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23/04/2024. 22:02:24

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La estupidez directiva

assistant professor of IESE in the department of managing people in organizations

Guido Stein
assistant professor of IESE in the department of managing people in organizations

«El triunfo de la inteligencia personal – señala José Antonio Marina – es la felicidad; el triunfo de la inteligencia social es la justicia»; sin embargo, desde hace tiempo me pregunto por qué tengo la repetida evidencia de que personas con funciones directivas, según mi particular estadística más que menos, sufren la frustración, la desconfianza y la consiguiente desilusión en sus trabajos.

La estupidez directiva

Aunque me cuesta creerlo, la felicidad no parece ser el distintivo general de las personas que trabajan en las empresas que crean más valor para el accionista, ni tampoco en las que mejor sirven al cliente, ni aún en las más innovadoras. Lo que resulta, no obstante, francamente descorazonador es que acontece algo similar en sus contrarias.

Si de los efectos nos remontamos a las causas y si damos por buena provisionalmente la tesis mencionada, nos tendríamos que preguntar: ¿por qué gente inteligente, modestia aparte, puede comportarse estúpidamente?

Conocemos, y a menudo practicamos, estilos de dirección que son corrosivos como el ácido, que arrancan de cuajo la esperanza y que anestesian la integridad. Con ellos, en vez de construir, arrasamos.

A estas alturas seguimos empeñándonos torpe, repetitiva y monótonamente en que dirigir es mandar. Pero, ¿quién se fía del que le diga lo contrario?¿Será verdad que el que es bueno es porque no tiene valor para ser otra cosa?

Un colega, el profesor Pin, sostiene arriesgadamente que dirigir es educar. Cuando eso se hace con seriedad, entonces uno se adentra en el ámbito más intimo,  más humano, de cada uno, y como indica su significado etimológico "se conduce hacia delante". No sabría dar recetas de cómo se hace; sin embargo, es casi una obviedad detectar cuando no se hace, la etiología más común es no importarle a uno sus subordinados.

La corrupción de algo tan noble siempre empieza en el mismo sitio, en aquel en el que debuta todo lo importante: uno mismo. Me malicio que a los directivos nos arruina más la vanidad que los riesgos del negocio, el afán de poder que las adversidades financieras, e incluso el perjuicio del próximo que la competencia. A pesar de lo que se suele pensar, ¿ puede que fuera sólo se encuentren los adversarios, mientras que los enemigos residan dentro, empezando, justamente, por uno mismo?

Sea o no exactamente así, lo que no parece que vaya a surtir efectos paliativos es una nueva ética, pues a la postre la cantidad de acciones inmorales es más o menos la misma que en otras épocas: y es que siempre hay personas ávidas que sólo piensan en sí mismas.

Dicen que las patologías psiquiátricas se distinguen porque los que las padecen esgrimen seguridades erróneas e invencibles . Quizá al común de los directivos nos baste, para empezar, con repasar aquellas cosas que no sabemos pero de las que estamos completamente seguros, como esta incompetencia.

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