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25/04/2024. 00:11:01

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Niñas, chicos y “chavales”

Profesor de Investigación del CSIC

A. J. Vázquez Vaamonde

Pocos libros hay que describan más clara y amablemente el inmenso mensaje que subyace tras los substantivos, más aun los adjetivos, que “La tesis de Nancy” de Sender. En él, Nancy se sorprendía de la diferente denominación de las personas que fallecían. Si pertenecía a una clase social elevada se llamaba “el finado”; si pertenecía a un clase social media se llamaba “el difunto”; si pertenecía a una clase social baja se llamaba “el fiambre”. Con tosquedad mayor se decía en la época de Franco que no había que confundir entre los lisiados de la guerra al “j… cojo”, `el demócrata que perdió la guerra, con el “caballero mutilado”, el fascista que la ganó.

La introducción viene a cuento de la forma indiscriminada, por falta de precisión, con que los periodistas informan de lo sucedido con una gran carga ideológica o sensible, premeditada o no. En esta utilización de unos adjetivos o substantivos por otros son expertos ciertos políticos; en este caso la intencionalidad resulta indudable.

Algunos partidos nacionalistas, cuando sus camisas "pardas", "negras" o "azules" se dedican a imponer la tiranía que anticipan aterrorizando a la gente honrada, quemando autobuses, quemando cajeros, oficinas de distribuidores de productos franceses o, más domésticamente, atacando las sedes de los partidos democráticos dicen: "estos chicos; ¡hay que ver como son!, lo cual, más que censura, es disculpa. Los lodos son los asesinatos que vienen después de estos polvos, las clases de "preescolar de esos chicos!.

Esos delincuentes no tienen nada de chicos, i.e., de pequeños. Son adolescentes, jóvenes y aun personas mayores que actúan de modo  organizado, ocultos bajo el "burka capital" que sólo oculta la cabez; no llevan la falda que embarazaría la huída si la policía – tantas veces tan "pasivamente activa" –  quisiera identificarlos.

Hace años coincidí repetidamente, por razones profesionales, con un ingeniero que era una persona educada y amable. Un día me comentó: "mañana tengo que ir a un juicio en el que está implicado mi hijo". "¿Ha tenido un accidente de coche?", pregunté, pues no se me ocurría en que otro tipo de juicios podía haberse visto implicado un hijo suyo. "No, es por un lio en la Facultad de Derecho; pegó un tiro al aire y le dio a un portero". Debía ser esa clase de porteros de Facultad que, como los manifestantes anti-franquistas, siempre iban volando recibiendo los tiros que la policía "al aire". "Fue una chiquillada", añadió. No pude asentir; "Yo creo que tu hijo tuvo mucha suerte; podría haberlo matado". ¿Chiqillada el acto de un alumno de derecho que tendría 18 o 20 años?.¿Qué sentido de la justicia aprendía en la Facultad este estudiante de Derecho?.

En la misma línea de cosas nos estremece leer la noticia de la muerte y violación de una "niña" de diecisiete años. La primera sorpresa es la incoherencia entre el substantivo, niña, y la edad, diecisiete años; no concuerdan. Se podría haber dicho adolescente,  joven, quizá no mujer; pero jamás una niña.

La noticia se amplía en detalles: la "niña" llevaba tres años de relación continuada con su novio, presunto asesino. El rigor del código establece la referencia cronológica de la minoría de edad para evitar el casuismo de analizar caso por caso la "madurez" individual. En los momentos actuales, ¿es tan correcta esta solución como lo fue cuando se estableció siendo las relaciones sociales tan distintas de las que hoy están vigentes?.

Antes, la edad escolar obligatoria – cuando felizmente la impuso la sociedad civil como un derecho social -. terminaba a los 14 años. Esta edad se consideraba suficiente, en lo fisiológico, para el matrimonio; en lo psicológico se dejaba la decisión a la autoridad paternal.  La fisiología sigue siendo la misma; el desarrollo mental, en principio, no es menor actualmente que hace algunos años. La prolongación a los 16 de la enseñanza obligatoria crea la sensación irreal de que esas "niñas" de 16 años son niñas, como se decía antes, "de calcetines". Su vida personal real no es de "niña de calcetines".

La actual infantilidad del adulto empieza con la de la adolescencia, que incluye a la juventud. Creada la confusión, se llama niñas, niños, chicas, chicos, muchachos -muchachas no suele utilizarse – a quienes, en la realidad, "ejercen" de mayores desde hace mucho tiempo. Su falso espejo son los países nórdicos y USA, pero no asumen, con en esos países sus responsabilidades económicas.

El truco es aplicar la ley del embudo: dependientes en lo económico – una reciente sentencia obligó a una madre a seguir manteniendo a un vago de treinta y tantos años obligada por la "patria potestad" – reivindican todos los derechos y libertades, llegando hasta la agresión y el parricidio.

Otra noticia habitual es la de que "muere un "chaval" tras un enfrentamiento entre dos bandas rivales". Dejando aparte la calidad despectiva que tiene la palabra chaval, ahí hay, de nuevo, una connotación de que eso cosa de "gente menuda". Código en mano, están protegidos del rigor de la sanción penal, pero por meras razones de edad cronológica; no por el Curriculum Vitae que poseen.

En sentido contrario cabe destacar la reciente "disculpa" de los jerarcas de una iglesia que rechazan la acusación de pedofilia señalando que esos abusos deben denominarse "efebía", aunque señalan, ¡menos mal!, su rechazo.

Las violaciones de "niñas" con un largo curriculum de actividad "adulta" han invitado a sectores de la sociedad a pedir un incremento de penas; otros lo reclaman de la Educación en la ciudadanía. Ambas, quizá, son necesarias Pero empecemos por llamar sólo "niñas" a las "niñas" y "chicos" – ¡jamás chavales! – a los "chicos".

Mientras esta sociedad educa en la ética a los escolares: rechazo del abuso del más débil en los colegios, pero también a lo padres: es el caso de los que enseñan a sus hijos a incumplir el código de la circulación yendo en bicicleta por las aceras "para salvar la capa de ozono", al parecer más importante que el derecho de los viandantes.

Mientras se enseña la indecencia de la práctica de la corrupción escolar: copiar en los exámenes, chantajear al compañero exigiéndole pagar un "impuesto revolucionario", pero también a los padres: mentir en el parlamento, aceptar o promover sobornos, y que la actuación del corrupto – aunque el 98 % del país la prefiera a la subida de impuestos – es una subida de impuestos, pero que no va a las arcas públicas sino a un bolsillo particular.

Mientras se plantea la urgencia, quizá mayor, de una alfabetización de adultos en "Educación para la ciudadanía", vista la que los padres dan a sus hijos, debe plantearse una campaña de que no se puede es jugar con dos barajas: chicos para las responsabilidades, pero mayores para los derechos; desproporción en la sanción por  hurtos vs delitos de "ingeniería financiera".

Las "palabras políticamente correctas" y las falsedades con substantivos y adjetivos sólo favorecen al delincuente que actúa con máxima impunidad.

El fin de este comportamiento exige una revisión muy a fondo del contenido y universalización de la "Educación en la Ciudadanía" paralela, cada una con su propia urgencia, de una revisión muy a fondo del Código Penal.

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