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19/04/2024. 17:58:23

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En materia de igualdad no conviene utilizar los ojos del presente para mirar el pasado

Conchi Obispo Triana - Editora. Departamento de Contenidos. Área Profesional Thomson Reuters Aranzadi

En materia de igualdad no conviene utilizar los ojos del presente para mirar el pasado.Eso sí, debemos aprender de él, porque nos permite analizar todo lo conseguido actualmente con mucha más perspectiva y optimismo.

Cuando, como integrante del Departamento de Contenidos de Thomson Reuters, desde Legal Today recibí la propuesta de compartir mi perspectiva de la igualdad en un sector como el de la edición e información jurídicas, la primera frase que me asaltó fue precisamente la que he utilizado como título, “No conviene utilizar los ojos del presente para mirar el pasado”. Si así lo hiciéramos, no dudo que muchas de las profesionales del sector nos rasgaríamos las vestiduras porque, de una u otra forma, en alguna ocasión hemos sido espectadoras o víctimas de un comportamiento discriminatorio y nos abrumaría una justificada indignación.

Precisamente voy a aprovechar esta iniciativa para compartir una vivencia personal de mis inicios laborales, que hace 20 años se podría calificar casi de anecdótica, pero en 2022 me ayuda a poner en valor todos los logros obtenidos en materia de igualdad y a entender en el presente cómo veladas reivindicaciones y pequeños desafíos de mujeres del sector no fueron en vano.

En todo el trabajo de edición y documentación jurídicas juegan un papel vital los colaboradores y colaboradoras externas -con perfiles del mundo de la Judicatura, de la Abogacía, de la Universidad, de la Función Pública, de la Inspección de Trabajo, de la Inspección de Hacienda, de la Intervención, Asesoría, Consultoría, etc.-, quienes con el aporte de su conocimiento y experiencia marcan un elemento diferencial en las distintas publicaciones que sirven de soporte a muchos profesionales jurídicos.  Yo me considero muy afortunada al haber tenido y tener la oportunidad de trabajar directamente con excelentes profesionales cuya aportación me sigue ayudando a crecer profesional y personalmente también, por qué no decirlo.

No obstante, desgraciadamente fue en este contexto de colaboración en el que tuvo lugar la experiencia que quiero compartir. En el año 2000 la digitalización no estaba tan extendida como ahora y uno de los colaboradores con los que yo gestionaba uno de los productos de mi responsabilidad, estaba acostumbrado a visitar la oficina periódicamente y llevar personalmente la documentación.  Cuál fue mi sorpresa cuando, tras haber ultimado con él nuestra primera reunión para analizar conjuntamente el trabajo que teníamos entre manos, se acercó a uno de mis compañeros varones y tras una charla distendida, fue a él a quien entregó el trabajo, sin dirigirme, si quiera, la palabra.

Me sorprendió y confieso, me dolió; tal vez la falta de experiencia, el gran respeto que me inspiraba un perfil como el suyo y el hecho de que apenas llevaba unos meses trabajando, me inhibieron de elevar cualquier queja al respecto. Continué trabajando en la documentación del proyecto y se la remití de nuevo para finiquitarlo. Sin embargo, al mes siguiente el patrón de comportamiento volvió a repetirse y mi orgullo herido ya empezó a resentirse más. Eso sí, aguanté y no dije nada hasta que, en la siguiente visita, fiel a su modus operandi, volvió a entregar a mi compañero la documentación revisada que sabía que había trabajado yo. Ese día mi paciencia llegó a su límite máximo y ni la falta de experiencia, ni la juventud, ni el hecho de llevar trabajando pocos meses, fueron ningún obstáculo para “empoderarme”, palabra que, por cierto, por aquel entonces nadie utilizaba y seguro, pocos conocían. Me levanté de mi sitio con determinación, me dirigí a él con exquisita educación y manteniendo la templanza le espeté: “Por favor, si no te importa, a partir de ahora la documentación me la entregas a mí. No es una cuestión caprichosa, es simplemente que, como sabes, soy yo quien la estoy trabajando”.

No tengo palabras para expresar su cara de sorpresa, pero se me antoja pensar que era su forma habitual de actuar cuando las interlocutoras eran de sexo femenino. Eso sí, este incidente, que con los ojos de hoy sería absolutamente reprochable, supuso en aquel momento un antes y un después. Yo me gané su respeto y su reconocimiento y representó una lección para ambos: para él, al menos eso quiero pensar, la eliminación de prejuicios y reconocer el buen trabajo con independencia del sexo de quien lo hubiera elaborado; y para mí, que nunca debería esconderme en mis miedos ante una reivindicación legítima y perfectamente avalada.

A todo esto, procede añadir que siempre he trabajado y trabajo con mujeres, comprometidas, responsables, luchadoras incansables y estupendas compañeras de trabajo que representan los valores de igualdad que ahora preconizamos; pero también con hombres, con idénticos valores y aliados perfectos en la lucha contra la discriminación.

Entre todos conseguiremos eliminar prejuicios absurdos y valorar y reconocer a las personas por su valía y su buen hacer. Queda mucho camino por andar, pero el trazado ya está muy marcado.

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