Que las ausencias nos sean lo más llevaderas posible. Eso nos deseaba una muy buena amiga al inicio de estas fiestas. Mi marido siempre dice que, si quieres hacer a un hombre infeliz, solo tienes que marcarle fechas rojas en el calendario. O bien pasas el día en un ambiente plastificado, pretendiendo que todo salga perfecto. O bien, evitando lo inevitable, haces que, en ese día tan señalado, las ausencias, quienes faltan, estén más presentes que nunca. Y es que es imposible no echar de menos a quien sigues queriendo y no tienes cerca. Esto no es derrotista. Es la realidad. Una realidad que no evita intentar sembrar allí donde se pueda, donde nos dejen, para seguir recogiendo ilusiones, abrazos, sonrisas. También en estos días en que esas sillas vacías pesan más.
Entre celebración y celebración, pienso que la comisión de un delito y el derecho penal, su implacable aplicación, son unos de los causantes de estas ausencias. Tanto para las personas presas, como para sus familias y las de las víctimas. Es fácil imaginarse mirando atrás, el sentimiento de frustración al hacer recuento de los errores cometidos, repasando lo que se podía haber evitado. Y tratar de seguir adelante a pesar de todo. Por ello y por más, un deseo para el año nuevo: que el derecho penal vuelva al cauce de sus principios. Que se reduzca a lo necesario, que intervenga solo cuando sea estrictamente necesario. Y que, de cara a las víctimas, especialmente pensando en ellas, nos dotemos de un sistema de castigos menos utilitarista y menos vindicativo. En relación con lo primero, es urgente que se deje de considerar la petición de perdón a los afectados por un delito como factor favorable para el acceso al tercer grado o el disfrute de permisos penitenciarios -regulado en el art. 72.6 de la LOGP para los delitos de terrorismo, pero aplicado por la jurisprudencia de manera extensiva a todo tipo de delitos-. Es necesario reconducir la trayectoria de reinserción a parámetros jurídicos objetivos y deslindar las decisiones administrativas y judiciales que al respecto se adoptan, de otras personales que pertenecen al orden moral de cada cual, a su fuero interno, y que han de adoptarse en la mayor libertad posible. Solo así una petición de perdón puede ser válida y verdaderamente respetuosa con quienes han sufrido el hecho delictivo. En relación con lo segundo, con ese deseo de un derecho penal menos vindicativo, llevamos años instalados en un sistema basado en el odio, en ese odio que paradójica y supuestamente, a través del derecho penal, combatimos. La Ley 4/2015, de 27 de abril, del Estatuto de la víctima del delito, es un buen ejemplo de ello. Como sociedad, debemos encontrar un lugar para la víctima que vaya más allá del recurrir y confrontar las resoluciones judiciales que puedan favorecer al condenado por el delito. Pero antes, como decíamos, es necesario apostar por un derecho penal que no sirva para todo. Un derecho penal menos populista, menos emocional y más racional. Solo así podremos empezar a ordenar un poco sus consecuencias.
Para ello, como premisa básica para ir más allá tanto en lo penal, como en lo penitenciario, es fundamental que se nos caigan algunos mitos. En contextos sociales cada vez más polarizados y enfrentados, nos hemos olvidado de lo que le dice Dumbledore a Harry Potter. Eso de que todos tenemos una parte buena y otra mala y que depende de cada persona potenciar su luz o su oscuridad -perdón por una referencia tan peregrina, pero, con frecuencia, cuanto más sencillo, más verdadero-. Frente a ello, se imparte justicia con una facilidad pasmosa. Se tiene clarísimo lo que está bien y lo que está mal. Y con una simplificación de la realidad de manual, se tiene también clarísimo que los buenos están fuera de las prisiones y los malos dentro. Pues bien, afirmo haber conocido buena gente dentro de prisión y gente mala fuera, que hace daño a diario. Es más, en un derecho penal tan expansivo como el nuestro, me niego a considerar que la medida de lo bueno y lo malo la marque nuestro Código Penal.
Y el segundo mito, ese tan impregnado de buenismo que considera que todo preso, todo interno, ha de tener justificación para lo que ha hecho, que nosotros en su lugar hubiéramos hecho lo mismo. Ese presupuesto que en muchos casos necesitamos para aproximarnos al medio de un modo más humano y amable. Pues no, también en esto hay que ir más allá. Hay personas que han cometido actos atroces con los que difícilmente nos vamos a identificar. Y también en estos casos hay que acompañar, estar y orientar. En la película sobre Concepción Arenal interpretada por Blanca Portillo -de nuevo, referencia poco ilustrada, pero muy significativa-, el hijo de la protagonista le pregunta a su madre que por qué apoya a una mujer acusada de haber matado a sus hijos. “Porque puede ser inocente”, dice la actriz. ¿Y si no lo es? “Con más motivo”, le dice la madre al hijo. Quizá este sea el verdadero cuento de la Navidad.


