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28/04/2024. 13:00:05

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Abogados y jueces, senderos que se bifurcan

Es catedrático y abogado.

El autor defiende la excelencia de la abogacía en contraposición a la crisis de la justicia española.

Rafael Domingo

A los abogados de esta era nos ha sido dado el contemplar un fenómeno maravilloso. La abogacía española abandona nuestras fronteras y se convierte en un águila de altos vuelos. En un fénix de vastos horizontes. El derecho español trasciende, sin miedo. Nada lo detiene. En efecto, los grandes despachos ibéricos se están lanzando a la conquista de los mercados más dispares, poniendo una pica en Flandes a diestra y siniestra.

Nuestras firmas se están convirtiendo en auténticos global players, con visión de futuro y aspiraciones internacionales. No se trata de declaraciones principistas o de fuegos artificiales. Garrigues se consolida en América Latina, escudriñando en tierras tropicales el talento de los cerebros latinoamericanos, expandiéndose estratégicamente por las venas de todo un continente. Uría, una vez más, se adueña de la academia, convirtiéndose en un paradigma del éxito para la escuela de negocios más prestigiosa de los Estados Unidos, la Harvard Business School. Cuatrecasas se asoma a la muralla china con audacia y sin complejos. Siguiendo estas huellas, muchos despachos españoles sopesan la agenda global: Europa del Este, África, Asia, etc. Hoy, nada es imposible para un abogado español.

Sin embargo, no todo brilla bajo el sol. Mientras observamos este crecimiento espectacular de la abogacía tenemos que enfrentarnos, en contrapartida, a una crisis judicial que parece no tener fin. La justicia española está enferma, desde hace tiempo, y se niega a inocularse la cura. La huelga ha denotado las grandes carencias de nuestro sistema. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿Por qué mientras la abogacía es global, nuestra justicia se aferra a la espada de Damocles del localismo? ¿Qué impide que ella se libre de las ataduras de la política? ¿Por qué sucumbe ante la tentación del poder? ¿Acaso estamos condenados a soportar los vaivenes de una justicia de segunda, teniendo abogados de primera?

Urge que los hombres del Derecho repasemos, una vez más, las prioridades de la Justicia española. Apliquemos a nuestra justicia los criterios modernizadores que tanto bien le hicieron a la abogacía. Abandonemos, por ineficaces, las recetas coyunturales, los afanes protagónicos, el imperialismo de la política. En materia de justicia, hay mucho por hacer. De entrada, un nuevo pacto de Estado que renuncie a la politiquería y a la instrumentalización de la Justicia. Blindemos a las jueces y sus decisiones garantizando con hechos su independencia y formación. Mejoremos la calidad de la Justicia, que es tanto como mejorar las retribuciones de sus operadores.

Consuela el ejemplo de la abogacía, siempre presta a aportar soluciones realistas a un mundo tan complejo como el que vivimos. Es preciso unir, cueste lo que cueste, estos senderos que se bifurcan: la Abogacía y la Justicia. Sólo así, los juristas españoles llegarán a ocupar el puesto que les corresponde en un mundo globalizado: el liderazgo indiscutible en lengua castellana y la vanguardia en la expansión europea continental.

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