Cuando nos inscribimos en el Colegio de Abogados se celebra un acto solemne, en el que los nuevos letrados tenemos que jurar o prometer que nos comprometemos éticamente con el ejercicio de nuestra profesión, utilizando para ello la siguiente fórmula: “Juro o prometo acatar la Constitución, así como lo dispuesto en el Estatuto General de la Abogacía Española y en el Estatuto del Ilustre Colegio de Abogados; igualmente, ejercer la profesión de abogado con fidelidad a las Normas Deontológicas que la regulan”.
Aunque haya quien pueda pronunciar mecánicamente estas palabras, en realidad cuando ejercemos la abogacía adquirimos un compromiso con las leyes que rigen nuestra profesión, empezando por el sometimiento a la Constitución, como norma suprema del Estado. Los abogados somos un factor fundamental para la defensa de los principios constitucionales, entre los que se contienen los derechos y deberes fundamentales de los ciudadanos en España. No es pura teoría, pues debemos mantenernos siempre dentro de unos límites en el ejercicio de nuestra profesión como letrados, impuestos por la ética, la ley y el respeto a las normas deontológicas. Suele ser un camino arduo, pero sin duda más seguro que el de aquellos que deciden tomar determinados atajos, pues suelen ser peligrosos.
Si un abogado se desenvuelve por ámbitos alegales puede obtener a corto plazo ciertas ventajas, aunque a la larga todo se sabe y la mala fama se acabará extendiendo como reguero de pólvora. La abogacía no está exenta de determinados personajes nocivos -aunque sea una minoría-, que utilizan malas prácticas, y de los que es mejor mantenerse a cubierto. En esta profesión los problemas vienen solos y conviene protegerse de todos los que nos puedan afectar personalmente, en la medida de lo posible. Los Colegios de Abogados habrían de ser firmes en la imposición de sanciones a estos letrados, como vigilantes que se supone han de ser de que el conjunto de los colegiados cumpla con unos estándares mínimos de calidad y ética en su desarrollo profesional.
En ocasiones se nos presentan a los abogados situaciones tentadoras, que nos impulsan hacia una determinada solución que sabemos que no es del todo correcta, pero que nos atrae, porque tal vez así vayamos a conseguir ganar dinero fácil. ¡Y cuánto se agradecería de vez en cuando que el dinero nos entrara sin mucho esfuerzo! Sin embargo, es aconsejable resistirse, aunque nos duela o incluso nos haga falta lo que esperemos ganar: Es pan para hoy y hambre para mañana.
El compromiso ético de nuestra profesión significa que estamos llamados a ser buenos abogados, de los que piensan en los intereses de sus clientes y los defienden a capa y espada desde la rectitud, la perseverancia, el estudio y el esfuerzo diario. Compromiso que mantenemos la inmensa mayoría de los letrados en ejercicio. Esto no nos asegurara el resultado anhelado, pero a la larga nos permitirá tener la satisfacción del deber cumplido.
No nos hemos de fustigar tampoco si cometemos algún error y nos dejamos convencer por cantos de sirena en algún momento dado, porque la perfección no existe y todos nos equivocamos alguna vez. A este respecto, considero inspiradora una frase célebre que cierra la película “Legítima defensa”, de Francis Ford Coppola (1997), que dice lo siguiente: “Todo abogado, al menos una vez en cada caso que lleva, se encuentra cruzando una línea que realmente no quería cruzar; eso sucede, pero si la cruzas demasiadas veces esa línea desaparece y acabas convirtiéndote en una farsa de abogado, en otro tiburón más nadando en aguas sucias”. Considero que esa línea roja aparece solo en algunas ocasiones, no en cada asunto que llevamos. Y que es posible evitar cruzarla.