Todos los economistas tenemos el mismo defecto. Ante una crisis económica, analizamos los datos, sacamos conclusiones y somos capaces de solucionar la coyuntura como si de algo sencillo fuera. Es bastante habitual que el lenguaje utilizado por un economista no sea entendible o peor aún, ante un mismo dato se den dos interpretaciones totalmente distintas de la realidad y de sus soluciones.
Desgraciadamente, la crisis sanitaria de carácter pandémico que sufrimos (el "coronavirus") no permite interpretación alguna. Los datos son demoledores y tremendamente nítidos. Por primera vez una curva se analiza sin ningún tipo de controversia. El número de contagiados y fallecidos deben urgentemente aplanarse. El drama humano que estamos viviendo será difícil de olvidar. Siendo los datos irrefutables lo que se vislumbra es una dura batalla ideológica por las soluciones que debe adoptar el gobierno y la Unión Europea. ¿Debemos olvidarnos por completo de las consecuencias económicas y pensar solamente en la salud de la población? ¿Cómo se compatibilizan ambos intereses?
Para la gestión de una crisis es necesario que emerjan líderes naturales. Quién no ha leído estos días las arengas de Sir Winston Churchill a sus tropas. Desgraciadamente, en los tiempos que corren, los ciudadanos padecemos la incompetencia y falta de carisma de los líderes políticos.
Recientemente, Pedro Sánchez, copiando a John F. Kennedy, instó a la ciudadanía a que nos preguntáramos qué podíamos hacer por nuestro país y no qué puede hacer tu país por ti. Al tiempo que pronunciaba esa frase, numerosas organizaciones empresariales ya habían adaptado sus infraestructuras para producir material sanitario, trabajaban sin descanso para que los supermercados nos abastecieran sin agotar existencias o cedían sus hoteles para la hospitalización de pacientes. A ellos no les hacía falta eslóganes ni que nadie invocara su responsabilidad ante la sociedad. Las empresas iban muy por delante de nuestros gobernantes. El virus ha humanizado la economía. Ya no es un conjunto de datos inentendibles pronunciados por economistas, y sí se manifiesta como una expresión colaborativa y solidaria al servicio del bien común. ¿El coronavirus condicionará la economía futura hacía un mayor intervencionismo en aras del interés público? ¿Se ampliará el concepto de interés público, ya de por sí indeterminado? ¿Estamos ante el comienzo de una verdadera economía colaborativa?
Y mientras tanto, los bancos son uno de tantos Winston Churchill de esta guerra. Entidades de crédito compuestas por miles de profesionales que tienen la difícil misión de ayudar a nuestros autónomos, empresas y ciudadanos a sobrevivir o mitigar la crisis económica que se avecina.
¿Y qué se espera de un líder en un conflicto bélico? Para comandar una guerra, el mando debe dar ejemplo. Los directivos de la banca han anunciado que no cobrarán sus bonus este ejercicio y sus accionistas no recibirán el dividendo devengado del año 2019. Lejos queda esto de la imagen de banqueros acudiendo a los tribunales o en películas con el fondo de Wall Street que anteponían sus emolumentos por encima de cualquier ética. Mucho de nosotros nos preguntamos ¿a qué esperan los políticos y directivos de empresas públicas para tomar la misma medida? ¿de qué forma asumen los políticos los errores de su gestión? ¿se espera de un directivo un mayor sacrificio que a un servidor público incluso por crisis que ni siquiera le son asumibles?
Y tras eso, lo primordial es pensar en los colectivos más vulnerables de la pandemia. El parón sufrido por las empresas ha abocado a la solicitud de regularizaciones temporales de empleo (ERTE) o en el peor de los casos a la falta total de ingresos de autónomos o trabajadores por cuenta ajena. Y conscientes de las dificultades financieras de sus clientes, las entidades de crédito han asumido moratorias en los pagos de la hipoteca por encima de los plazos que el gobierno ha estipulado e incluso en la definición de colectivos vulnerables (el Real Decreto – ley 11/2020 amplió de un mes inicial a tres meses el plazo obligatorio). De nuevo, los bancos han entendido su responsabilidad muy por encima de lo que se les exige.
Además, entre otras medidas, los bancos están proporcionando liquidez a las empresas para seguir su actividad, no sin ello quejarse abiertamente de que en la mayoría de los casos lo tendrán que hacer asumiendo el riesgo de impago por la insuficiencia de la cuantía de línea de avales acordados por el ejecutivo (en total 40.000 millones de avales ICO de los 100.000 millones previstos).
Asimismo, adelantar el pago de pensiones, comunicar telefónicamente el ingreso o permitir sacar efectivo de cualquier cajero durante estos días sin comisión son algunas de las medidas de los bancos para que el uso de las oficinas, principalmente por personas de mayor edad, sea el mínimo.
Durante muchos años, los que trabajamos en o para el sector financiero, hemos sufrido, merecidamente o no, de una mala reputación. La actividad bancaria y su finalidad en la sociedad está en entredicho. Cuando venzamos al coronavirus, mala señal sería pensar que los bancos u otro tipo de empresas no debieran maximizar los beneficios con los límites que la responsabilidad social corporativa y la ley le demande. Pero como en toda guerra, los mejores líderes anteponen sus intereses particulares a los del país para vencer al enemigo. Y en eso la banca sabe perfectamente su función primordial en la sociedad.
Me temo que, a pesar de esto, los bancos siempre estarán en el punto de mira, por una vez eso será bueno, significará que el virus es cosa del pasado.