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20/04/2024. 01:05:21

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EL AGUA: un desafío para el siglo XXI

Ex presidente de la Union Internationale des Avocats (UIA)

Hector Diaz-Bastién

Es un lugar común afirmar que en términos económicos y estratégicos el agua será en el siglo XXI lo que el petróleo ha sido en el siglo XX. No por ser un tópico deja de ser una afirmación acertada aunque solo a medias. Porque el petróleo será sustituido. Porque el petróleo ha tenido un principio y tendrá en toda lógica un final. El agua, sin embargo, ha sido, es y será una necesidad básica, no puede ser sustituida, precede a la humanidad, a la vida misma. La hace posible y su ausencia la imposibilita. Al menos en nuestro sistema solar, en esta pequeña esquina del universo.

El agua no solo es el origen y la esencia de la vida. El agua está íntimamente interconectada con la salud, con la seguridad alimentaria, con la conservación del suelo, de los ecosistemas y, no conviene olvidarlo, con el desarrollo económico. El agua será uno de los desafíos principales que deberá enfrentar la humanidad en el siglo XXI y, desgraciadamente, también será el origen de múltiples conflictos internos e internacionales. Y ello a pesar de la abundancia de agua dulce en la tierra. Porque está mal repartida y mal gestionada. La mala distribución tiene una solución casi imposible, pero no así la mala gestión. Al menos en teoría

Es un imperativo moral tratar de evitar que el agua provoque guerras, desgracias y sufrimiento. Y no hay que esperar a que se adentre bien el siglo XXI porque una gran parte de los conflictos actuales tienen el agua como causa exclusiva o primordial: Oriente Medio, Darfur, Cachemira…Según un estudio de  la Universidad de Oregón, en los últimos 60 años se ha producido 37 enfrentamientos violentos entre países por este recurso.

El cambio climático solo puede agravar la situación. Algunas previsiones se convierten en pesadillas. Hoy la mitad de la humanidad depende del agua que viene de los glaciares del Himalaya y de la meseta tibetana ¿Que ocurrirá cuando desaparezcan estos glaciares y no realicen la función reguladora que hoy llevan a cabo?

El agua es un valor económico ciertamente, pero es algo más. El agua es en cierto modo un bien común de la humanidad. El derecho al agua para cubrir las necesidades básicas es un derecho de la persona. Esto no es ni una reclamación idealista ni una reivindicación revolucionaria. Porque el agua en mal estado es la causa del 80% de todas las enfermedades en los países en desarrollo. Porque en estos países  las mujeres y niñas recorren una media diaria de 5 km diarios cargadas con 20 l de agua. Y porque la diferencia de precio del m3 de agua entre la suministrada por la red de saneamiento en los barrios ricos y la que se reparte en camiones cisterna en las chabolas de las grandes urbes es de 1 a 5.

Y esto nos lleva a la cuestión del precio. Por dos razones. Porque siendo cierto lo anterior, también lo es que el despilfarro es la consecuencia necesaria cuando el agua es gratis.

Por otro lado, en algunas circunstancias, el agua es una "res intra comercium" con el mismo título que, por ejemplo, la tierra.

En ambos supuestos, la definición de la utilidad social del agua exige previamente la solución del problema del precio. Ello es así porque la abundancia a la que me he referido anteriormente, aún siendo real es puramente teórica. En muchos lugares de la tierra hay una severa escasez de agua. Y estos lugares aumentan cada día.

A la vista de todo lo anterior es evidente que el agua hoy es un problema de buen gobierno y de cooperación internacional y en la tesitura actual se plantea una alternativa con dos opciones:

  • La primera consiste en continuar como hasta ahora incrementando el consumo y la "producción" de agua y sobreexplotando los recursos hídricos como hemos hecho en otros sectores, como el pesquero, con efectos catastróficos.
    La desalación del agua del mar se enmarca en esta tendencia y no será una "producción" de agua sostenible desde un punto de vista económico ni medio ambiental mientras no se resuelva el problema del coste de la energía utilizada ni la cuestión de los vertidos al mar de los residuos de salmuera.

    Esta opción conlleva perpetuar la competencia nacional e internacional en la carrera por asegurarse el acceso y el control de los recursos hídricos y hace del enfrentamiento y del conflicto algo consustancial e inevitable.
  • La segunda opción, difícil, implica un cambio de mentalidad que permita valorar el agua haciendo que el consumidor pague un precio realista y asegurando el acceso a este recurso a los más pobres de la tierra.
    Solo una mayor valoración permitirá una mejor gestión que promueva su uso racional y su ahorro. La eficacia en éste como en otros campos de la actividad humana exige previamente el buen gobierno. Y ya sabemos que para ello es imprescindible el estado de derecho, la democracia y el respeto de los derechos humanos. Solo así se podrá mejorar la eficacia y gestionar los conflictos internos.

    Esto es una condición necesaria, pero no suficiente: hay ríos, lagos y acuíferos subterráneos internacionales. Casi la mitad de la humanidad vive en cuencas hidrográficas compartidas: 214 cuencas en los 4 continentes son multinacionales. Los grandes acuíferos subterráneos como el guaraní también lo son. La cooperación internacional es el complemento necesario del buen gobierno interno, ya que es ineludible la regulación de estos ríos, lagos y acuíferos internacionales.

Esto no solo es deseable sino que está demostrado que es posible. Fueron precisamente las comisiones fluviales del Danubio y del Rin en el siglo XIX las primeras manifestaciones de una cooperación internacional institucionalizada y el embrión de lo que mas tarde serían los organismos internacionales, el fenómeno jurídico internacional más relevante de la primera mitad del siglo XX.

Comparto estas reflexiones con el lector de Legal Today en el firme convencimiento de que el buen gobierno y la cooperación internacional son los dos lados de la misma moneda y de que en ambos el papel de jurista es crucial.

Ya sea en la defensa del estado de derecho y de los derechos humanos, ya sea articulando procedimientos que permitan mejorar la gestión del agua, ya sea estableciendo mecanismos y arbitrajes que eviten o solucionen los conflictos. Tanto en el plano interno como en el internacional.

No quiero ser agorero, pero sin un cambio de mentalidad en la gestión del agua el presente siglo estará plagado de conflictos y guerras. Los caladeros pueden agotarse, las especies extinguirse. Podemos vivir sin comer pescado, por seguir usando el mismo ejemplo. Sin embargo, la vida no es posible sin agua. Por eso creo que el cambio llegará y para ello también es esencial el papel que puede jugar la comunidad jurídica. Podemos aportar nuestro grano de arena, debemos hacerlo. Estoy seguro de que lo haremos.

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