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28/03/2024. 16:53:39

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Humanum lucrare est

Profesor de Investigación del CSIC

A. J. Vázquez Vaamonde

El fallo humano es la consecuencia de nuestra imperfección. Siendo inútil reclamar al creador, la razón y la inteligencia ha tratado de atenuar las consecuencias de tan mal diseño, con sistemas más o menos sofisticados y costos para reducir la probabilidad del fallo. Del simple trinquete o el freno automático, hemos pasado a los sofisticados sistemas de seguridad actuales, que rozan la perfección, ¡aunque son caros! y, por tanto, reducen los dividendos: humanum lucrare est. El accidente de Bophal sigue presente.

Puesto que con el fallo humano siempre hay que contar, humanum errare est, los sistemas de seguridad son la GARANTÍA para evitar el accidente. Si no es así ¿quién es responsable?; ¿el hombre que cometió el fallo – ¿no dijimos que es inevitable? – o el sistema que no funcionó?

La discusión no es banal. Los sistemas de seguridad están en paralelo a la acción humana. Frente al fallo humano inevitable el NO fallo no humano es la solución. Los sistemas de seguridad no se distraen, no se cansan, no tienen preocupaciones. Ellos son la garantía frente  al inevitable fallo humano. Hombre equipos y seguridad son un todo uno, pero la garantía está en los equipos. Es reciente la noticia del contrato para un metro sin conductor en Arabia Saudí. ¡No son necesarios en estos momentos de desarrollo tecnológico en una conducción por carriles! Dentro de poco quizá tampoco en una conducción en carretera.

La formación de una persona, un coste apreciable, aumenta si toda la responsabilidad recae sobre ella. La calidad de los equipos, también con alto coste, reducen el riesgo hasta anularlo. Son los sistemas de seguridad – el hombre no es un sistema de seguridad – quien debe GARANTIZAR que no haya accidentes.

Tampoco el coste del mantenimiento es despreciable. Cuando se disminuyen los beneficios de los accionistas aumentan, lo que realimenta su reducción. Mientras se acumula un deterioro que, cuando supera ciertos niveles pasa su factura: un accidente mortal. Ese pronóstico cuando la Srª Thatcher – ése ídolo de nuestro gobierno – privatizó los ferrocarriles británicos, se convirtió en sangrienta realidad al poco tiempo como aprendieron a su costa los británicos. La Srª Thatcher, ese triste ejemplo que idolatra este  gobiernos, lo demostró privatizando la sanidad y los ferrocarriles británicos. Inicialmente fue un éxito, hasta que empezaron a producirse los muertos. El cociente: dividendos/muertos fijó el beneficio accionarial por cada muerto. No lo pagaron los accionistas – lo suyo fueron los dividendos – sino las victimas: los ciudadanos, como en el accidente del metro de Valencia. Los costes del control de mantenimiento, "política lucrativa", se redujeran a los mínimos imprescindibles. En realidad rebasaron esos mínimos fruto de la voracidad de reparto de beneficios provocando los accidentes. La factura de la privatización de la sanidad, en términos de prolongación de las listas de espera, fallecimientos sin ser operados o por falta de limpieza hospitalaria, etc., también se está pagando. En un reciente informe se habla de miles de víctimas en hospitales privatizados que no se hubiera producido, de no haberse privatizado.

Pero la garantía de seguridad nace en la mesa de diseñó del sistema. Eliminar las curvas, aunque salga caro, substituirlas por rectas a base de puentes o túneles, como exige el actual grado de desarrollo tecnológico. No hacerlo introduce un eslabón débil en una cadena ¿para aumentar el reparto de dividendos? Se disimula el riesgo introducido, atribuyéndolo al fallo humano. En un trayecto recto, aun producido el error, no hubiera ocurrido el accidente.

Cabe concebir que una persona que conoce perfectamente un trayecto quiera superar el límite de velocidad en unos cuantos kilómetros por hora; es inconcebible que quien sepa que el límite es 80 km/h quiera circular a 190 km/h; pero es inadmisible que, aun si quiere hacerlo, consciente o inconscientemente, no haya un sistema de seguridad que se lo impida.  Un sistema de seguridad correcto se instala para GARANTIZAR que si eso se pretendiera no pudiera ocurrir. ¿Cómo pudo, entonces, ocurrir? Parece evidente que porque el sistema de seguridad instalado no era el adecuado. Él, que tenía que garantizar que en caso de fallo humano no habría accidente, fue el que falló. En el accidente de Santiago hay mucho más que investigar que la caja negra con los datos del suceso: ¿quien autorizó – ¿para ahorrar dinero? –

1.- un trazado con curvas en la estación ¡diseñadas para trenes de hace más de medio siglo!,

2.- un trazado que, en determinados tramos exige reducir la velocidad de 220 km/h a 80 km/h;

3.- que en ese punto crítico- ¡quizá el mayor de todo el trazado! – no hubiera dos sistemas redundantes de seguridad para que, si fallaba uno se GARANTIZARA que funcionara el segundo. 4.- un sistema de seguridad que NUNCA permitiera superar la velocidad establecida para cada punto. 5.- la inexistencia de cinturones de seguridad, como sí se exige a los viajeros de coches que circulan a menos de 120 km/h? 6.- que los equipajes se coloque sin la menor sujeción, como se exige en los aviones, convirtiéndose en armas arrojadizas en caso de frenada brusca y no digamos en caso de impacto?

Si el maquinista circuló a 190km/h debiendo hacerlo a 80 km/h tendrá su responsabilidad, pero compartida, ¡por lo menos!, con los otros seis co-autores cuya acción /omisión fue imprescindible para que se produjera el accidente.

Hoy nos llega la noticia de que docenas de viajeros han ido sentados en el suelo en un AVE. Incluso en estos momentos de lógica hipersensibilidad. Este hecho revela la preferencia de la disyuntiva: más dividendos vs. menos seguridad. Es una estafa al pasajero que pagó su billete por hacer un viaje en otras condiciones ¡son nadie sentado en los pasillos! Echarle la culpa a las víctimas o a los transgresores es una irresponsabilidad. Si las condiciones de seguridad para circular no se dan, el tren no puede ni arrancar. Y si hay que indemnizar a todos los viajeros es lo menos que deben sufrir los accionistas por tener unos gestores incompetentes. ¡Pero la seguridad es sagrada! Quiero decir, debería de serlo.

El Ministro de la Gobernación, como en días previos algunos responsables de RENFE Y ADIF vinculados al accidente producido en Santiago, también le echa la culpa al trabajador. Pero éste no ha muerto – como en el accidente de Valencia –  y tendrá mucho que decir. En esta situación de falta de información es una irresponsabilidad buscar culpables de modo mediático antes de hacer un estudio a fondo. Endosar responsabilidades suena a querer librarse de la que se puedan tener.

Hay que diferenciar la culpa moral, que manifiesta el conductor honrado que se autoinculpa, compungido por su intervención en el desastre, de la responsabilidad penal y civil en que haya podido incurrir. La conducta del maquinista es al opuesta a la de esos políticos que, metidos de hoz y coz en asuntos turbios. Ninguno lo niega, sólo dicen: "no se podrá demostrar que no somos inocentes". En realidad lo que no se va a poder demostrar es que sean culpables, pero que la inocencia la perdieron hacen mucho tiempo es todo un hecho. ¿O el endose de la culpa al error humano es para salvar unos contratos millonarios pendientes, como también se nos cuenta?

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