepa estas cosas, siempre habrá tontos del bote sueltos por ahí a los que les dará exactamente igual, pero claro, para ellos está el refranero popular: quien ríe el último ríe mejor…
