Como si de un baile de vampiros se tratase, la danza macabra de nuestro poder judicial amenaza con alargarse de manera indefinida, hasta el imprescindible amanecer de una reforma necesaria. Por ahora, sin embargo, todo es oscuridad. La huelga continúa, el Ministro sigue en el cargo y los usuarios estamos condenados a contemplar cómo se paralizan 30 mil juicios y 120 mil actuaciones judiciales. Lo malo llueve para todos. Y vaya que si llueve.
Por si fuera poco, un cruzaito de negligencias judiciales preservó de la cárcel al pederasta Santiago del Valle, provocando la indignación popular y una retahíla de cuestionamientos sobre el sistema que han terminado por desprestigiar a la justicia, acaso hiriéndola de muerte. Más aún, los jueces inculpados, aquellos que sabiendo, queriendo y pudiendo encarcelar al asesino de Mari Luz no lo hicieron, intentan sacudirse las responsabilidades, endosándoselas al del costado, en una especie de breikindance patético, en el que se desnuda la ausencia de control y el imperio del gazapo que se han apoderado de nuestra administración de justicia.
El Ministro Fernández Bermejo, otrora Cicerón que pontificaba a diestra y siniestra aderezando con su oratoria la vida política y jurídica del país, se escuda en el pasito del Maiquelyason. Retrocede, con estilo, resbalando en la maniobra, parapetándose en frases hechas y guiños preconcebidos cuando se ve acorralado por el dedo acusador. Y cuando Bermejo responde algo, lo hace mecánicamente, como un Robocop enmohecido, ensayando las explicaciones rutinarias de lo imperdonable.
Porque una justicia como la que hoy nos toca padecer, no tiene perdón. No hay excusas que valgan ante estos yerros dramáticos, trágicos, producto de su administración. Menos tratándose de un país que pertenece a la gens privilegiada del desarrollo. España no merece contemplar el triste espectáculo de este chiki-chiki judicial, y los españoles no tienen por qué mecerse grotescamente con este baile aletargado de la improvisación y el error. Cambiemos de música, de escenario e intérpretes. La sociedad lo pide a gritos.
