Como su propio autor, Pascual Montañes, me confesó hace tiempo, el concepto de “inteligencia política” nació con cierto afán de mostrar una paradoja, con ánimo de provocar un debate. Lo “político” es algo que en nuestro país, lamentablemente, acostumbramos a oponer a lo “inteligente”. Lo “inteligente”, solemos unirlo inconscientemente al ámbito de la verdad que sólo tiene que ver con la razón. En las profesiones prácticas, es decir, en aquéllos oficios cuyo acierto no se basa en una verdad previa, sino incierta y “que hay que actuar”, ser “político” viene a significar utilizar un segundo camino para lograr algo que con la inteligencia no se alcanza. Y eso es un desdoro.
Con el concepto de "inteligencia política" aplicado a un oficio práctico, la dirección de empresas, Pascual Montañes ha querido agitar conciencias y poner de manifiesto o defender, que el ámbito de la prudencia, de la política, de lo incierto práctico, es algo que pertenece por propio derecho a la más alta inteligencia. No es un segundo camino. Y por el contrario, aquéllas teorías o concepciones que traten de explicar las profesiones prácticas, la dirección de empresas o la abogacía, desde el punto de vista parcial de la inteligencia (considerando excluyentemente la inteligencia teórica) ocultan un alto grado de insensatez.
Esto no es teoría, tiene unas graves consecuencias en la vida. Debido a esos errores culturales, a los directivos de empresas y a los abogados, se les ha querido formar durante años mediante disciplinas "lectivas". Si usted se sabe el Plan General Contable será un gran empresario, si usted se memoriza el Código que corresponda será un gran jurista. Suena estúpido, pero así ha sido y así es en gran medida nuestro sistema formativo.
Las modernas Escuelas de Negocios, desde el año 1950 en España, vislumbraron el error y comenzaron a utilizar la metodología del caso para formar a los directivos de empresa. Usted será un buen directivo, si se acostumbra a razonar y actuar con prudencia, en los inciertos escenarios que pueden darse en la vida empresarial. Es bueno que sepa contabilidad, pero eso no basta, dirigir es otra cosa. Como se dice en una nota técnica del IESE que ha hecho época "tú no eres un técnico". Las modernas aulas de las escuelas de negocios, se parecen más a un parlamento que a un púlpito, son más políticas que teóricas, se aprende más debatiendo con gente seria de un problema que admite indefinidos puntos de vista, que escuchando a un sabio que sólo tiene el suyo.
Se preguntará el lector porqué escribo estas consideraciones sobre la formación de directivos de empresa, si este articulo está dirigido más bien a abogados. La razón no es sencilla, pero espero que tenga sentido. Lo que los directivos de empresa han aprendido no hace muchos años y han puesto en práctica con un éxito global, es decir, qué virtudes han de conformar al buen directivo y por tanto que conocimientos hay que transmitirles y sobre todo de qué modo, es algo que perteneció durante siglos a la tradición cultural de la abogacía y que esta ha perdido y aún no ha sabido rescatar.
El método del caso contemporáneo, fue aplicado a la formación directiva en las escuelas de negocio de los Estados Unidos (Harvard) tomado de la metodología de aprendizaje de las escuelas de derecho. ¿Porqué los directivos de empresa han aprendido la lección y los abogados no? ¿Se imaginan ustedes tantas escuelas de abogados o juristas como escuelas de negocios hay hoy en el mundo? ¿Y con su éxito? ¿Y acudiendo por centenares a debatir con otros abogados cada año en formación continua?
La abogacía aún no ha sabido ver el problema, y cuando hablo de abogacía, hablo de abogados, fiscales, jueces, letrados y toda aquélla profesión jurídica. Nuestro sistema formativo está alejado de la vida práctica, no promueve hábitos "políticos" en el pensar, ni prudentes en el obrar, no guarda sentido con el desarrollo personal, promueve en no pocas ocasiones personalidades patológicas, y aleja de la vida social. Es un juicio duro, pero así es la realidad.
El sistema formativo de juristas, no facilita la comunicación intercultural, no forma a personas que puedan modificar -se les haya creado el hábito de hacerlo- leyes o resoluciones injustas, educa a "técnicos". Y un jurista no es un técnico. Ni el método del caso, es "casuística".
No se me oculta lo costoso que es cambiar actitudes, y lo perversas que resultan las estructuras corporativas (universitarias, políticas o profesionales) cuando además tienen una teoría que las sustenta. Pero tampoco hay que dejarse confundir. El reto existe, y se puede detectar, y lo que es mejor es superable. Los directivos de empresa y las Escuelas de Negocio son un ejemplo de ello. A los juristas les va a costar promover una formación que vuelva a los orígenes (case system & apprenticeship) de sus virtudes, sin caer en lo técnico. El mundo global actual lo exige y lo fomenta, es un motor. Ahora hay que ponerle ruedas y carrocería. Ojala algún día lo veamos, y nos felicitemos por haber logrado abrir una nueva vía y volver a nuestras mejores tradiciones.