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19/04/2024. 13:11:00

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… y eso que no tiene letra

Profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad de León

Miguel Ángel Alegre

El pasado 13 de mayo, con ocasión del partido de fútbol correspondiente a la final de la Copa del Rey, el himno nacional fue acogido con silbidos y abucheos por una parte de los aficionados del F.C. Barcelona y del Athetic de Bilbao que asistían al encuentro en el valenciano estadio de Mestalla. La pitada era previsible, pues venía orquestándose y alentándose en círculos determinados desde días atrás. Televisión Española optó por censurar el momento en que sonaba el himno, estableciendo conexiones con Bilbao y Barcelona si bien lo emitió en diferido durante el descanso, alegando un “error humano”, y amortiguando el sonido ambiente. La consecuencia, de momento, ha sido la destitución del Director de Deportes de la televisión pública. Partimos de que hay temas mucho más preocupantes de los que ocuparse en la España actual; pero sin duda este episodio resulta significativo y esclarecedor a los efectos de identificar el punto en que nos encontramos como país.

Tres años llevamos ya esperando a que el Tribunal Constitucional se pronuncie sobre la adecuación a la constitución de aquellos preceptos del Estatuto catalán que en su día fueron recurridos. Están en juego principios constitucionales como la solidaridad territorial o la propia unidad de la Nación española. Por eso, no debería resultar extraño a estas alturas que hechos como los que nos ocupan, sucedan en este collage o batiburrillo ingobernable en el que España se ha convertido. Si merece la pena detenerse, aunque sea brevemente, en analizar esta desdichada historia, es por la confluencia en ella de dos hechos: la pitada al himno en sí misma, y la censura por parte de Televisión Española.

Respecto de la primera cuestión: una de las características de los símbolos políticos (y a la vez, una de las funciones que cumplen) reside en su carácter integrador, esto es, en su capacidad para generar un sentimiento de identificación entre los ciudadanos y su comunidad política, mediante el fortalecimiento de un acuerdo básico en torno a los valores que la sustentan. Los símbolos favorecen la adhesión de los ciudadanos a esos valores y, por tanto, a la comunidad misma. Trasladando esta idea al contexto español, no podemos evitar asociar el rechazo de muchos ciudadanos hacia el himno, con el fallido intento de ponerle letra en 2007[1]. Por un lado, se constata la necesidad de una serie de requisitos para que el símbolo pueda desplegar su potencial integrador: claridad, facilidad de comprensión, así como una determinada actitud por parte del Estado. De otra parte, sabemos que la Constitución española (a diferencia de lo que sucede por ejemplo con la bandera en su artículo 4) no hace referencia alguna al himno. La clave está quizá en dilucidar si el símbolo es presupuesto de la conciencia de pertenencia a una comunidad y a un proyecto político común (que es en lo que se materializaría, al fin y al cabo, el valor integrador), o viceversa: ¿Cumplen realmente los símbolos su función integradora (es decir, contribuyen a generar ese sentimiento de pertenencia a un proyecto común), o ese sentimiento es un presupuesto previo y necesario para que un símbolo pueda cuajar y/o ser utilizado de manera natural y cotidiana? ¿El símbolo integra, o es la integración preexistente la que hace posible el éxito del símbolo? ¿El símbolo genera integración, o más bien la necesita?

La respuesta no será necesariamente la misma en cada caso, pues ésta depende de la época y de las circunstancias históricas, que condicionarán a su vez la mayor o menor presencia o utilización del símbolo. En España, han quedado confirmadas las dificultades que ha encontrado y encontrará cualquier intento de poner letra al himno nacional. Y el rechazo de determinados sectores de la sociedad indica que, si la conciencia de pertenencia a un proyecto común no es suficientemente clara, cualquier intento de modificación (aunque sea de enriquecimiento) del símbolo político, independientemente de su calidad y acierto, será tan inoportuno como la propia utilización del símbolo en determinadas circunstancias. Y ello puede hacerse extensivo a la posibilidad de incorporar la mención del himno a la propia Constitución (siguiendo además el procedimiento agravado de reforma del artículo 168 si es que el himno se incluyera, como sería lo lógico, al lado de los otros símbolos en el título preliminar). ¿En qué delicado lugar quedaría la Constitución (por lo demás, tantas veces incumplida y vapuleada en cuestiones mucho más graves) si el himno a ella incorporado fuese recibido con abucheos cada vez que se interpretara?

En cuanto a la no emisión del himno inicialmente por Televisión Española, la posterior rectificación emitiéndolo en diferido (forzada quizá por la polvareda levantada durante los minutos siguientes en otras cadenas de televisión y radio y periódicos digitales) y las ulteriores disculpas y consecuencias: el artículo 20.3 de la Constitución establece que "La ley regulará la organización y el control parlamentario de los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España". Desde luego, resulta muy difícil reconocer en este precepto a una RTVE mucho más tendenciosa, parcial y sectaria que nunca (a pesar de que uno de sus lemas promocionales sea "Todos juntos ahora"). Una RTVE que debería ser la casa de todos (aunque sólo sea porque entre todos la pagamos), y de la que sin embargo muchos nos sentimos excluidos merced a sus planteamientos y contenidos. Lo sucedido con el himno nacional, por su interés informativo, debió ser conocido en su momento y en su exacta dimensión por todos los ciudadanos. Si verdaderamente esa era la intención inicial y un error humano no lo hizo posible, no podemos por menos que lamentarlo. En todo caso, lo realmente preocupante es el problema de fondo: que un símbolo político del Estado suscite división en lugar de consenso.

Ello nos muestra bien a las claras el verdadero estado de la Nación.



[1] [Aquí se puede incluir un vínculo al enlace: http://www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=364101 ]

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