“Que las armas cedan a la Toga” Cicerón.

Aun recuerdo un episodio de mi vida profesional que acaeció a finales de los ochenta, y del que guardo un paradójico recuerdo, pues si bien me supuso pasar un mal trago, me enseñó una lección que nunca olvidaré. Aquella mañana acababa de concluir un juicio por despido en una de las Magistraturas de Trabajo del viejo edificio de la calle Niebla. Una vez me despedí de los miembros del estrado me dirigí a los bancos de la sala para esperar al compañero de la parte adversa y comentar el desarrollo de la vista. En los segundos de espera, sin pensármelo, comencé a quitarme la toga al objeto de llevarla después a la "sala de togas" de la dependencia que el Colegio de Abogados tenía allí ubicada.
Cuál fue mi sorpresa, cuando el oficial de la Magistratura, un hombre de unos sesenta años, con aspecto pulcro y cuidado, y que siempre me había parecido una persona agradable, pero seria y distante, dirigiéndose a mí en un tono absolutamente desproporcionado de voz, me impetro: "Señor letrado, no puede quitarse la toga dentro de la sala. Haga el favor de salir fuera y hacerlo en el pasillo. Aquí dentro hay que tener un respeto…."
Totalmente cogido por sorpresa, y con la toga a medio quitar, mire al Juez buscando amparo ante tamaño ultraje, y encontré una mirada entre reproche y compasión que me decía "Si señor, le han pillado. El funcionario tiene razón. Venga, salga al pasillo que por esta vez se la voy a pasar" Musitando algunas palabras que no recuerdo, y ante la mirada severa de todos los presentes en la sala, salí al pasillo y concluí la tarea hecho un manojo de nervios. Acto seguido, dejé la toga en las dependencias del Colegio y me marche al despacho rumiando todo lo acontecido. A unos cien metros de la Magistratura del Trabajo seguía sintiendo como si todo el mundo me mirase…
En la soledad de mi despacho, reconocí que lo que más me dolió fue el tono grosero de voz que empleó el funcionario en presencia de otras personas, pues me había sentido verdaderamente humillado ante tan vehemente llamada de atención. Quizás, el funcionario, abroncando a un joven e inexperto letrado, había encontrado por fin su minuto de gloria o quizás, le llegó mi conducta al alma…Nunca lo sabré.
Sin embargo, tras superar las cuestiones asociadas a mi ego maltratado, reflexioné y acerté a comprender que el funcionario no iba tan descaminado, al menos en el fondo.
Efectivamente, la Toga, como atributo profesional, tiene para el que la lleva un significado de diferenciación y respeto asociado a todos los que participamos y colaboramos con la Justicia en Sala. No es un simple ropaje que llevamos por cuestiones meramente prácticas, sino que la Toga tiene un sentido histórico que se remonta a tiempos de la antigua Roma, y que trata de perpetuar los principios de dignidad, sabiduría, honradez, ecuanimidad en relación con la misión común de la Justicia.
Por ello, recordé que cuando había entrado en sala (curiosamente con la toga puesta) el Juez y el Secretario ya la llevaban puesta. También advertí que quitarse le toga en la sala era como desvestirse en presencia de los allí presentes (que continuaban con sus togas puestas) como si de un vestuario se tratase. Era una cuestión de respeto. Respeto para los allí presentes, constituidos en sala de Justicia, y respeto para mi mismo como profesional, que había olvidado, que el acto de quitarse la toga, lejos de ser un acto mecánico, tiene un profundo sentido de intimidad tras la lucha figurada que representa nuestra intervención en el foro.
Desde entonces, jamás me he vestido o desvestido en sala, muy a pesar de que algunos compañeros, en ocasiones lo hacen ante la mirada indiferente del Juez. Y creo que no me equivoco al seguir esta norma de respeto, profesionalidad y cortesía.